EFE | LA PATRIA | BRASILIA
La presidenta suspendida de Brasil, Dilma Rousseff, eligió ayer un tono combativo en su alegato final en el juicio político que el Senado sigue en su contra.
Arropada por buena parte de su gabinete; por su padrino político, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, y por amigos, como el cantante Chico Buarque, la presidenta desgranó, durante un discurso de 45 minutos, los argumentos de su defensa en intervención ante el pleno del Senado.
Rousseff dijo que siente el gusto amargo y áspero de la injusticia y advirtió a los senadores que no caería en el obsequioso silencio frente a los cobardes que pretenden atentar contra el Estado de Derecho.
Con una firmeza que se quebró por la emoción contenida apenas unos segundos casi al final de su intervención, Rousseff insistió en su inocencia y aseguró que, en el ejercicio de su mandato, cumplió con rigor con el compromiso de defender la Constitución y las leyes.
"No lucho por mi mandato, vanidad o apego al poder. Lucho por la democracia, la verdad y la justicia", afirmó.
"Solo temo por la muerte de la democracia", llegó a decir en un momento de una intervención en la que insistió en que ha sido acusada injusta y arbitrariamente para darle viabilidad a un golpe de Estado promovido por la élite política y económica.
Este juicio, agregó, es resultado de una conspiración que empezó a cuajarse en octubre del 2014, cuando fue reelegida para un segundo mandato.
Las acusaciones son, a su juicio, pretextos para imponer políticas que atentarán contra los derechos sociales que los brasileños conquistaron desde 2003, cuando Lula llegó al poder.
"Vengo a mirar directamente a los ojos de sus excelencias y a decir con la serenidad de quien nada tiene de qué responder que no cometí crímenes de responsabilidad", dijo Rousseff, que evocó su experiencia en la cárcel durante su lucha contra la dictadura, en los años 70, y denunció que ahora pretenden someterla a "la pena de muerte política".
"La primera vez fui condenada por un tribunal de excepción y de ello quedó una foto en la que miro de frente a mis verdugos con la cabeza erguida, mientras ellos se escondían", recordó.
"Hoy no hay prisión ilegal, no hay tortura, mis jueces llegaron aquí por el mismo voto popular que me llevó a la presidencia y les tengo el mayor respeto por eso, pero los sigo mirando con la cabeza erguida y sufro de nuevo con el sentimiento de injusticia y el recelo de la que democracia sea traicionada", denunció.
La presidenta, suspendida temporalmente del poder en mayo y sustituida por Michel Temer -su vicepresidente-, sostuvo que un cambio de Gobierno, en un régimen presidencialista como el que rige en Brasil, solo puede ser hecho por el pueblo y mediante elecciones y no mediante una ruptura democrática como la que, en su opinión, puede decretar el Senado con su destitución.
"Todos seremos juzgados por la historia", concluyó la mandataria, que insistió en sus argumentos durante el turno de preguntas y respuestas abierto con los senadores.
El pleno del Senado, compuesto por 81 senadores, decidirá, probablemente entre hoy y mañana, el futuro de la primera presidenta de la historia de Brasil.
Desinterés
Afuera del senado, los brasileños dan por descontado que el juicio político que se sigue contra Rousseff concluirá con su destitución esta semana y viven más pendientes de sus problemas cotidianos, como la economía o la violencia, que del destino de la presidenta.
El aún presidente interino supo jugar con los tiempos. El proceso final del juicio contra Rousseff llega apenas unos días después de la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, una experiencia que Brasil exhibe como un éxito, pese a sus muchos problemas de organización y seguridad.
Dichos juegos permitieron a los brasileños hacer una tregua, al menos psicológica, en la batalla por superar problemas cotidianos.
Además, los Olímpicos inyectaron una buena dosis de nacionalismo a un país que ha visto como se desplomaba su sueño de potencia emergente y se ha sumido de nuevo en la recesión.
Pocos recuerdan a estas alturas que fue el expresidente Lula -hoy en la mira de la Justicia por corrupción- quien logró imponer la candidatura de Río para los Juegos en 2009, cuando Brasil estaba de moda, y que los Gobiernos de Rousseff articularon y desarrollaron el proyecto.
Ayer, mientras Rousseff enfrentaba a los senadores, su sustituto -interino- recibía a los medallistas olímpicos brasileños en el palacio de Planalto, la sede del Gobierno.
Temer saborea su victoria por adelantado y prepara las maletas para viajar el jueves a China, con el fin de participar en la Cumbre del G-20 que se celebrará entre el 4 y 5 en Hangzhou, su estreno internacional como presidente de Brasil.
La contundente denuncia sobre un golpe de Estado que Dilma Rousseff viene haciendo desde hace meses debería, al menos, encender las alarmas en un Estado de Derecho. Pero el todavía gobernante Partido de los Trabajadores (PT) perdió su apoyo y Brasil piensa ya en la era post-PT que estrenó el expresidente Lula da Silva en 2003.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015