IRENE ESCUDERO
EFE | LA PATRIA | NECOCLÍ
Hudson y otros haitianos matan el tiempo en Necoclí jugando al dominó con compañeros de viaje venezolanos mientras esperan que llegue el día en que puedan embarcar rumbo al Darién, la peligrosa selva que les separa de Centroamérica y de su anhelo de conseguir una vida mejor.
Muchos de ellos llegaron hace días, incluso semanas, desde Chile o Brasil, como parte del éxodo que ha emprendido la ruta al norte, rumbo al "sueño americano", y que se encuentra en Colombia, en el primer represamiento, el primer campamento improvisado en Necoclí (Antioquia), en el que les tocará quedarse unas semanas.
Nunca antes se habían registrado cifras tan altas de personas intentando cruzar el Darién. El millar que pasó en enero, en junio se multiplicó por diez y en agosto hicieron la travesía 25.000 personas.
En lo que va de año, las autoridades panameñas calculan que se han adentrado en la selva -o han salido de ella porque no hay cifras de cuántas personas se quedan en el camino- 70.000 migrantes, de los cuales más del 60% son haitianos y si se añade a sus hijos, nacidos en Chile o Brasil, se alcanza el 71% del flujo.
Los que cruzaron en los meses pasados son los mismos que ahora están siendo deportados de Estados Unidos, después de ingresar de forma irregular, o han sido desalojados del campamento improvisado a las orillas del río Bravo, en el puente que conecta Ciudad Acuña (México), con Del Río (Texas).
La calma antes de la selva
A la mayoría de haitianos reunidos en Necoclí, a 3.500 kilómetros en línea recta de ese otro punto, cuando se les pregunta, dicen que su destino no es Estados Unidos; primero México y luego ya se verá.
Algunos bromean y se toman con desaire lo que viene después. Hudson y un compañero venezolano, que duerme en la carpa contigua, piden una fotografía.
"Tómanos una foto, ¿y si me muero en el camino? Será una linda foto de dos amigos que murieron en el camino", dice con una lúgubre sorna el venezolano.
A merced de grupos ilegales
Saben bien a lo que se enfrentan; les han contado de las muertes, que las violaciones sexuales están disparadas, que les van a cobrar jugosas coimas, que son días andando, que se pueden quedar atrás; del calor, la lluvia, la falta de comida y agua.
"De aquí a Panamá puedes encontrar hasta tres filtros de 'guerrilleros' pidiendo dinero", relata el venezolano, refiriéndose a los paramilitares y grupos criminales que controlan el tráfico de migrantes y el narcotráfico que circula en la única parte del continente por la que no pasa la carretera Panamericana.
"Al que no lleva dinero para pagar a los mafiosos, para pagar la vacuna, lo dejan", añade. Hudson lo llama "seguro de vida", y cuesta hasta 100 dólares, pero en la selva todo se paga: cobran por día, por llevar las maletas, por llevar a los niños, por ir por la ruta más corta...
Y continúa: "Si tienes una nena de 14 años, entre cuatro o cinco hombres, la violan", asegura. Y no es desacertado. Hay una "aceleración de los casos", según Médicos Sin Fronteras (MSF), que tiene una clínica donde atiende a las mujeres abusadas al otro lado de la frontera.
En junio atendían un caso por día, más o menos, y a principios de septiembre llegaron a atender a ocho diarios. El último informe que tienen, del 7 de septiembre, contabiliza 207 casos en los últimos cinco meses, pero calculan que ya deben estar en 230.
"Lo que me duele más es que nosotros pasamos por Bolivia, Perú y Ecuador y caminas libre. Solamente acá este quilombo; un desastre", apunta Hudson.
La cifra
17.000 migrantes esperan para cruzar la frontera colombiana con Panamá y los cupos son restringidos a 500 personas que pasan al día, les tocará esperar más de un mes en Necoclí.
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