LA PATRIA | MANIZALES
La fiesta de Navidad, en su sentido histórico y filosófico, evoca para la humanidad el origen de su evolución espiritual.
Ella conmemora, nada menos que la venida del Hombre Dios al mundo para su restauración. Pues no de otra suerte convenía al hombre, sino que su Dios se vistiera con los andrajos de una naturaleza corruptible para enaltecer así la dignidad humana avasallada por un paganismo concupiscente.
La filosofía de la historia humana empieza a transformarse con la ruina del Imperio Romano que, hasta entonces había logrado reunir bajo la sombra gloriosa de sus águilas invictas, todos los reinos del mundo conocido.
Y en verdad, la antigua y poderosa Roma desfila humillada ante la cuna del divino infante con la olímpica teogonía de sus dioses y la soberbia dinastía de sus césares. Sus tronos se desploman y por los mármoles sus escalinatas regias, ruedan cetros y coronas que son los simbolismos inertes de reinos que agonizan a los pies de la Belén.
Como vemos, la Roma pagana de los emperadores muere, y nace la Roma cristiana de los papas, para ser la primera depositaria de una filosofía divina destinada a regenerar al mundo.
Los hombres que habían degenerado la libertad, convirtiéndola en vergonzoso y esclavizante libertinaje, rompen las cadenas de sus vicios y comprendiendo la excelsitud de su destino, emprenden la vía de la santidad y ésta la razón, por la cual, los silenciosos desiertos del Egipto contemplan asombrados prodigios de penitencia.
Al calor de la cuna de Belén nace la caridad y como una flor de los jardines de Dios crece en los yermos de la miseria humana. Nace la fe y en sublime fraternidad con la esperanza dan al espíritu las alas divinas de la oración y enséñanle el idioma celestial de la plegaria. Nace también la castidad que levantando al hombre de los lodazales de la impureza le hace remedo de los ángeles.
En síntesis, por la humanización de Verbo nacieron todas las virtudes que enaltecieron y espiritualizaron a la humanidad.
Pero oh desventura!, el mundo torna a materializarse nuevamente y es porque todas las virtudes que nacieron al calor de la cuna de Belén agonizan o indudablemente morirán, ahogadas en un diluvio de concupiscencias, como murieron la Roma pagana de los césares y los imperios que la misma había logrado reunir bajo su centro.
La humanidad no escucha hoy el himno angélico de la paz, porque en la tierra ya no existen hombres de buena voluntad; ni tampoco ha vuelto a depositar junto a la cuna divina, como en otro tiempo los magnates del oriente, el oro de la caridad, la mirra de la fe y el incienso de la esperanza.
El hombre ya no espera, porque no cree; ni ama a su semejante, porque el amor ha sido reemplazado por el odio; y aún el mismo que trajo la caridad a la tierra, no es hoy el deseado, sino el odiado de las naciones.
La Navidad, no es ya la fiesta de la fraternidad cristiana, porque el modernismo de nuestro siglo la ha convertido en una fiesta puramente social con caracteres de orgía: de aquí que las alegrías de la Noche buena no lleguen hasta los antros del dolor, donde la miseria clava su diente de can enhambrecido sobre carnes afligidas por todos los tormentos. Con seguridad que Noel no llevará sus obsequios a las casuchas misérrimas donde mora el infortunio; porque Noel es hoy el mundo con sus pompas y vanidades, y el mundo no ama a los miserables, sino al becerro de oro.
Que siga, pues, Noel sentado al banquete de Navidad con sus convidados; que se embriague con el licor de todos los placeres; pero no siga diciendo irónicamente que la Navidad es la fiesta en la cual todos gozamos, porque hay que admitir en ella la triste dualidad de la vida; pues si para unos trae en su ánfora de oro alegrías, sonrisas y cántares, para otros trae en su ánfora de arcilla lágrimas y recuerdos dolorosos de seres amados que se fueron para jamás volver.
Marco Tulio Sánchez M.
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