PEDRO JUAN ALZATE GIRALDO
LA PATRIA | BOGOTÁ
A sus cien años Sofía Giraldo Arias continúa siendo la guía espiritual de todos los que la rodean de cerca o a la distancia, pues quienes por sus profesiones u oficios han emprendido otros rumbos nunca han dejado de frecuentarla para agradecerle el incondicional esmero con el que los orientó intelectual y moralmente durante los años juveniles o para requerir una vez más la ayuda espiritual madurada con la experiencia que dan los años.
A la vera de la carretera, en la vereda La Rioja, diez kilómetros antes del casco urbano de Pensilvania en el departamento de Caldas, vive Sofía, la única sobreviviente de una respetable familia quienes por vocación y devoción dedicaron su existencia al servicio del prójimo y en especial al de los más necesitados.
Bajo su tutela se han venido formando cientos de generaciones de bien, quienes con su ejemplo de vida al servicio de los demás van dando testimonio de los principios éticos y morales aprendidos a instancias de la tía Sofía, merced con el que cariñosamente la conocemos todos.
Por ello en este hogar de paz y de amor es común ver la concurrencia de cientos de personas entre familiares, amigos, religiosos y transeúntes ocasionales que la visitan para disfrutar de su presencia, para requerir de su sabiduría o simplemente para agradecerle los favores recibidos.
Alrededor del pesebre
Apenas comenzado el siglo XX -en compañía de sus hermanas mayores- en el hogar de Sofía se dio inicio a la enseñanza del catecismo, devoción que aún comparte con grupos de niños, jóvenes y personas de la tercera edad que semanalmente continúan concurriendo. Y fue allí mismo, en donde hacia la mitad de la década del 30 se comenzaron a celebrar las novenas de aguinaldos, luego de que adquiriesen el primer pesebre de la vereda. Las navidades se convertirían desde entonces en el acontecimiento más esperado por los vecinos y en especial por los niños, quienes confluían cada noche con el fin de rezar la novena y de cantar los villancicos al compás de cascabeles y tambores, ocasión que aprovechaban para degustar la tradicional natilla y los buñuelos que nunca podían faltar.
Por esa misma época, en los corredores de su casa, decidieron fundar la escuela primaria, a la que comenzó a asistir sin falta un numeroso grupo de pequeños traviesos quienes muy pronto demostraron sus grandes avances en el aprendizaje. Una vez la escuela fue erigida formalmente como centro educativo, las autoridades municipales nombraron como su directora a una profesora del casco urbano, con supuestos mejores abolengos que las fundadoras quienes lo venían haciendo por simple altruismo. Sin embargo esta injusta determinación, no fue óbice para que Sofía y sus hermanas continuaran su denodada labor al servicio de los demás con el mismo o mayor empeño.
Como si los oficios cotidianos del hogar, más las actividades ya reseñadas no fuesen suficiente muestra de su filantropía, con el acompañamiento de sus hermanos y hermanas, se le ocurrió fundar el grupo de teatro al que vincularon a varios vecinos. Por cuenta de las obras que presentaban cotidianamente durante los bazares, entre cuyas modalidades se destacaban el melodrama, el sainete, los recitales de poesías, parodias y versos jocosos, propios y extraños disfrutaron de las tardes más cálidas de sus vidas durante no menos de cinco décadas, y fue sólo con la llegada de la televisión por allá en los años setenta, que el grupo fue perdiendo vigencia.
Reverdecer
Fue precisamente por cuenta de aquellos bazares, que la vereda La Rioja reverdeció como un centro económico, educativo y cultural importante de Pensilvania durante más de medio siglo y, como consecuencia de ello, como gran atractivo de sana diversión durante cada fin de semana. Eran tal cantidad los espectadores que llegaban de las veredas vecinas y del casco urbano con la disposición de disfrutar la variada programación durante aquellos eventos culturales, que a veces parecía como si no cupiesen todos; sin embargo, la hospitalidad de sus gentes superaba con creces las limitaciones espaciales. Los fondos recolectados, gracias a la cooperación y generosidad de todos sus habitantes, entre los que sobresalían Sofía y sus hermanos, se constituyeron en el sustento para la construcción y el sostenimiento de las diferentes obras al servicio de la comunidad.
La contribución con todo este cúmulo de actividades, entre económicas, culturales y religiosas, no terminaban por colmar las aspiraciones de Sofía, pues aún le quedaba tiempo para la composición de poesías, versos, obras de teatro, sainetes, canciones, acrósticos, cuentos, y para ayudar en el amor o en el desamor a cuantos cautivados por Cupido lo requiriesen.
Sofía ya perdió la cuenta de cuántas cartas de amor redactó por encargo; de lo que sí está segura, es que fueron muchas las parejas que terminaron enamoradas y en el altar gracias a sus buenos oficios, pues ante su refinada pluma -de la que damos testimonio quienes tenemos la fortuna de conocerla- sucumbieron muchos de sus destinatarios.
Agradecida
Sin más pertenencias materiales que lo que lleva puesto, Sofía está sumamente agradecida con la vida y con su creador.
Los recursos para vivir dignamente -como ella misma lo afirma- los dejó a la voluntad de Dios y hasta el momento nunca le ha fallado, pues desde que tiene conocimiento, en su hogar nunca ha faltado el pan o el abrigo para quienes pasan a visitarla o para quienes la han acompañado durante su vida.
La única riqueza que le interesa es la espiritual, la que ha venido atesorando con el devenir de cada día a través del buen ejemplo y de las buenas obras con sus semejantes durante los cien años de su existencia.
Acogió el celibato como alternativa de vida, pues aunque en varias oportunidades la visitó el príncipe azul, prefirió decirle que no y siempre ha sido feliz, no por ello ha dejado de disfrutar del placer de ser madre, pues son cientos los hijos adoptivos que se regocijan al tenerla como tea espiritual de sus vidas y ella de la satisfacción de sentirse como tal.
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