Por Fernando-Alonso Ramírez
En el paro, ni un micrófono para el poeta.
La lectura de poemas de Darío Jaramillo Agudelo, el miércoles de la semana pasada en la Universidad de Caldas se retrasó porque todos los micrófonos estaban ocupados en las asambleas de los estamentos del paro que se realizaba allí. Al poeta finalmente le tocó hablar a viva voz, para un escenario de unas 100 personas.
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.
Este poema le dio a Darío Jaramillo Agudelo el campeonato del mejor verso de amor de la poesía colombiana, y digo campeón, porque él, que soñó con jugar para DIM, disfrutará más de esta palabra. Además, el subcampeón fue José Asunción Silva, doble mérito para Jaramillo.
Él prometió entonces hablar más fuerte, aunque se nota que es un esfuerzo para su garganta, y el público se comprometió a escuchar. Era fácil, se trataba de un poeta mayor vivo que leería sus poemas de amor, de gatos, de olvido. Por supuesto, antes hablamos con él.
¿Qué significó haber obtenido el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura este año, cuando a usted todos lo ven como un maestro que ya ha trascendido en la poesía colombiana?
Lo primero es que a mí me gusta la plata y me gustó mucho ganarme ese premio. Lo segundo es: los premios son una lotería, confluyen una serie de circunstancias, todas provenientes del azar y entonces resulta uno premiado. En este caso un jurado que entre unos finalistas me escogió. De todas maneras es gratificante que hablen bien de uno. No creo que el método para escoger poesía sean los premios, pero si me benefició de esa manera tampoco me disgusta.
A la fija
Octavio Escobar presentó al conocido poeta y menos conocido novelista y, entre otras cosas, dijo que le hubieran entregado tal reconocimiento le daba más lustre al premio que a Jaramillo.
La poesía ha cambiado mucho. Le pregunté a Jorge Franco sobre la poesía y me respondió que como no tiene buen criterio para escoger, va a la fija con los clásicos.
Tiene razón Jorge.
¿Cuál debe ser ese criterio para escoger buena poesía hoy?
En principio el método que enuncia Jorge es es el más cierto, los clásicos. No te vas a equivocar si estás leyendo a Becquer o a Rubén Darío o a Aurelio Arturo. Lo otro es un riesgo, tal vez uno necesite el bordón de la gente que está en la salsa y conoce. Entonces también es bueno mirar qué se dice de esos poetas. Como esa famosa película de Robbin Williams, todos los poetas están muertos, y los que quedamos vivos somos como aprendices, y el tiempo será el que diga si éramos de la lista o no. No es cosa que uno pueda decir por uno mismo.
Entonces ¿tendremos alguna certeza para criticar la poesía?
Utilizando los parámetros de lo que hemos considerado como bueno, por un lado, y por el otro, apelando por el gusto de la gente que conoce. Si leo una reseña de José Emilio Pacheco, que me recomienda un poeta, le creo. Estoy leyendo El taller blanco, de Eugenio Montejo, en que da a conocer un montón de poetas de otras lenguas que no conozco. O cuando uno está en el oficio y lo nombran jurado de un premio, descubre cosas. Por ejemplo, que la poesía es un privilegio: llegan 300 libros y hay medio que sirva, pero de pronto aparecen. Descubrí a José Manuel Arango hace 50 años por un libro que mandó a un premio. Cuando a uno le toca ser jurado descubre cosas reveladoras e interesantes.
Siempre armado
¿A la hora de escribir poesía lo hace ya con cierta certeza o sigue siendo un parto?
Ni parto ni facilidad. Creo que el poema se le aparece a uno y uno tiene que estar armado, por ejemplo, despierto. Si uno está despierto y se le aparece uno de esos versos geniales de medianoche, luego no se acuerda. El verso aparece cuando le da la gana. Entonces cargo lápiz y sacapuntas, por si acaso.
Y nos mostró la prueba de que el poeta siempre anda armado: sacó del bolsillo de su saco un sacapuntas cilíndrico, alargado, plateado, que engarzaba un lápiz en cópula perfecta. Y siguió con la respuesta:
"No creo que sea un parto, para mí, escribir es un placer. No pertenezco al género de los que se mueren frente al papel en blanco".
Su Antología de Crónica Latinoamericana debió ser un trabajo difícil por la calidad de los cronistas de este continente.
Llegué a ese género con la convicción de que el periodismo narrativo es literatura. Que lo que se narre o no sea ficción o realidad no es determinante en que sea literatura o no. Hay magnífica literatura en la crónica latinoamericana. Hice un volumen de poco más de 50 crónicas, y admito que esa selección pide a gritos un segundo volumen, y se quedó gente muy buena por fuera. El libro tiene ocho o diez años y con la perspectiva de lo que ha pasado después con la crónica, sí que es cierto que los grandes se han engrandecido, Salcedo, Caparrós, Villoro, Leila Guerriero son cada vez considerados más como grandes escritores. Y viene un montón de gente joven, excelente. Hay una cosa que es una dicha con la crónica, no tienen derecho a ser aburridos. En cambio los novelistas no solo creen tener ese derecho, sino que hacen uso de él constantemente. Es el género más refrescante. A una isla desierta, el libro que me llevaría sería de crónicas, sin duda.
Justamente se acaba de dar el premio Simón Bolívar de Periodismo a toda una vida a Juan José Hoyos.
Merecidísimo. Juan José es un excelente cronista, un maestro. Uno habla con Alberto Salcedo, a mi juicio el gran cronista colombiano, y Alberto alude a Juan José con razón como su maestro, y se lo merece. Además, me encantó el discurso.
Aletargados en perpetua siesta
después de inconfesables andanzas nocturnas,
desentendidos o alertas,
los gatos están en la casa para ser consentidos,
para dejarse amar indiferentes.
Dios hizo los gatos para que hombres y mujeres aprendan a estar solos.
Los jóvenes que vienen a mirarlo con esa mirada de maestro de la poesía…
Pobrecitos…
¿...qué decirles?
Nada, que cambien de maestro…
¿Y frente a la poesía?
Los que escriban, y aunque lo que escriban sea prosa, el viejo consejo: lo que tienen que leer es poesía. Que lean a Neruda, a Borges, a Aurelio Arturo, a José Emilio Pacheco. La poesía les va a enseñar rigor con el lenguaje y les va a enseñar a penetrar en la realidad con desconfianza, pero con sabiduría, y yo creo que eso puede ser bonito para los que escriban y para los que se quieran conocer por dentro, también. Y para los que quieran enamorar a la vecina, pues un poema de Pedro Salinas o de Neruda es un arma letal.
O de Darío Jaramillo Agudelo. Para la muestra este botón:
¿Por qué no tu boca aquí,
por qué no sobre mi piel tu aliento
por qué no adentro yo de tus abismos?
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Que el azar me lleve hasta tu orilla,
ola o viento, que tome tu rumbo,
que hasta ti llegue y te venza mi ternura
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