KLAREM VALOYES GUTIÉRREZ
EFE | LA PATRIA | HONDA
A las 6:00 de la mañana los pescadores de Honda (Tolima) salen a buscar su sustento en las orillas del río Magdalena, el principal del país, una faena con la que reivindican este cauce, enturbiado por el conflicto armado, como un río de vida y esperanza.
En el Río Grande de la Magdalena, que atraviesa el país de sur a norte, han flotado los cuerpos, enteros y desmembrados, de cerca de 320 víctimas de desaparición forzada, y su figura serpentina sigue el rastro de los periodos más sangrientos de la violencia en Colombia.
Esa imagen contrasta con el ímpetu de los pescadores que se adentran en la corriente para atrapar con cóngolos y atarrayas peces como el bocachico, nicuro, bagre o capaz que luego venden en los restaurantes y a compradores que llegan de otros lugares del país.
En el río trabajan todo el año, por vocación y por necesidad, pero la mejor temporada es la de la subienda de los peces.
"Yo pesco en una subienda y puedo conseguir cuatro o seis millones de pesos, eso lo ahorra uno para el resto del año. Los pescadores le agradecemos todo al río Magdalena", dice Henry Salcedo, que ha dedicado 35 de sus 55 años a la pesca.
Los pescadores no temen a la fuerza del río porque, según dicen, desde que nacieron el agua ha marcado su destino. Todos se han tenido que ganar el derecho, por herencia o compra, de pescar en la ribera, en puestos que se rotan entre 12 personas hasta finalizar el día.
"Esto es como unas vacaciones. Uno puede pescar por ahí cuatro horas y ya, no se cansa. Cuando no hay nada a veces duramos tres o cuatro días sin coger pescado, pero ya es parte de la rutina", relata Alfonso, sentado en una roca mientras espera su turno.
Cambiar la narrativa del conflicto
El Magdalena, un cauce de 1.500 kilómetros de longitud que nace en el Páramo de las Papas, en el suroeste colombiano, y entrega sus aguas al océano Atlántico en Bocas de Ceniza, cerca de Barranquilla, es desde los 80 una gran fosa común.
En sus faenas los pescadores han encontrado en sus aguas los cadáveres de personas asesinadas y desaparecidas, principalmente por grupos paramilitares.
La guerrilla de las Farc también fue responsable de algunas de las 320 víctimas contabilizadas por el Centro Nacional de Memoria Histórica, aunque el registro total podría ser más alto.
El río se tragó muchos cuerpos y los pescadores, que terminaron haciendo la tarea de las autoridades y arrastraban hasta la orilla los que encontraban flotando, muchas veces preferían dejar pasar los cadáveres para no perder tiempo en trámites en la Policía.
Quienes han sido testigos y víctimas de esa violencia inspiran hoy las obras del Museo Contemporáneo del Río Magdalena, que hace seis años historiadores, antropólogos e investigadores se aventuraron a transformar la relación del país con el río.
El río de todos
"Esta ha sido una apuesta museográfica, pedagógica y de compromiso con el río, con Colombia, para presentarle a los colombianos una necesidad enorme que encontramos de restablecer el vínculo del río con todos los ciudadanos, un río que muchas veces ha sido despreciado, visto como cochino, zona de violencia, zona pobre", relata Germán Ferro, director del museo.
El museo, junto con la cultura y la memoria como agentes restauradores de la narrativa sobre la violencia, han convertido a Honda, una localidad con el encanto del Caribe pero encerrada entre las montañas del interior de Colombia, "en un referente nacional".
"Hemos querido cambiar el relato (...) El río es una experiencia total de la vida cultural, del proceso civilizatorio, y antes de pensar en los problemas hay que conocer el río, hay que emocionarnos", asegura Ferro al defender que el Magdalena "tiene muchos problemas pero es un río que también está vivo".
Al pie del río está Honda, pueblo patrimonio que atrae turistas que visitan el museo para conocer la cultura de un lugar que busca sobresalir pese a las historias de familias que todavía buscan a sus víctimas en la corriente del Magdalena.
Destacado
La arquitectura colonial de Honda, sus caminos empedrados y portones de tonos pastel que recuerdan a Cartagena han ayudado al propósito de cambiar la narrativa sobre el río Magdalena.
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