Una semana macondiana, digna del realismo mágico del nobel Gabriel García Márquez, vive Colombia que pasó en pocos días de la ilusión por el acuerdo con las Farc a la decepción por la derrota en el plebiscito y al entusiasmo por el Premio Nobel de Paz para el presidente Juan Manuel Santos.
Lo que era el peor fracaso de su carrera política acabó convertido para Santos en un triunfo histórico ayer cuando el Comité Nobel de Noruega le reconoció sus "decididos esfuerzos" por acabar con el conflicto armado y por impulsar un diálogo nacional para no dejar morir el acuerdo con las Farc, firmado el pasado 26 de septiembre y rechazado el pasado domingo en el plebiscito.
Pero como ha sucedido otras veces, el Comité Noruego optó por dar un impulso a un proceso de paz que tambaleaba en Colombia y no esperar a su consolidación para reconocer el esfuerzo de Santos.
Para todos
Santos calificó el galardón como un mandato para sacar adelante el acuerdo con las Farc y un tributo a las víctimas, por lo que se comprometió a trabajar sin descanso por la unión y la reconciliación del país.
El Comité Nobel de Noruega anunció que el premio es un claro apoyo a la decisión de Santos de invitar a todas las partes a participar en un amplio diálogo nacional para que el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc no muera, después de que el No se impusiera en el plebiscito.
El Premio Nobel, inesperado para los colombianos a la luz de los acontecimientos de los últimos días, pone de manifiesto la necesidad imperiosa de rescatar un proceso que después de estar prácticamente consumado empezó a hacer agua por decisión popular en un plebiscito convocado por el propio presidente, que creyó en la sensatez de su pueblo.
Es así como la historia de la paz de Colombia y el premio a su presidente toman ribetes macondianos que los lectores de la obra del primer nobel del país, Gabriel García Márquez, ganador del de Literatura en 1982, se encargaron de recordar en las redes sociales citando un fragmento de "Cien años de soledad" que parece que hubiera sido escrito por Gabo pensando en este 7 de octubre.
"Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad", dice el fragmento que se ha vuelto viral.
Con el Nobel a Santos, el proceso con las Farc probablemente recibirá el impulso que necesita, pero como la realidad a veces supera la ficción, habrá que esperar si el país es capaz de pasar de la guerra a la paz o si deja escapar esta oportunidad.
Hechos
En la mezcla de ficción y realidad en la que parece moverse por momentos la política nacional, los colombianos asistieron en los últimos días a escenas que antes del plebiscito eran impensables.
Vieron, por ejemplo, al expresidente Álvaro Uribe, senador del partido Centro Democrático y líder de la oposición a Santos, regresar a la Casa de Nariño, donde no ponía los pies desde el 2010 cuando traspasó el cargo al actual jefe de Estado.
Santos y Uribe se dieron la mano en el inicio de la búsqueda de un acuerdo nacional convocado por el presidente para encontrar consensos en torno a los puntos polémicos del acuerdo con las Farc.
También vieron una "marcha del silencio", de universitarios que recorrieron de noche las calles de varias ciudades de Colombia para pedir que se preserve el acuerdo de paz, alumbrados por antorchas y velas, como lo hizo en febrero de 1948, dos meses antes de su asesinato, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, crimen que está en la génesis del conflicto armado con las Farc.
El presidente colombiano es el primer latinoamericano que gana el Nobel de la Paz desde que lo hizo en 1992 la líder indígena guatemalteca Rigoberta Menchú, y con él son ya 26 los jefes de Estado o Gobierno mundiales que han recibido esta distinción.
Santos, el segundo colombiano en ganar un Nobel tras el escritor Gabriel García Márquez (Literatura, 1982), recibirá el premio, dotado con 8 millones de coronas suecas (934.000 dólares), el 10 de diciembre en el ayuntamiento de Oslo.
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