Colprensa | LA PATRIA
Este sábado 17 de diciembre se cumplen tres décadas del crimen del director de El Espectador, Guilleremo Cano Isaza, a manos del cartel del narcotráfico que dirigía Pablo Escobar.
Enero de 1944. Redacción del periódico El Espectador. Centro de Bogotá. Allí estaba parado, con su cartón de bachiller, el joven Guillermo Cano Isaza. Silencio en el recinto. Luis, su tío, quien era por ese entonces uno de los periodistas y pensadores liberales más reconocidos en la capital, se preparaba para hacer un anuncio. Como director del medio de comunicación, presentó a su sobrino: “Enséñenle lo que ustedes saben. No lo elogien, regáñenlo”.
Una libreta de apuntes, unos zapatos y una máquina de escribir. Guillermo Cano no necesitó nada más para aprender el oficio del periodismo. Salía a la calle, buscaba noticias en los juzgados, en las comisarías, en los espectáculos. La noticia podía estar en cualquier evento. Sin embargo, como lo cuentan los editores de El Espectador, no todos los textos eran recompensados con la publicación. Poco a poco fue formando su propio criterio periodístico.
Su primera crónica, publicada el 27 de junio de 1944, tenía que ver con las corridas de toros, un tema que le apasionaba. La llegada de la torera Concepción Cintrón Verill, conocida como Conchita Cintrón, fue un evento nacional. Guillermo Cano cubrió la noticia desde que la celebridad aterrizó en Bogotá hasta que se retiró de la plaza de toros la Santamaría. “Juanita Cruz está en Bogotá. Desea a toda costa igualar los triunfos de su colega Conchita Cintrón. Pero ésta, como Ortega, Garza y los novilleros, deben esperar a que la plaza de toros sea una verdadera plaza de toros, sin carpas y sin el olor de las fieras, que tanto aborrecen los cornúpetos”, escribía el joven Guillermo Cano.
Fueron suficientes tres años de aprendizaje para que fuera designado Secretario de Dirección y Redacción en El Espectador. Además de revisar la agenda diaria con noticias de actualidad, Cano impulsó el Magazín Dominical de El Espectador, donde se publicarían temas relacionados con literatura y cultura, otras de sus pasiones. En octubre de 1952, cuando Guillermo Cano tenía 27 años, su nombre apareció en las páginas de El Espectador como el nuevo director del medio, tras la renuncia de su padre, Gabriel Cano.
El nuevo cargo representaba objetivos complejos, que iban más allá de su propio desempeño. Él lo admitía. El sábado 6 de diciembre de 1952 tuvo que vivir un incendio en su lugar de trabajo. Y tuvo que reportar, además, cómo una horda de conservadores trataba de destruirlos; a él, a sus periodistas y a sus colegas del diario El Tiempo. Las casas de los dirigentes liberales Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López también fueron un blanco de los manifestantes.
Más allá de las pérdidas materiales que dejó el incendio, el miedo y las amenazas, a los periodistas de la época les preocupaba la censura del entonces gobierno conservador. El ministro de Gobierno de ese entonces, Luis Ignacio Andrade, había manifestado abiertamente que una opción para que el país “volviera a la normalidad” consistía en suspender a los periodistas. El presidente encargado, Roberto Urdaneta, le pidió a Cano reportarle al Gobierno informaciones de orden público, editoriales, investigaciones criminales, fotografías, asuntos económicos y caricaturas.
La censura crecía a medida que pasaban los años. En junio de 1953, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla alcanzó la presidencia, las medidas de control para los medios de comunicación se intensificaron. Guillermo Cano tuvo que afrontar una lucha constante por la libertad de expresión. A manera de ejemplo está el caso de Primo Guerrero, el corresponsal del diario en Chocó que fue encarcelado en mayo de 1954 por publicar un caso de corrupción. Cano, en ese entonces, envió mensajes de protesta a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), organización que lo respaldó en sus denuncias.
Como mediador entre los medios y el Estado, Guillermo Cano convocó una asamblea de periodistas en Bogotá. Con el apoyo de 130 delegados, el entonces director de El Espectador logró que Rojas Pinilla levantara la censura de prensa que había instaurado mediante el decreto del Estado de Sitio. Dicho decreto mereció la oposición rotunda de la Comisión Nacional de Prensa, presidida por Cano.
Sus palabras incomodaron a los Gobiernos de turno, a ciertos grupos políticos y a las mafias. El dominio de los carteles de droga no fue motivo de censura, en principio. En los años ochenta el director de El Espectador se mantuvo al margen del silencio y siguió con sus publicaciones. Su apuesta fue castigada por los narcotraficantes y en la noche del 17 de diciembre de 1986, cuando salía de las instalaciones del periódico, dos sicarios lo asesinaron. Un periodista de El Espectador, Rodolfo Rodríguez, lo vio morir: “Su rostro pálido no reflejaba ningún dolor, ni tristeza, estaba tranquilo, en paz como siempre vivió, mientras la vida se le escapaba por los agujeros de las balas de 9 milímetros”. El Estado, impotente, declaró muchos años después su caso como crimen de lesa humanidad.
En sus años como reportero, Guillermo Cano escribió un perfil sobre Luis, su tío, maestro y amigo.
Las palabras de Luis toman vigencia cada vez que se recuerda la partida de Guillermo Cano Isaza: “Por la puerta grande de El Espectador vi salir lentamente, cojeando de su pierna izquierda, la figura de Luis Cano. Su cabeza blanca sobresalía por entre la turbamulta. Me acerqué a él.
–¿Para dónde vas?
–Para Palacio...
–Permíteme acompañarte...
–No, Quédate aquí. En el periódico te necesitan...”
A don Guillermo Cano lo mataron el 17 de diciembre de 1986. Era un hombre crítico. En sus columnas escribía sobre paz, narcotráfico y derechos humanos.
Al momento de su muerte don Guillermo era el director del diario El Espectador. Su preocupación era un país mejor.
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