Nada destruye relaciones amorosas, profesionales y amistades como el dinero. Por eso es ley que a mis amigos nunca les presto dinero y tampoco les pido. Prefiero alcanzar cualquier convenio antes de que haya un traspaso de billetes y no es porque sea un obsesivo por la plata, sino que la amistad tiene un mayor valor. Eso sí, hay unos amigos que regalados son caros y otros que valen más que todo el oro del planeta.
Mi madre dice que a veces hay que arriesgar un poco si se quiere un todo. En pocas palabras, quien no arriesga un huevo, no obtiene un pollo.
Hay personas que conocen bien el sistema financiero y se lanzan a hacer todo tipo de acciones esperando que todo les resulte y si no, tienen en su haber un plan b o c. Otros, como yo, somos unas gallinas y tememos al sistema, aunque somos disciplinados, odiamos atrasarnos en cualquier pago y buscamos siempre un equilibrio económico. Pero son aquellas palabras que solo los financieros entienden las que me hacen dudar de entrar en esas lides: Efectivo anual, libranza, fiducia, valor nominal, amortización, cap hipotecario, comisión de esto o aquello... En fin.
Cuando tenía 15 años tuve mi primera cuenta en un banco y me dieron una chequera. En ese entonces, así el balance de la cuenta fuera no más de 300 tímidos dólares, me sentía un magnate prácticamente escribiendo mis propios billetes.
Unos años después abrí mi primera cuenta de ahorros y con ello la primera tarjeta débito. Confieso que tuve nervios cuando principié ante un cajero electrónico porque temía bloquear la cuenta… Sí, soy de esos que siempre piensa lo peor. Quizás pensé que en iba a terminar haciendo daños y el banco me cobraría sin piedad todo lo que hiciera ante esa pantalla y sus botones vetustos.
Luego, abrí otra cuenta de ahorros y después, de un solo tajo, saqué mis primeras dos tarjetas de crédito. Mucho se dice sobre ellas y son más las precauciones que uno escucha que las mismas ventajas. Y así ha trascurrido mi vida… Hasta hace un tiempo, uno de mis mejores amigos decía que no tenía tarjeta de crédito porque le generaba miedo y tampoco le veía necesidad. Después sacó dos y ahora sufre del mismo síndrome mío: falta de voluntad de resistencia ante los datafonos. Firma y voucher y sigue.
Unos meses después llené los formatos para expedir un préstamo. La cuantía es ínfima, pero lo pensé mil veces. En varias ocasiones quise tirar la toalla y en otras recreé el apocalipsis pensando que iría a la bancarrota, me embargarían y todo se iría al traste. Es más, confía más el banco en mí que yo mismo, y eso es mucho decir. Pero hay otros puntos del mundo monetario que quiero compartir a continuación y que son muestra fiel del escozor que me producen.
El banco preaprueba un préstamo. Usted se entusiasma y prácticamente pisa los negocios que quiere hacer. A la hora del té, el banco rechaza el préstamo por un tecnicismo financiero. Usted quedó en el aire y sin saber para dónde coger.
Cobros. Cobros por todo. Por revisar el pasado crediticio. Por verificar el saldo. Por existir en el sistema y en La Tierra. Por tener más letras en el nombre o por tener dinero.
Los seguros inseguros. Las tarjetas, los préstamos y quién sabe qué más viene acompañado de un seguro obligatorio. El problema es que el seguro nunca sirve a menos de que sea para el mismo banco. Por eso, el seguro es inseguro.
Vas al banco, pides una ficha y te atiende el asesor. Le explicas tu situación o petición de la forma más cristiana posible, pero esta persona saca una hoja y con un lapicero corporativo de tinta negra o azul comienza a explicar en lenguaje técnico lo que sucede. En la hoja no escribe las palabras, sino que deja iniciales. Cuando uno cree haber entendido y mira la hoja, recae en la duda y en el círculo vicioso. Ahí, como dicen, a la mano de Dios.
Acostumbrarse en los primeros meses a deber es cuestión de paciencia y sumisión. A veces las cuentas son perfectas en la cabeza, pero sobre el papel siempre hay algún faltante. No está mal seguir entrañando el dinero de antes, pero primero está el cumplimiento de las obligaciones. Hay que honrar todos los compromisos.
El eufemismo más terrible que tienen los bancos es aquel deudor solidario. Nadie debe por solidaridad. Solo están convencidos para firmar un papel esperando que el deudor titular no se raje, porque en caso tal de incumplir, asistiríamos al funeral de una relación familiar, amistosa o laboral. El codeudor es un salvador, pero también es una carga tácita que por momentos adquiere las difíciles anchas de una deuda de favores y... ya sabemos que no hay nada peor que deber favores.
Los bancos son una ayuda importante en momentos necesarios y no tan necesarios. Pero expedir una tarjeta de crédito es una herramienta de ayuda si se sabe administrar. Por eso, antes que expedirla, el banco debería propender por enseñarle al cliente cómo usarla, antes de que él caiga en la danza de los millones y la pesadilla de las cuotas. Deber es un deber para el banco, pero a veces para los antojados el deber es una obligación.
Volviendo a lo que dice doña Patricia, mi madre: arriesgar el huevo, con sus desventajas, puede darnos la máquina de los huevos. Arriegando un poco, con la moderación del caso, puede permitirnos crecer. Pagando a tiempo y con un gasto prudente, puede llevarnos a adquirir paulatinamente lo que esté a nuestros al alcances... o al alcance del banco, también, según este lo considere con sus analista de cartera.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015