
FELIPE MOTOA FRANCO
¿Cómo explicar que personas ajenas coinciden en dar las mismas señales sobre temas puntuales de los cuales se les pregunta? ¿Realmente la adivinación es una ciencia oculta? ¿A qué se debe tantos seguidores de estas prácticas? Buscamos tres mujeres que predicen el futuro y saben hablar del porqué del pasado y el presente. Tres ocultistas, brujas o pitonisas, según lo entienda el lector, en distintos barrios de Manizales.
Las experiencias, todas diferentes, derrumban algunos prejuicios y confirman otros. El periodista se sumergió en este mundo para ver cómo es la movida al interior. Sin dinero no se puede acceder a él, pero el mismo dinero no parece lo más importante en ellas. Lea las historias y saque sus propias conclusiones.
Característica sobresaliente de quien atiende: exclusividad.
Ubicación: El Campín.
Costo de la consulta: $60 mil.
Contacto: vía telefónica para reservar cita.
Especialidad: lectura de cartas.
Sugerencia ritual: bañarse en agua de nacimiento para sanar las tristezas que ha dejado la madre en la niñez del consultante.
Referencias: a los ocho años descubrió que tenía dones supersticiosos. Vivía en Pácora y empezó a gritar porque sentía que iba a ocurrir algo. Una hora después tembló la tierra y se cayeron varias casas. Dicen que atendió al expresidente Andrés Pastrana, al exgobernador Mario Aristizábal y hasta a Pablo Escobar, pero a ella no le gustan las entrevistas y no responde a preguntas periodísticas.
El desaparecido periodista Orlando Sierra la consultaba. Renault Twingo aparcado, dos mujeres adentro. Él pasa a su lado y toca en la casa gris (El Campín). Es una puerta de garaje de la que emerge un rostro femenino y de mejillas regordetas:
-¿Diga?
-¿Está la señora que lee las cartas?
-¿Tiene cita?
-Sí.
-Voy a avisarle-. Retrocede. Vuelve al instante: -Siga y la espera.
De lo alto de las escalas se asoma, de medio cuerpo y por una fracción de segundo, otra señora: Bien pueda siéntese y ahora lo atiendo. En el parqueadero, una mesita con la Virgen María, San José y el Niño Dios. Una mata de la felicidad, achilada. Enseguida, en el salón de estar, poltronas, paredes blancas, tapetes y cuadros con series de paisajes. Un tocadiscos y un teléfono antiguo de rosca. La voz de un tipo agradece, mientras se le oye descender las escalas. Pelo negro hasta el hombro, unos 35 años. Tras él llega la que habló desde arriba, con un Derby que abandona sobre la mesa del tocadiscos: Ya lo atiendo. Huérfano por unos segundos, el cigarrillo impregna la estancia. Despide al cliente, saluda desde la entrada a las mujeres del Twingo, en el que se monta el hombre.
***
El sitio de consulta es un cuarto con ventana, que lleva los ojos a tejados vecinos; escritorio con sillas principal y auxiliar, anaquel repleto de libros, un elefante de cobre y una figura de la mitología hindú. También un San Gabriel Arcángel. Fue necesario ganar seis escalones y girar a la izquierda para entrar. Afuera, el retrato de un niño y otras dos habitaciones, todo de aspecto familiar. Lejos del estereotipo: no es oscura, no tiene imágenes fetiches ni muñecos de vudú.
Cierra la puerta: Siéntese. ¿Nombre, signo, edad, en qué trabaja? ¿Cuál baraja escoge? Buena elección, es la gitana, casi nunca se equivoca. Revuelva girando hacia la izquierda, pero no tiemble, tranquilo, yo no hago daño. Sin dejar que le pregunte cuál es el motivo de la visita, le pide repetir: Consulto por mi suerte, trabajo, amor y familia. La idea era consultar sobre personas distintas al visitante y no ser auscultado, pero ella toma las riendas, dirige la sesión. La colilla del cigarro es oprimida en el cenicero, al lado del cual reposa un Derby 20 y una pecera llena a medias, con lecho de piedras y árida de peces. Se inicia la lectura.
Montaña, búho, libro y anillo son las imágenes que resultan en la conjunción de cartas. Descubre una tras otra con los dedos, cuyas uñas fucsias están descascaradas y vislumbran el color marfil. Usa dos anillos, uno en cada mano. Oro y esmeralda este, oro y otra piedra aquel. Su pelo, rubio cobrizo, está resuelto en una cola que no baja más allá de los omoplatos. Debe rondar los 60.
Hay un peligro grande en su vida, cuidado, eso dice la montaña. No es para asustarlo, pero cuídese mucho. Reflexione todo siete veces, no se acelere, no esté ansioso, eso dice el libro, y el búho, que es una carta mala. Se tiene que cuidar, insiste, a la vez que una cadenita de oro, ataviada con al menos cinco dijes (un delfín entre ellos), se balancea por encima de su escote, que sin ser profundo es evidente. Abre el cajón del escritorio y extrae un libro ajado, con el nombre de Svetlana Alexandrovna Touchkoff, el vademécum de la baraja gitana. Lee: Si se aguanta y no se acelera, le llegará un ser que lo hará feliz, una compañía excelente, eso dice el anillo.
Impone sus manos sobre una del visitante: ¿Quién es Marcela, qué es de usted? Él responde que no la conoce, que ni idea. Sí, aparece una Marcela, recuerde. No. De todos modos tenga cuidado con una Marcela o con una mujer a quien el nombre le empieza por M, aléjese de ella. Y a su mamá perdónele los errores que ella lo quiere. Las mamás somos muy brutas a veces.
Recoge las cartulinas, las guarda en el receptáculo y saca el naipe español. Le pide que baraje. Hecho esto, las riega de un solo tirón: Escoja una. Ocho de espadas: ¡Noooooo! Saque otra. Sota de espada: ¡Noooo!, usted está en peligro, definitivamente, cuídese. Cuídese mucho. Bastos oros copas espadas se suceden a toda velocidad en las manos de la mujer que suelta de su boca una retahíla de oraciones segundo a segundo sin puntos sin comas así como esta oración sin pausas... Destape la última carta, y si es un cuatro de bastos, tendrá éxito: él extiende la mano (temblorosa) y voltea la carta: ¡cuatro de bastos!
Unta sus dedos con el agua de la pecera, extrae un segundo vademécum y con las yemas húmedas hace correr sus páginas. Lee. En esencia ha repetido lo mismo durante 50 minutos, para dejar en claro todo lo que indica esa voz grave, sibilina. No sostiene la mirada por más de un segundo. Llega la hora de pagar. Gracias por venir. Recibe tres billetes de 20 mil. Mientras se yergue, él observa un óleo sobre lienzo del tamaño de un diploma, con líneas abstractas e intervenido con un as de oros, del cual se desprende un mechón rubio cenizo, que en vez de chaquiras lleva enredadas medallas de escapularios. Aparte de Dora, es lo más excéntrico del lugar.
Antes de salir toma el paquete de cigarros, saca uno y le mete fuego: Yo soy la fumadora. Usa leggins negro y baletas. Abre la puerta, deja que el tipo se adelante y dé las gracias. Bajan las escalas, el garaje, la puerta y lo despide: Cuídese mucho, y cierra el garaje sin dejar el cigarrillo.
La casa de los peregrinos
Característica sobresaliente de quien atiende: lenguaje procaz.
Ubicación: Barrio las Américas (sector antigua terminal).
Costo de la consulta: $10 mil, incluida prueba del huevo.
Contacto: es necesario ir al lugar, con tiempo, para aguardar por un turno.
Especialidad consultada: cigarrillo.
Sugerencia ritual: baño por nueve días con botón de oro, citronella y siempreviva, para sanar tristezas de la niñez.
Referencias: junta y desjunta parejas a solicitud del cliente. Practica medicinas alternativas. Eficacia comprobada en distintos ámbitos, por ejemplo, a una señora de 62 años le curó una alergia que ninguna crema ni doctor le había sanado; le recetó baños con distintas hierbas. Efectiva en vaticinios, como el que le hizo a una mujer de 32 años: que en su familia iba a resultar una embarazada. Dos semanas después la hermana menor quedó encinta.
Las referencias decían que era una casa verde y la única fachada de ese color es pintada por un viejo sobre una escalera:
-¿Aquí es donde una señora lee el cigarrillo?
-Ahhhh, no, es ahí abajo, en la casa blanca.
De tres pisos y en bahareque, es claro que vivió mejores tiempos. El portón abierto convoca a penetrar y ganar siete escalones. Arriba una habitación que más parece un velorio, con tres bancas de madera a lo largo de igual número de paredes donde esperan sentadas cuatro mujeres y un hombre. En la pared del fondo una puerta entreabierta permite adivinar velones de colores, encendidos, en un altar o cosa parecida.
-¿Hay turno?
-Noooo, vino muy tarde, pero dígale a la señora- indica una rubia de carnes secas y ojos brotados.
La señora está a mano izquierda de las escalas, en una suerte de recepción con escritorio, de espaldas. Con el índice puntea el hombro de la mujer:
-¿Hay turno?
Se voltea, lo mira de pies a cabeza, responde negativa y lo invita a regresar mañana:
-Lo atiende desde las siete y media, pero a las dos ya no abre más consulta. Vale 5 mil pesos la lectura del cigarrillo y 30 mil la del tarot. Venga con tiempo para que espere turno.
***
Regresa a las diez a eme del día siguiente. ¡La mujer le otorga el número 39! Posa las nalgas en una banca, junto a 12 peregrinos con ropas de todas las pelambres. Repara en el televisor anclado al vértice de dos paredes, tan alto que roza el techo masticado por el comején y la humedad. Con el aparato se entretienen varios. Nadie toca la canasta de mimbre con revistas viejas. Huele a madera húmeda. La puerta que ayer dejaba percibir velones, hoy está cerrada.
Afuera de la vivienda tres vehículos parqueados. Se oye gente que viene por la escalera, entra a la sala, espera unos minutos y sale. Una romería. Otros son llamados para que ingresen a consulta. La voz de pitonisa, allende la pared que separa el salón del consultorio, llega hasta el oído: deje de chimbiar que su mamá tiene razón; usted le quiere responder feo a su novio, pero no es capaz, no sea pendeja; ¿y a quién es que quiere separar, a su hijo de la mujer?; pilas, una de ustedes va a quedar en embarazo.
Un píncher atraviesa la sala a toda carrera y, sin detenerse, empuja la puerta y deja los velones al descubierto. Es la sala secundaria, que serviría de comedor si no fuera lugar de ritos, al lado de una cocina vacía de trastos, con poyo de baldosas quebradas, un espejo, botellas, sal y una Virgen Milagrosa. Más cerca del portón, un baño con ducha y, en frente, un patio con dos cuerdas de las que penden cortinas de ruda, botón de oro y otras yerbas; un estregadero y sobre él una ollita con un huevo y dos bolas quemadas: acaso efectos de un ritual.
Un tipo que ya fue atendido cruza la sala de espera, entra al recinto de los velones con una botella full de líquido ambarino y se encierra en el baño. El menjurge se oye repicar contra el piso y ser tragado por el sifón. Después de unos minutos sale, al tiempo que se abrocha la camisa y repasa con sus dedos el pelo mojado. Expide un olor cítrico.
***
La asistente llama al 39 ¡luego de una hora y cuarenta minutos! Deja la sala, cruza al lado del escritorio sobre el cual hay una greca y una cubeta de huevos. Esquiva a quien lo llamó, a una madame que espera y ahí sí, el consultorio.
Sentada, como un abogado frente al cliente (una muchacha) y con una mesa en medio, sostiene un cigarrillo humeante a la altura de los ojos; sin perderlo de vista, lo invita a sentarse:
-Pero al lado de ella, acérquese.
Esquina con velón azul, esquina con caja de cartón, esquina con vitrina llena de imágenes sagradas (San Gabriel incluido) y esquina con mueble repleto de pacas de cigarrillo. Una ventana que da a la calle, la adivinadora y los visitantes. Nada más.
Extiende un cigarro y el encendedor:
-Préndalo, aspire, me lo pasa y bota el humo. ¿Por quién quiere preguntar?
-Por nadie en especial. Trabajo, afectos, salud.
-¿Quién es Diana?
-Mi exnovia.
-Lo trató mal, fue mala, fría, grosera, orgullosa, arrogante; no me mire así, que usted sabe que es verdad. Lo quiere buscar, llamarlo, recuperarlo, pero ahí no hay nada, esa es una pichurria. ¿Quién es Carolina? No me mire así, que si vino es para que le diga las cosas.
-La novia anterior (él se pregunta cómo carajos acertó en los nombres).
-Esa no le sirvió pa´ un culo .
Sigue con la muchacha, le recibe el pucho y él vuelve a calar mientras ella se despacha con la señorita, afligida en el gesto, de mejillas carcomidas por el acné. Un tipo llega y le muestra dos fotos.
-Esta foto no me sirve, no me sirven fotos de familiares, necesito la foto de ella misma. Pa' juntarla con alguien, se necesita la foto de la persona. Consiga una y me la trae. Chao. Al visitante:
-¿Quién es Marcela?
-No la conozco.
-¿Seguro? Piense bien, ella le puede traer problemas. Evítela.
Tendrá unos 45 años, metro y medio, contextura gruesa. Pelo corto a las orejas, entrecano. Devuelve el cigarrillo. A la otra:
-No sea agüevada. Hágase respetar de su mamá.
A él: -Usted no está enfermo. Usted va para arriba en su trabajo de médico o comunicador. ¿Cuál es el problema con su mamá? Ella se alejó cuando usted era niño, para no herirlo, ¿cuál es su rencor, o es que le ha faltado algo en la vida? Nada. Responda las llamadas, ella quiere saber de usted. Deje la bobada, perdónela y dele un abrazo. Peor esta (señala a la mujeruca) que vive con la mamá y todo el tiempo le dice perra, inútil, la humilla (la chica asiente). Diga que le den el huevo para que vea.
Regresa con la asistente y se lo pide:
-Vale 5 mil, ¿los tiene?
Se lo entrega y hace que la siga hasta el baño, cruzando por la sala donde aguardan diez personas:
-Sobre el lavamanos, sin meterle uña, apriete el huevo. Con toda la fuerza.
Sabe que se va a ensuciar, pero sigue la indicación. Una, dos, tres veces aplica la máxima fuerza de agarre, hasta que la mano tiembla y las venas se brotan, pero el huevo sigue intacto:
-No lo haga más que ya no lo va a romper.
Otra vez con la pitonisa, ella toma el huevo, con un golpecito lo rompe y lo deposita en un vaso. Él tiene la boca abierta y solo falta que se le chorreen las babas:
-¿Vio? Mire la yema, salió entera. El corazón de su mamá es bueno. Saque ese taco que tiene en el pecho, en la garganta. Le voy a regalar un abrazo, mor, y usted dele uno a ella.
Se aproxima y lo abraza. Ríe, parpadea los ojos azules y le manda baños de citronella, hortensia y siempreviva. Fueron 20 minutos con ella. Paga 10 mil de la consulta y el huevo, agradece y abandona la casa de peregrinos.
Huevos de gallina, para ver el futuro
Característica sobresaliente de quien atiende: aspecto de abuela.
Ubicación: La Enea.
Costo de la consulta: $5 mil.
Contacto: hay que llegar a la casa y pedir turno.
Especialidad: lectura de yema de huevo.
Sugerencia ritual: baño con agua de manzanilla, canela y clavos para mantener la buena fortuna.
Referencias: es una pitonisa o adivinadora menos popular que la de El Campín y Las Américas. Se especializa en la lectura de la clara de huevo y no lee cigarrillo ni barajas. Sin ser la más cotizada, posee una clientela constante. Su característica especial es que la consulta se divide en dos sesiones, pero solo se paga la primera.
Apenas abandona la casa, un embate de arcadas arremete contra su estómago. Son las cuatro y media de la tarde, es la tercera pitonisa que consulta en cuatro días y siente que ya no puede consultar ni una más. Estuvo a punto de quedarse con dos (que lo dejaron seco de energías, aparte de asombrado y con dolor de cabeza) pero se había propuesto que fueran tres.
Camina hasta el bulevar de La Enea y procura que lo dicho en la sesión no se le borre de la cabeza. Una diarrea de palabras circula por sus oídos o su cerebro, o lo que sea que domina la audición: suerte luz fortuna amor trabajo trinidad santa manzanilla clara velón cruz pido ruego enemigo malo amén bendice protege mal bien familia mujer espera solitario sociable "¡¿qué es esto?!". Las náuseas toman posesión de su cuerpo. Quienes pasan lo miran con desprecio o compasión al verlo casi vomitar. Escupe. Se sienta en un muro y los taladros que rompen la calzada no hacen más que acentuar una sensación de mareo y perturbación mental: como si estuviera borracho, con la cabeza a punto de estallar, pero consciente. Un pito le retumba mucho más adentro de los tímpanos.
-¿Cómo le fue?- pregunta el conductor que lo recoge.
-Bien.
-No parece, lo veo pálido.
***
Sobre el antejardín de la casa el camión que le habían indicado: azul, estacas de madera, viejo. Tres golpecitos en la puerta. Tarda, pero abre una señora con aire tímido y de abuela: ¿Trajo el huevo? Mmmmm, entonces cómprelo y vuelve.
Para verter sobre la hoja en blanco estas letras, hace un esfuerzo que va más allá de hilar frases con algún sentido. Reacio a transcribir sus emociones en páginas que serán de lectura pública, no halla otro remedio que escribir para mejorarse: hace la catarsis o se queda con ella adentro. Las náuseas del día anterior persisten y procura que los otros redactores no lo noten. El agua ayuda poco. Le preguntan cómo estuvo la experiencia. Una sonrisa tímida, que no es de alegría, responde esa pregunta básica, repetida una y otra vez.
A leguas se vería que es una casa de familia. Sala apoltronada, manteles e individuales en punto de cruz. Un reloj de pared con los números dorados. En el comedor la mesa pertinente, un altar con imágenes de Santa Clara, la virgen, un crucifijo y una bombilla menor; encima, un chorro de flores plásticas.
Sentados a la mesa, sobre la cual hay un cenicero lleno de tirillas de papel y un plato con tres huevos descascarados, se da inicio a la sesión. Él escribe su nombre en uno de los papelillos. Repita mientras se pasa el huevo tres veces por la frente: leo esta clara para sacar todo lo malo que me rodea, todo lo malo que me han hecho, todo lo malo que he hecho; lo leo en tu nombre Santa Clara bendita, amén. Tras él, que empieza a sentir un mareo sutil, agrega: Lo leo en tu nombre protector Santísima Trinidad; en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
Rompe la parte superior del cascarón, con un candelabro de vidrio en forma de ángel. Poco a poco derrama la clara en un vaso: Usted tiene buena energía, le va bien ¿pero qué le pasa en lo social? No es el más sociable, lo veo muy pasivo. Esa voz, cansina, viene de otras tierras. Lleva un dejo vallecaucano o del Huila, no es claro.
Dentro del vaso, que eleva hasta la altura de la frente y sobre el cual no deja de vaciar el huevo, se definen tres capas, aceitosas. La superficie es transparente, en la mitad es blancuzco y toma formas que se revuelven como humo de cigarro, leeeeeeeeeeeeeeeeeeeentamente. El fondo es casi traslúcido, con partículas color de ámbar.
Usa gafas y los párpados los tiene inflamados, como si hubiera llorado tres semanas de corrido: Hay una mujer delgada, blanca, que le creará cizaña; evítela. Un hombre mayor, de su familia, le quiere ayudar. Podría empezar un negocio y le iría bien; hágalo en compañía de dos personas con las que se entiende. El humo aceitoso no para. Siente en la boca un sabor a candado. Ella rota el vaso para descifrar imágenes: Hay un viaje que hará en familia.
A su espalda y junto a una alacena, la repisa sostiene 27 vasos con claras de huevo; en medio, una cruz de Caravaca o similar. Si esto fuera una parranda, cualquiera creería que son cócteles. La imagen de la última cena completa el cuadro. Duda y habla más despacio. Desacierta en descripciones físicas de familiares. Su cabello es de un púrpura que tiende al azabache: Veo una mujer en su vida, pero está solo ahora, más porque usted es de los que anda solitario.
Descarga el vaso. A él le pica la nariz. Sus manos de abuela están arrugadas y las uñas de color marrón. Un anillo con dos delfines en el índice derecho y un anillo con flores de rubí en el izquierdo: ¿Sobre qué quiere saber? Pregunte. Sobre nada en especial; quiere salir y ver la luz que las cortinas no dejan percibir. El bombillo y esa atmósfera rojiza, el encierro y todo tan kistch, tan recargado, le embota la cabeza.
Receta baños de manzanilla, clavos y canela para la buena fortuna, así como un velón blanco para la buena suerte. Suena el timbre, se escucha la voz de un hombre que hace seguir a una mujer. En el comedor él le extiende 5 mil pesos a la pitonisa, se despide y antes de salir, ve que la señora que aguardaba en la sala se tira como un gato hacia el comedor, desesperada porque le lean la suerte.
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