Enrique Rubio
EFE|LA PATRIA|LONDRES
Como si fuese un trampolín divino desde el que proyectarse, el nuevo monarca del Reino Unido, Carlos III, se apoyó ayer en la figura indiscutida de su madre, Isabel II, para lanzar su reinado y ganarse el apoyo de los ciudadanos.
Carlos no es un maestro de la oratoria. Abundan en el Reino Unido los chistes sobre su acento marcadamente esnob (el famoso “labio rígido” de la aristocracia) y raramente ha conseguido transmitir empatía en sus intervenciones públicas.
Y aunque su popularidad ha crecido en los últimos años, siempre se le ha percibido como un personaje más bien antipático. Durante años llegó incluso a circular la hipótesis infundada de que abdicaría en su hijo, Guillermo, antes de asumir la Corona.
Por eso, buen sabedor de que ahora mismo su mayor patrimonio es ser hijo de su madre, ayer presentó su misión como una continuación de la vida de servicio que Isabell II llevó.
Solo 24 horas después de su fallecimiento en el castillo de Balmoral a los 96 años, su primer mensaje a la nación fue un tributo a Isabel II. Así se encargó de recordarlo la foto que aparecía a su izquierda, encima de la mesa en el Salón Azul del Palacio de Buckingham donde se grabaron las palabras.
Pero el discurso también quiso apuntalar varios flecos en otras direcciones.
Apenas entró en cuestiones políticas más que para recordar que “defenderá los principios constitucionales” al igual que hizo su predecesora. Una de las claves del éxito de la anterior soberana fue precisamente haber esquivado siempre el barro político para mantenerse como una figura por encima de querellas partidistas.
Carlos buscó refugio en la “inspiración y el ejemplo” que supuso Isabel II para él y toda su familia.
“A mi querida mamá, mientras comienzas tu último gran viaje para unirte con mi querido papá, quiero decirte simplemente esto: ‘Gracias. Gracias por tu amor y la devoción a nuestra familia y a la familia de naciones a la que has servido diligentemente todos estos años’”, le dirigió su hijo.
Vestido con traje y corbata negros, Carlos III apareció sereno y con gesto compungido al hablar a sus ciudadanos por primera vez como rey.
Al insistir una y otra vez en la vocación de “servicio” que presidirá sus acciones, se remitió directamente al célebre discurso que su madre dio en 1947 en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) a la Commonwealth, que se convirtió en el “leit motiv” de su reinado.
“La reina Isabel tuvo una vida bien vivida, una promesa con el destino cumplida. Ahora es llorada en el momento de su muerte. Yo renuevo hoy esa promesa de servicio a lo largo de mi vida”, dijo.
Buena parte del mensaje al país se centró en repasar el estatus de su familia más cercana, fuente inagotable de escándalos y material de primera para la ávida prensa sensacionalista en el Reino Unido.
Comenzó por su propia mujer, Camila, quien tardó en ganarse el afecto de los británicos por haber sido amante del entonces príncipe cuando éste estaba casado con Diana de Gales.
“Cuento con la ayuda amorosa de mi querida esposa Camila. En reconocimiento de su leal servicio público desde nuestra boda hace 17 años, se convierte en mi reina consorte. Sé que ella aportará a su nuevo rol la devoción firme por el deber”, dijo.
Confirmó que su primogénito y heredero de la Corona, Guillermo, pasa a ser príncipe de Gales, el mismo título que él detentó, mientras que su mujer, Catalina, será princesa de Gales, la primera desde el fallecimiento de Lady Di hace 25 años.
Una fuente cercana a la pareja, citada por la agencia británica PA, dijo que Catalina “aprecia la historia” aparejada a su nuevo título, pero quiere “mirar al futuro según va creando su propio camino”.
Finalmente, Carlos se acordó de su hijo pequeño, con quien las relaciones son gélidas, para mostrar su “amor por el príncipe Enrique y Meghan, mientras siguen construyendo sus vidas en el extranjero”, después de que ambos decidieran abandonar el país para instalarse en EE.UU..
Horas antes de la difusión de su discurso, Carlos III había recibido su primer baño de masas en la plaza del Palacio de Buckingham, donde estrechó decenas de manos de ciudadanos.
El rey quiso así mostrar su faceta más humana y cercana, muy diferente a la imagen distante y estirada que siempre se le ha atribuido.
No escatimó el contacto y las sonrisas con el público, aunque sin llegar tan lejos como pretendía una espontánea que trató, sin éxito, de besar al nuevo monarca.
Carlos había llegado por la mañana procedente del castillo de Balmoral, donde pudo despedirse de su madre antes de morir, y su primer acto oficial en Londres fue reunirse con la primera ministra, Liz Truss, novata en el cargo como él.
En un infrecuente extracto en video de la audiencia -que suelen celebrarse en total privacidad-, Carlos III recibe cariñosamente a Truss y promete “no robarle demasiado tiempo”.
Tras recibir las condolencias de la primera ministra por la muerte de su madre, Carlos le reconoce que se trata de “un momento que había estado temiendo”, al igual que otra mucha gente.
Hoy Carlos III será proclamado oficialmente nuevo monarca por el llamado Consejo de Ascensión, en un acto protocolario que pese a todo no supone su coronación, para la que habrá que esperar aún algunos meses.
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