Mateo Ortiz Giraldo
LA PATRIA | Manizales
Cuando se despliegan las páginas de Los Once, novela gráfica publicada en marzo del 2014 por los hermanos Miguel y José Luis Jiménez, y su amigo de toda la vida, Andrés Cruz Barrera, se llega al horror que el país vivió el 6 y 7 de noviembre de 1985. Fecha en la que tuvo lugar la toma y retoma del Palacio de Justicia en Bogotá.
Sobre ese horror y otros tantos, hablaron los hermanos Jiménez en el marco de la X Feria del Libro de Manizales. En su charla “Novela gráfica colombiana: historia de la violencia nacional” disertaron sobre la historia de la novela gráfica en Colombia, sus posibilidades narrativas, la violencia y el buen momento por el que, según Miguel Jiménez, atraviesa esta forma de crear.
Los Once, un retrato de la Toma
Jiménez relata que la manera en la eligieron el tema la novela Los Once fue superficial. Él explica que llegaron a la toma del Palacio de Justicia por la necesidad de cumplir los requisitos para aplicar a una convocatoria: “Tenía que ser una locación de Bogotá, una historia que se contara en una sola tinta, en este caso a blanco y negro y que tuviera un componente social que fuera evidente”.
Él explica que partieron de un referente visual de “el edificio gigantesco que parece una jaula, que estaba en llamas, con un tanque entrando”. Así, se preguntaron: “¿Qué pasaría se contamos una historia de ficción en ese entorno?”.
El resultado es lo que algunos críticos describen como “una pieza clave para retratar la violencia y su impacto en la vida cotidiana”. Este objetivo tardó más de dos años en lograrse, tras la presentación en esa convocatoria: “Después de ponerlo en consideración de varias personas, Laguna Libros decidió apostarle al proyecto. Pasamos a tener un libro que poseía un texto narrativo y una serie de citas que sitúan al lector en los momentos histórico de la Toma”.
Este artista asegura que uno de los riegos que corrieron al hacer esta novela fue irrespetar a la víctimas, debido al formato de “fábula”, en el que los roedores son los personajes centrales. “Después de hacer el ejercicio nos dimos cuenta que ese formato ayudaba acercar más a las personas para que entendieran la historia”, señala.
Nuevas apropiaciones
Según Jiménez, el riesgo de narrar la historia de la violencia colombiana de otras formas no es solo de ellos. Él analiza que otros autores están tomando esta determinación, hecho que ha impulsado a la novela gráfica en el país. “Narrar la historia de una manera fresca ayuda a que las personas no se predispongan frente al contenido del libro”, indica.
Él afirma que esa apropiación de temas como la historia y la violencia en el arte son fundamentales para una sociedad. Comenta que los países que son orgullos de su creación cultural han logrado asimilar episodios violentos de una mejor manera: “Para nosotros es muy valioso poder contribuir en temas que son difíciles de narrar. Esa es una de las funciones que tiene el artista”.
En ese proceso de apropiación de la historia del país la novela gráfica ha sido fundamental, asegura Jiménez. Según él esa narración permite ver los temas desde otra perspectiva. “Con la novela gráfica tenemos una infinidad de géneros para materializar lo que se quiere contar, así como también diferentes formas de lograrlo desde el arte”, aclara. En estas novelas se une el rigor investigativo y la capacidad creativa del arte, comenta.
Un buen momento
“La novela gráfica en Colombia está pasando por un momento muy saludable”, expone Jiménez. Para él, el país y los lectores están atravesado por un cambio de paradigma, hecho que le permite a este formato salir de los lugares comunes.
“Se está rompiendo esa barrera del cliché donde los cómics son para un público infantil, no refinado o una mezcla de las dos. La gente se está dando cuenta que hay nuevas formas de narrarnos como sociedad”, explica.
Este interés de los lectores por nuevas narrativas hace que, indica Jiménez, surjan nuevas editoriales que se interesan por publicar autores que exploran la novela gráfica: “Estas plataformas genera que se vuelvan visibles autores que están ocultos y tiene muchas cosas por decir”.
90 años de historietas
Para rastrear los orígenes de la “novela gráfica” en Colombia es necesario viajar más de nueves décadas atrás. En 1924, cuando el género no había nacido. En ese año apareció Mojicón un personaje creado por el dibujante Adolfo Samper. Mojicón circuló seis años en el periódico El Mundo y, según su mismo creador, este estaba basado en Smitty, de Walter Berndet, historietista estadounidense.
Treinta años más tarde, en la década de los 60, surgieron artistas con mucho mayor impacto como Copetín y Ernesto Franco. Ambos, artistas que publicaban en el diario El Tiempo. Fue durante esos años que los medios de comunicación empezaron a publicar viñetas y a popularizar la sátira que estas contenían.
Durante los 80 y 90 las publicaciones como ACME, TNT y Agente Naranja se encargaron de llevar este género a otro nivel en el país. De allí, que coleccionistas y expertos consideren estas revistas como referentes fundamentales de la historieta colombiana.
Según propone publicaciones como El Museo Virtual de la Historieta Colombiana, uno de los momentos más negros de la historia del cómic en Colombia fue cuando esta estuvo al mismo nivel que la pornografía, el azar y el tarot, debido a la La Ley 98 de 1993, también llamada la Ley del Libro. Una vez esta se desmontó, la historieta puedo circular de una manera más libre.
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