VÍCTOR DIUSABÁ ROJAS
COLPRENSA | LA PATRIA | CALI
Tiraron la casa por la ventana y no era para tanto. Para comenzar, sobraron orejas. Porque frente a lo poco que sucedió, cuatro son demasiadas. Y es que esta, la cuarta de abono, se las arregló para navegar entre la exageración y la escasez, sin irse a pique.
¿Cómo? De muy extrañas formas. La primera, con el discreto comportamiento del encierro de la ganadería Ernesto Gutiérrez Arango que, a pesar de todo, supo salir indemne. Porque a pesar de la muy justa presentación de sus ejemplares y de ese carácter bonancible al que cuesta llamarle nobleza y merecería más llamarle docilidad, el resultado de la tarde (ese de los trofeos, las vueltas al ruedo y la música) tapa una realidad: hubo un fracaso que ellos, los toros, con la ayuda de los toreros, supieron vestir de otra forma.
Ahora bien, en los toros como en muchas otras actividades, el orden de los factores sí altera el resultado. Y aquí pasó. La corrida tuvo dos tiempos. El primero, que se cerró con la faena de Roca Rey al tercero y que dejó una oreja de cosecha para el peruano, cuando estuvieron a punto de desbordarse las recriminaciones en los tendidos. La otra parte, la segunda, se quedó en la memoria con sus tres orejas y las ovaciones, he ahí la cuestión, sin dar un gran salto cualitativo en términos de arte o valor. Quizás sí, de técnica.
¿De dónde coger la corrida para analizarla? De tres toreros que supieron poner lo suyo y arrastrar consigo al hierro. Lo hizo Guerrita Chico en dos faenas en las que demostró que, así como se dice, los años pasan en vano para demostrar la carga que traen consigo, también vale para demostrar que más vale el diablo por viejo. Y no es que Guerrita esté de salida. Por el contrario. Ahora se le nota la madurez, que en la lidia de los toros es un galón de general.
Con ese oficio administró los dos turnos. Los de ese soso primero, al que hubo que sujetar con la muleta para que no se fuera a buscar refugio en las tablas. Y al cuarto que se movió, sí, pero siempre con la tendencia a encontrar un hueco por dónde huir. Le dieron dos orejas que mejor si hubiese sido una, más allá de la significación que el palco le haya querido dar al espadazo.
José María Manzanares también puso su cuota. La del quinto de la tarde, ese toro chico e incómodo que tuvo una virtud por encima de todos sus hermanos, la de acometer. El motor le duró mucho tiempo, lo que también vale en términos de bravura. Y de ahí, el de Alicante sacó muletazos que, en ocasiones, resultaron de aprovechar el viaje y, en otras, como sucedió con la izquierda, de cumplir con los cánones de citar, templar y mandar. Raptos de la belleza del toreo asomaron hasta hacer un ramillete. Oreja. El otro suyo se malogró de la extremidad izquierda anterior. Nada que hacer.
Y Roca Rey también aportó en dos faenas casi hechas con papel carbón a toros ídem a los que igual se les puede condecorar por su calidad como enjuiciarlos porque no transmiten ninguna emoción. Así pasó en el tercero, al que la cortó una oreja. E igual ocurrió en el sexto, en el que hubo amenaza de otro trofeo, si mataba bien. Lo que hubiera sido otra exageración de una tarde ya de por sí exagerada, no tanto desde la Presidencia como de su misma naturaleza. Así también son los toros…
El peruano Andrés Roca Rey, visitará por segunda vez Manizales, como torero. Roca Rey compartirá cartel con Sebastián Castella y Juan Viriato en la tercera corrida de abono de la 62a temporada taurina.
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