Padre Camilo Arbeláez
LA PATRIA | MANIZALES
“Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Así canta la Iglesia al anunciar la Resurrección del Señor.
En la Vigilia Pascual se bendice “el fuego nuevo”, símbolo de la vida, de la fuerza, de la gracia y del amor, con esta oración: “Hermanos, en esta noche santa en que Nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos diseminados por el mundo a que se reúnan para velar en oración”.
Porque la Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe y la razón de nuestra esperanza.
Si durante varias semanas en la Cuaresma oramos y reflexionamos, dispuestos a convertirnos y a creer de verdad en el Evangelio, fue para disponernos a celebrar la Resurrección del Señor. Si hicimos gozosa compañía a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén, si estuvimos con Él en la “última cena” con sus discípulos, cuando proclamó “el mandamiento nuevo del amor fraterno”. Si caminamos con Cristo hasta el calvario en donde moría por la salvación del mundo… todo fue para poder llegar al gran día de la Pascua, es decir, del paso de la muerte a la vida.
Los discípulos les contaron a los creyentes la resurrección del Señor “con temor y alegría”: un temor de admiración ante el misterio y una alegría inmensa porque no terminaba todo con la muerte, o mejor porque con la muerte empezaba la vida verdadera para Cristo y para los que lo seguimos con amor, porque sabemos que “solamente Él tiene palabras de vida eterna” (Jn. 6,68).
Que nuestra vocación humana y cristiana nos impulsa siempre a buscar “las cosas de arriba” (Col. 3,1), para que “esté el corazón allí donde está nuestro tesoro” (Mat. 6,21). Arriba están la solidaridad, la justicia, el servicio, el amor.
Que ahora podemos como Jesús de Nazaret, “vivir sin miedo a morir y morir sin perder la vida”, como lo piensa el escritor español Luis González Carvajal.
Definitivamente para nosotros los cristianos Cristo vive, hace nuestro camino y es “Dios con nosotros” (Mat. 1, 23). No podemos quedarnos con un Cristo muerto, ni “buscar entre los muertos al que vive” (Luc. 24,5). Ya sabemos que “Jesucristo es ayer, hoy y siempre” (Heb. 13,8).
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