LA PATRIA | MANIZALES
Una de las tradiciones navideñas desafortunadamente hoy desaparecidas, pero que en su tiempo hacían parte esencial de la conmemoración era la de casar aguinaldos, he- cho que se cumplía entre el 16 y el 24 de diciembre con una participación colectiva a la que nadie escapaba, ya se tratara de niños, jóvenes o ancianos, hombres y mujeres de todas las condiciones sociales.
Esencialmente consistía en hacerse acreedor a un regalo mediante el cumplimiento de severas pero simples reglas que se respetaban inexorablemente. El más popular y generalizado se cumplía cuando entre las fechas atrás anotadas se encontraba uno con un pariente y amigo y le gritaba: "Mis aguinaldos".
Quién primero lo hiciera se hacía acreedor a un presente. Dentro del hogar este aguinaldo tenía singular encanto pues, sobre todo los niños y jóvenes de entonces apelabamos a mil tretas para pillar descuidados a nuestros padres y gritarles la palabra mágica, lo que en la mayoría de las veces les causaba sustos tremendos, porque nos escondíamos debajo de las camas, detrás de las puertas o nos introducimos dentro del armario de nuestra madre, que al abrirlo se encontraba con un inesperado visitante.
"El tumbis" era un aguinaldo que se casaba esencialmente entre los muchachos y consistía en tratar de hacer caer al suelo cualquier cosa que portara en sus manos el contrincante de turno, objeto que automáticamente quedaba de propiedad del autor de la tumbada. Este aguinaldo se prestaba para grandes problemas, pues muchas veces lo que se nos tumbaba eran encargos familiares, libras de maíz, azúcar, etc., y las más de las veces terminabamos engarzados en descomunales trompadas, debido a la forma casi siempre muy brusca como eramos golpeados para obligarnos a soltar lo que llevaramos en la mano.
Otro aguinaldo que se prestaba para furruscas era el de la palmada en la espalda que obligaba a quienes lo casaban a mantener una mano guardando sus espaldas, pues cuando no se cumplía tal requisito, recibía uno generalmente una palmada nada suave mientras el ganador gritaba "mis aguinaldos", provocando en el perdedor el natural susto y la rabieta por lo fuerte del golpe.
El "pajita en boca" obligaba a los que lo casaban a mantener algo sólido en la boca, que se debía enseñar, cuando el contendor gritaba "pajita en boca", pero los más expresivos y universales de los aguinaldos que se casaban eran los de "hablar y no contestar", "el sí y el no" y "el encanto pues, sobre todo los ni- beso robado".
Estos tres aguinaldos tenían un encanto especial para los enamorados y los recién casados, por razones obvias.
El primero consistía en no responder a las preguntas que el novio o la novia hicieran, aguinaldo que inevitablemente era ganado por las damas, pues los novios eran incapaces de permanecer callados cuando la amada les preguntaba, por ejemplo, si se querían casar con ella o la querían.
"El sí y el no" obligaba a uno de los jugadores a responder sí a todeo lo que se le preguntara, mientras el otro debía hacerlo negativamente. Este aguinaldo permitía que los contrincantes hicieran verdaderas demostraciones de ingenio para obligar al otro a responder lo contrario de lo que le correspondía. Este aguinaldo también se lo ganaban casi siempre las novias por razones que cualquier lector entenderá muy fácilmente.
Finalmente, "el beso robado" era el más apetecido y más luchado, especialmente por los novios y esencialmente, como su nombre lo indica, radicaba en pillar descuidada a la novia y robarle un beso en una mano o cuando más, en la mejilla, para lo que se tomaban medidas he- róicas como llegar al portón de la casa de la amada disfrazado de pordiosero o algo similar y aprovechar la coyuntura para robar el beso. Otros novios más intrépidos se conseguían los servicios de Carga Mundo, Sapa Blanca y Pedrito los mejores carga mercados de la época que se comprometían a llevar escondidos en sus inmensos canastos los enamorados que una vez dentro eran cubiertos con hortalizas y otros artículos alimenticios, imitando los tradicionales mercados que compraban en las casas, para poderse introducir subrepticiamente en la residencia de la novia y al descuido emerger como por arte de magia del canasto y propinar a la enamorada el beso de rigor.
Claro está que las novias aunque aparentemente trataban de eludir el beso, en el fondo, lo buscaban y de alguna manera, aunque con mucha sutileza, ponían de su parte para que los galanes cumplieran su cometido, que si por un azar culminaba en la boca, convertía a los ganadores en los hombres más felices del mundo y en verdaderos superhombres ante los ojos de sus amigos.
Como se ve, en la aparente infantilidad de estos aguinaldos se encerraba mucho de calor humano y las gentes de todas las edades en contraban en estos sanos esparcimientos un motivo y razón de descanso y olvido de la trascendencia que debían aplicar a su forma de actuar durante todo el año a la vez que servían de acicate para una mayor comprensión y acercamiento de las familias y una afirmación más amplia y sincera de la amistad.
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