LA PATRIA | MANIZALES
Un viejo reflexiona
Joven de ancha espalda,
tú que bebes
y ries estruendosamente,
no mires con desdén
la decrepitud de este viejo.
Muchacho de sangre chispeante
como una mecha de dinamita
bien sé que te parezco
un ajado saco de debilidades.
Tú que levantas pesas
y por eso te crees fuerte;
tú que has seducido y engañado
y por eso te crees listo;
tú que has cumplido probablemente los 23
y por eso te crees inmortal,
a ti te perdono.
Este viejo, aunque no lo creas,
tiene su mérito:
ha llegado hasta aquí.
¿Podrás hacer lo mismo?
Evidencia
Me encanta
sus ojos con sabor a frambuesa,
y esos labios pintados
con su niebla de miope.
Nada iguala las largas
y negras uñas de su pelo
rascándole la espalda.
Nada es más armonioso
que los tobillos
de sus sedosas manos.
Homoplatos no hay
como los que tienen sus pechos,
no hay empeine
como el de su ombligo.
Armoniosa es la pelvis
de sus besos,
sin par la cintura
de sus delgadas cejas.
No existe vello púbico
como el sus palabras de amor.
El espejo marchito
El espejo en que me he mirado
está marchito.
No soy yo ese hombre
de algunas canas ya, con lentes
y cuarenta años encima
que se asoma en él.
Como un árbol sin abono,
descuidado y sin riego,
el espejo en que me he mirado
está marchito,
languidece.
Traed agua, regadlo.
Traed abono, humos a ser posible
o del químico
si no hay remedio.
Prodíguenle, como a una flor,
frases amables.
Revitalícenlo que se está muriendo.
Ayer no más,
este espejo estaba lozano, vigoroso.
Lo sé porque al mirarme en él
tenía 20 años.
Ayer no más.
Apenas ayer.
Confesión
Puedo ser de lo peor
simplemente porque soy tan frágil
como una luciérnaga
atrapada en un puño.
Si meto miedo con mis gritos
quizá es que no ha habido para mí
una frase de cariño
en las últimas 24 horas.
El hombre de la calle
a quien armo bronca
porque me ha rozado el hombro en su prisa,
sólo es culpable de no ser mi tierna madre
para ofrecerme el hombro
y recostar en él mi llanto.
Yo reto a duelo a muerte
a quien siento que está feliz
tan solo por soltarle un aguacero en el alma,
para contrariar su risa
y que sea mi par -por un segundo-
en la desgracia.
Yo soy un niño terco
metido en ropa de hombre mayor.
Alguien que se da de golpes contra el mundo
por no desnudar sus miedos,
sus carencias.
¡Ah, Dios mio!
Terco riachuelo
El riachuelo de mi infancia
nunca gozó
de cabal salud.
Los excesivos soles
lo dejaban exhausto y delgado,
hecho puros huesos.
Se le veía el costillar
de piedras,
todo el tiempo.
Siempre pensé que se secaría,
que su carnadura de agua
se la llevarían los muchos soles sobre su lomo
que otra generación
no tendría el privilegio
de lanzarse al vientre generoso de sus charchos,
que no habría más paseos de olla
en sus orillas.
Pero ya ven,
como un perfume fino
que viene en envase pequeño,
ahí sigue el terco riachuelo
de mi pueblo.
Proclama por ti
Si mis enemigos me difaman,
no encontrarán respaldo.
Si buscan consenso para darme muerte,
podrán tener todos los votos,
mas habrá siempre
minoría en sus filas.
Si se marchan todos para dejarme solo,
terminarán burlados.
Yo cuento contigo, amor,
y tu sola haces mi mayoría.
Pasión en do mayor
Teclas de piano
los dedos de tus pies.
Teclas que toca
mi lengua, que ensaliva,
que aprisiona
contra el cielo del paladar.
Teclas desde las que arranco
a tu boca
la armonía del gozo,
el alegro del corazón.
Teclas con uñas
esmaltadas de rosa.
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