IGNACIO ORTEGA
EFE | LA PATRIA | MOSCÚ
El presidente ruso, Vladímir Putin, le ha declarado la Guerra Fría a su homólogo de EE.UU., Barack Obama, y ha puesto en suspenso las relaciones entre ambas administraciones hasta que se conozca la identidad del nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Es un secreto a voces que ambos dirigentes nunca se han sentido cómodos sentados a la misma mesa, aunque el jefe del Kremlin nunca ha llegado a criticar directamente a Obama, quien sí ha acusado a Putin de recurrir a la fuerza para recuperar la gloria perdida.
Pero Putin cruzó definitivamente la raya cuando anunció que Rusia abandonaba el tratado con EE.UU. de reconversión del plutonio militar, entre los pilares del programa de desarme que tenía como objetivo acabar con la amenaza de una nueva Guerra Fría.
En respuesta, Washington suspendió la cooperación con Rusia en Siria, tras lo que el secretario de Estado, John Kerry, fue aún más allá al hablar de crímenes de guerra en Alepo, a lo que Moscú replicó con alusiones a Irak.
Según los expertos, ninguna de ambas decisiones son fatales, ya que EE.UU. ya no cumplía el tratado sobre el plutonio desde 2014 por su alto coste y la cooperación bilateral en Siria era papel mojado desde hace varias semanas.
Vuelve la tensión
Desde tiempos de Ronald Reagan, que acusó a la URSS de ser "el imperio del mal", las relaciones entre ambas potencias nucleares no eran tan tensas, y la herencia que recibirá el futuro presidente norteamericano será envenenada.
La lista de afrentas es interminable: desde los ataques contra hospitales, escuelas o convoyes de la ONU en Siria a los ciberataques rusos contra instituciones políticas norteamericanas.
Por eso, Putin ha decidido poner sobre la mesa los deberes que debe cumplir la próxima administración norteamericana con la inestimable ayuda del Congreso para normalizar las relaciones con Rusia, ya que Obama ya está de salida.
Los analistas consideran que, ya que el nuevo presidente de EE.UU. asumirá el cargo en enero, mejor iniciar las relaciones desde una posición de fuerza y lo ideal sería que Alepo cayera en manos del régimen de Bachar al Asad antes de las elecciones presidenciales.
Si no, cómo entender que Putin imponga condiciones imposibles de cumplir para el nuevo presidente de EE.UU., aunque éste sea el republicano Donald Trump, quien ha expresado su deseo de forjar una relación constructiva con el líder ruso.
EE.UU. nunca retirará las tropas y misiles que desplegó en lo que va de siglo en los países del antiguo bloque comunista que ingresaron en la OTAN (los bálticos, Rumanía y Bulgaria), al igual que no dejará de apoyar a Ucrania y rechazar la anexión de Crimea.
Tampoco es probable que levante las sanciones económicas y, menos aún, que compense a Rusia por las pérdidas económicas sufridas, como exige Putin.
Al parecer, según los analistas, el líder ruso ya se ha hartado de intentar que EE.UU. le acepte como un igual entre las naciones democráticas y ha decidido imponer sus propias reglas de juego, que van más allá de la idea del mundo multipolar.
Ante la renuencia de China a implicarse en la solución de los problemas mundiales, Rusia está dispuesta a asumir el papel de contrapeso a EE.UU. desde Siria a Ucrania.
A Putin le viene como anillo al dedo ese papel de líder mundial, ya que es la mejor forma de aplacar el descontento por la profunda recesión de la economía rusa y la represión de las libertades en su país.
Aunque Putin insiste en que Rusia no se verá empujada a una carrera armamentista como la URSS, el Kremlin ha aprobado costosísimos programas de rearme y se plantea reabrir sus bases en Cuba y Vietnam.
El problema es que algunos analistas temen que la situación se le vaya de las manos y, como ocurriera tras la invasión soviética de Afganistán, pasemos de la malas caras al aislamiento, el bloqueo y los choques armados en terceros países, una batalla que Rusia tendría perdida de antemano.
El presidente ruso, Vladímir Putin, dijo ayer que la falta de seguridad es el problema para llevar ayuda humanitaria a Alepo y aseguró que EE.UU. "no quiere o no puede" aceptar su propuesta de que tanto el Ejército como la oposición siria se retiren de la ruta de acceso.
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