LA PATRIA | Manizales
Hay quienes asisten a las plazas de toros para maravillarse con las figuras del cartel, sean toros o toreros. Unos tantos prefieren la genialidad torera, mientras que otros van a disfrutar de la grandeza y la nobleza de los toros. Por eso, la corrida del domingo pasado en Bogotá dejó emocionado a cada asistente.
El encierro de la ganadería de Juan Bernardo Caicedo no decepcionó, aunque por momentos un par de astados buscaron dañar la fiesta. Pero la misma alegría de la afición permitió que la tarde fuera inolvidable. ¡Pero cómo no lo iba a ser! ¿Quién, antes de la corrida se imaginó que vería un toro regalo para Enrique Ponce en la primera plaza del país? Además, ¿quién pensó, con la calma del caso, que los tres toreros de la tarde habrían de salir en hombros? Incluso, ¿que la afición exigiría, pero también disfrutaría al ver los tendidos capitalinos casi llenos?
Los anteriores son escenarios optimistas que antes del domingo 28 de enero pocos creían probables, pero que se hicieron realidad en una tarde noche memorable en la plaza de toros La Santamaría de Bogotá.
¡Bogotá! ¡Bogotá! ¡Bogotá! Con la misma fuerza del himno de la capital comenzó una corrida que, al compás del Gato Montés, vio un gato divertir a la afición mientras recorría el ruedo a todas sus anchas y nadie lo podía atrapar.
Enrique Ponce cedió el paso a Juan de Castilla para que el joven torero paisa confirmara un año después su alternativa en Bogotá. Brindó en punto a la afición su vida torera cuando el reloj marcó las 4:00 p.m., y por su mano derecha fue llevando un toro lleno de casta que tardó en doblar. Saludos desde el tercio para este joven que en su segundo de la jornada logró el capítulo más dulce de la tarde: el indulto de Abrileño, un toro de 486 kilogramos que le dio todo el juego del caso. Lo toreó por estatuarios y pintó con este preciosos y extendidos derechazos.
El público valoró la transmisión del toro, pidió el indulto y la presidencia lo avaló. Dos orejas simbólicas para el muchacho del barrio Castilla de Medellín y su primera puerta grande en La Santamaría como torero confirmado.
A Andrés Roca Rey no le importa exhibir más de la cuenta con tal de lograr el triunfo en los ruedos del mundo. En Bogotá no fue la excepción.
En su segundo, el quinto toro en una tarde de siete astados, mostró de lo que está hecho. Con el capote hizo maravillas. Acarició el toro con clase y permitió una lidia diáfana. Con la muleta, la historia parecería sacada de un libro de la más prolífica épica. De rodillas toreó y aunque salió atropellado por el toro, se quitó las zapatillas y cuajó una faena de héroes.
“Un remate de faena y nos vamos, Andrés”, le dijo su apoderado, el torero retirado José Antonio Campuzano, desde el callejón. Pero él le respondió, antes de beber un poco de agua: “¡Maestro, se va a perder!”.
Roca Rey es un torero hecho y derecho, el más importante de los peruanos y cerró con dos orejas ganada a ley una tarde en la que no mostró pizca alguna de temor.
Enrique Ponce toreó tres toros. El segundo, el cuarto y el séptimo fueron de su haber. Al primero le cortó una oreja, con el segundo no pudo hacer nada porque Sabio fue un toro prácticamente imposible de lidiar. Por eso, desde algunos tendidos de sol comenzaron a gritar ¡séptimo, séptimo, séptimo! Juan Bernardo Caicedo permitió el regalo. Ponce pidió permiso a la presidencia y esta lo concedió.
Un séptimo toro vio la arena de Bogotá a las 6:42 p.m. y con él Ponce demostró todo su magisterio. La faena la hizo toda en la boca de riego, hasta que el toro Azteca se malogró una mano y con ello tuvo que simplificar para la espada. Una oreja y su pasaporte también por la puerta grande en una tarde difícil de olvidar para toreros, ganadero y espectadores.
Nadie se quería perder un instante de esta corrida. El público no se movió un ápice hasta que Ponce puso el punto final y tampoco desde los vecinos edificios de Torres del Parque hubo espacio entre ventanales para observar una corrida que tuvo de todo, como el mundo del toro y el mundo en libertad.
A pesar de las manifestaciones de los enemigos de la fiesta en semanas pasadas, incluso apoyadas desde el gobierno central, el acceso a La Santamaría fue garantizado. Cerca de cuatro anillos de seguridad de la Policía Nacional garantizaron el buen desarrollo de la corrida.
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