Tener problemas, dificultades y sufrir grandes pérdidas hace parte del vivir de todo ser humano. Esto lo explica la iglesia Católica como la cruz que todos cargamos, y dependiendo de nuestra fe y fortaleza para enfrentar los problemas, el peso se hace aún más tortuosa o llevadera.
"Existen testimonio muy grandes de vida y contradictorios. Personas que lo tienen todo y no son felices y los que tienen problemas y enfermedades son felices y agradecidos con Dios. Nadie lleva una vida perfecta, por eso debemos acercarnos a Dios y seguir su camino para comprender lo que quiere en nuestras vidas", explicó el sacerdote de la Parroquia de Las Mercedes, en el municipio de Marulanda, Héctor Fabio Noreña.
Vocación de servicio
María Cenelia Arredondo nació en Pensilvania, Caldas, y desde hace 32 años está dedicada a servirle a abuelos abandonados. Su fundación llamada María C. la creo con el último sueldo que le pagaron antes de renunciar a su trabajo como enfermera, que es su profesión. "Le dije a Dios, aquí están mis manos, úsalas como quieras, quiero dedicarme a tu obra y como tú eres el dueño del oro y la plata, guíarme".
Para esta mujer las dificultades y las tristezas en su vida han sido muchas. La falta de dinero para mercar, pagar los servicios, tener que despedirse o enterrar un abuelito que recogió de la calle o un hospital y soportar la muerte de su esposo, hace poco más de un año. Sin embargo, por ser el servicio lo que le da sentido a su vida, asegura que han sido más las alegrías y, por ello, a cada minuto le da gracias a Dios por sus bendiciones.
"El amor por los ancianos es un don que recibí. Mi labor no la hace nadie, ni por plata, creo que la vida me puso al lado de los abuelos abandonados para brindarles una mejor calidad de vida, he sacrificado todo por ellos", dijo.
Sus tres hijos, quiénes han aprendido de su humanidad, le ayudan a María C. en diferentes actividades en las dos sedes de la fundación, en las que también recibe personas de otras partes que están de paso en la ciudad.
"Mucha gente me dice que entregue esos viejitos, no se sacrifique ni se mate más. Pero a mí ese reproche me incomoda, porque he encontrado en esta labor la felicidad".
Asegura que la cruz de su vida es muy liviana, porque con Dios su lado todo se le hace más fácil y a los problemas les ve solución. "He echado la última panela a la olla, pero al otro día algo pasa, y me llega otra panelita para mis ancianos", concluyó.
"La vida me dio una segunda oportunidad"
Hace 10 años, Jhon Jairo Rodríguez, cuando salía de su trabajo fue atracado por dos hombres, quiénes después de quitarle su celular, le dispararon en el pecho. Al ser trasladado al Hospital, los médicos aseguraban que moría o quedaba como un vegetal, pues la bala atravesó su cuerpo.
"Perdí algunas neuronas del cerebelo, que me ocasionaron falencias en la visión, el equilibrio y el tacto", explicó el joven invidente.
Estar vivo, para él, era tener una segunda oportunidad en su vida, casi como volver a nacer, pero adaptarse a su nueva condición, después de haber disfrutado de sus sentidos, no fue fácil.
"Al principio sentía que la cruz que Dios me había puesto era muy pesada, yo odiaba, y tenía muchos rencores en mi corazón. Cuando las personas que me visitaban me preguntaban qué me traían, les respondía: veneno".
La necesidad de perdonar a las personas que le dispararon ese 21 de septiembre de 2002, para seguir su vida y aceptar lo sucedido, llevó a Juan Carlos a la iglesia y a Dios.
"Un día me caí, me raspé y mi rodilla sangraba mucho, pero esa vez no renegué como las otras veces, sino que dije: bendito sea Dios, que esta sangre purifique mi familia. Y fue la última vez que me caí o que le diablo no me volvió a empujar", contó Juan Carlos.
La mayoría de las personas que en algún momento se han cruzado por la calle él o conocen su historia, se sorprenden de la valentía y fortaleza con la que este joven ha sobrellevado las fuertes secuelas que sufrió. Con tan solo un bastón y sin la ayuda de nadie, camina por las calles, se transporta en bus, cuando su familia se va de viaje almuerza por fuera, y en su casa recorre todos los rincones como si la vista no le fallara.
Vida nueva después de la tragedia
Sacar gravilla, piedras y arena de la quebrada Manizales le permitió a doña Gloria Gallego, de 56 años, conseguir la casa en la que vivió hasta el 21 de marzo del año pasado, cuando la misma quebrada se la quitó en una avalancha.
Esta mujer, que siempre ha vivido sola, dice que pese a los problemas que se le presenten lo último que hace es renegar. "Cuando pasó la avalancha y se me llevó la casita, no dije por qué Dios mío, sino para qué. Lo importante es que quedé con vida para seguir luchando y trabajando. Las cosas materiales se consiguen".
Luego de haber pasado varias noches en la acción comunal y recibir durante tres meses un subsidio de arrendamiento, Gloria logró conseguir un trabajo en la ladrillera de Maltería, a pocos metros de donde quedó enterrada su casa por el lodo. Los dueños de la empresa le ofrecieron arreglar un cuarto para que viviera allí.
"Dos fundaciones me ayudaron mucho, prácticamente me dieron todo nuevo, estufa, cama, camarote, de todo. Comencé mi vida otra vez".
Ahora doña Gloria no saca de la quebrada piedras ni arena, sino que remoja bloques de cemento y los carga a los camiones. Dice trabajar menos y ganar más.
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