
Una perrita french poodle atrapada entre una ventana y una reja, en el segundo piso de una casa de la calle 47D con carrera 65, barrio Naranjal, fue la prueba que tuvieron unas 500 personas para demostrar que es necesario protestar contra las agresiones que sufren los animales.
Ayer, al pasar por ese punto de la comuna 11 (Laureles-Estadio) de Medellín, todos los participantes de la tercera marcha contra el maltrato animal se detuvieron frente a la vivienda y chiflaron y gritaron para que los residentes liberaran la perra.
"Somos la voz de los que no tienen voz, la voz de los animales; defiendo, defiendo, defiendo la vida; circos sí, pero sin animales; los animales no son máquinas, sienten dolor como tú y como yo, y tortura, tortura, no es arte ni cultura", fueron las consignas más frecuentes.
Una mujer salió de la multitud y pateó la puerta del garaje de la casa. De inmediato, fue reprendida por otros participantes, quienes montaron en hombros a un joven que empujó la ventana para que la canina se moviera. Esta, sin embargo, se quedó quieta, como asustada ante el gentío.
Entonces, siguió la marcha, que había salido de la estación Estadio del metro, a las 10:30 a.m., y llegó a la plaza La Macarena, a las 11:30 a.m.
La convocó la Fundación Orca (Organización por el Respeto y el Cuidado de los Animales). Su directora, Marcela Díaz Duque, dijo que el objetivo era pedir una reforma de la Ley 84 de 1989 (Estatuto de Protección de los Animales), que permite corridas de toros, rejoneo, coleo, novilladas, corralejas y riñas de gallos.
Fue la tercera marcha organizada por Orca, luego de las de 2011 y 2012. La apoyó Anima Naturalis. Édisson Duque, su coordinador en Antioquia, señaló que quieren que quien maltrate un animal pague hasta con cárcel y que avalan el proyecto de ley que cursa en el congreso, para prohibir circos con animales en Colombia.
En el recorrido estuvo Flechas, un perro criollo de cinco años que vivió en las calles de Bello hasta principios de 2012, cuando fue rescatado por voluntarios de Orca. "Tenía heridas en la cabeza. Al parecer, la gente quería que lo mataran otros perros", contó Lina Santamaría, estudiante de Diseño Gráfico del Cesde, quien lo acompañó ayer.
Por su parte, Henry Chalarca, artesano de 49 años, marchó con Samy, una perrita criolla a la que considera su niña. A ella la tenían habitantes de la calle en Laureles. En 2008 un hermano de Henry les dio ropa a cambio y se la llevó. Desde entonces, es parte de la familia.
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