Un mes y 12 días de cese de clases en la Universidad de Caldas no solo le ocasionaron $5 mil millones de pérdidas a la institución, según cifras del rector, Ricardo Gómez. También les rompió el bolsillo a los comerciantes y particulares cuya actividad económica la desarrollan dentro o alrededor de las sedes del Alma Máter.
El reinicio de clases a partir de hoy, luego de que la asamblea general de estudiantes decidió ayer levantar el paro, les permitirá reactivar sus negocios a estos afectados, que recibieron el coletazo de una lucha estudiantil llevada hasta el extremo del bloqueo. El 17 de septiembre se inició la asamblea permanente, el 23 se tomaron las sedes y aún permanecía un grupo de estudiantes ocupando el campus Central.
Contando solo los arrendatarios de la Universidad, serían unos 22 afectados distribuidos en siete cafeterías, seis fotocopiadoras y nueve kioscos, según datos de Servicios Generales.
LA PATRIA recorrió el pasado lunes esa sede y la Palogrande. Cuatro historias reflejan el efecto colateral del paro.
La ilusión de Doris Castillo (foto principal), oriunda de Ibagué, era posicionar su restaurante Los sabores de mi tierra entre los docentes y administrativos de la Universidad. Confiaba en que su experiencia de siete años administrando un negocio similar en Bogotá le daría cancha suficiente para cristalizar su negocio.
En julio pasado arrendó casa y local cerca de la sede Central. $800 mil por la primera y $650 mil por el segundo, cada mes. Empezó vendiendo 30 almuerzos diarios a $5 mil, o sea que le ingresaban $150 mil. Hasta ahí, las cuentas le cuadraban.
El primer embate llegó, sin embargo, con el aumento de las facturas, pues le empezaron a cobrar los servicios como de uso comercial, ya no residencial. "Prácticamente se me duplicaron, ahora toca cancelar $700 mil".
La estocada llegó con el paro. Pasó a vender siete, seis, cinco y... cero almuerzos. "Si los preparaba, se perdían, más bien cerré el negocio", expresó entre el polvo que se levantaba mientras barría el local con sillas y fogones arrumados.
Por el estrés, además, se le alborotó una dermatitis. "Estoy enculebrada hasta las puchecas, por eso me tocó poner en venta el mobiliario que había recibido, fiado, a mitad de año, a ver si recupero algo".
¿Y si levantaban el paro, como en efecto sucedió? "Pues no sé si volver a intentar. Me gustan los negocios, y para eso nada mejor que ciudades capitales, como Bogotá".
Siete años ajustó esta semana Marleny Taborda como propietaria de la cafetería de la sede Palogrande, en el sector de Las Palmas. Su rostro mostraba, sin embargo, más preocupación que satisfacción, pues debe $3 millones 500 mil de sueldos de cuatro personas, incluido el suyo. Esto sin contar el saldo rojo con proveedores.
"Me tocó cerrar durante un mes, apenas abrí el pasado sábado porque los posgrados volvían a clases. Ese día vendimos $240 mil, cuando lo normal es hacernos $350 mil". En semana los ingresos diarios oscilan entre $500 mil y $600 mil, lo que quiere decir que dejaron de percibir por lo menos $15 millones.
Las estanterías vacías evidenciaban la falta de liquidez, que fue menos impactante, según ella, a la generada en otro paro prolongado que hubo en 1999, cuando era empleada de la cafetería y salió de la Rectoría Darío Mejía. "Se sabe que en una institución de estas uno se debe atener a las protestas de los muchachos, donde deciden ellos", expresó Marleny, mientras se guardaba el rosario que llevaba al cuello. "Es que he rezado mucho". Sutil sonrisa.
Una estudiante de Trabajo Social llegó a las 11:30 de la mañana a la papelería Studia a sacar unas fotocopias, frente a la sede Palogrande. Acababa de salir de una asamblea y le habían indicado que retomara su práctica.
A esa hora, en normalidad académica, la papelería estaría atestada de universitarios, aseguró el propietario, Fernán Henao. Lleva 25 años trabajando en el sector y le ha tocado afrontar varios paros universitarios, siendo este de los más duros.
"El trabajo se rebaja a la mitad. Lo que más nos afecta es que le vendemos papel a los centros de copiado dentro de la Universidad. Antes nos pedían al día, por ejemplo, una caja con 10 resmas de papel, ahora, tres resmas cada tres días", decía mirando las fotocopiadoras vacías. Más bien aprovecharon el tiempo en hacerles mantenimiento.
Ricardo Arturo Naranjo se la pasó jugando cartas con sus colegas de ventas informales, al pie del parque La Gotera, frente a la sede Central. Los puestos de comidas rápidas, dulces, salpicón y el suyo de obleas y minutos permanecieron abiertos, pero prácticamente sin clientela.
"Si en un día normal vendía 100 obleas, ahora, si mucho, me compran 30. En otros paros no se veía tanta soledad, pues los estudiantes de las otras sedes venían a la Central... ahora ni venían a las asambleas, sino que se tomaron el paro de vacaciones", expresó, girando un celular en su mano derecha como si fuera un juego que le mermara la ansiedad.
Vale recordar, además, que el Consejo Académico había declarado las vacaciones anticipadas desde el 19 de octubre.
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