
LUIS LÓPEZ CARMONA
LA PATRIA | MANIZALES
Fernando* es riosusueño, alto, contextura gruesa, cabello negro y piel blanca. Tiene 20 años y estudia Comunicación Social y Periodismo en Manizales. Desde los ocho tiene protección del ICBF y ahora está vinculado al programa Vida Independiente, del que hacen parte 30 personas en Colombia.
Vivió con sus abuelos en Riosucio desde que nació, aunque sus padres lo visitaban a diario. Cuando tenía seis años sus abuelos se separaron y empezaron las dificultades para Fernando, porque quedó viviendo con su abuela y se quedaron sin fuente de ingresos, y nadie quiso hacerse cargo de su custodia.
El castigo físico se incrementó, le tocó abandonar la escuela, e incluso dejar de jugar en sus ratos libres, pues los dedicaba a trabajar y pedir comida en el municipio. "Me parecía muy maluco y cuando no me regalaban, me ganaba la pela; era algo injusto", cuenta entre risas.
Su ingreso a la sede de Bienestar Familiar en Riosucio fue voluntaria, se sentía hastiado. Aquel día vestía una pantaloneta, botas pantaneras negras y camiseta blanca manchada con zumo de naranja.
Nueva vida
En el 2000, cuando cruzó la puerta de la sede le brindaron apoyo, y días después lo instalaron en un hogar sustituto. A pesar del buen trato, extrañaba a su familia y a su abuela. Fernando recuerda que ella estaba disgustada, pero que a la vez aprovechó la situación para generar lástima y facilitar la ayuda que le brindaban los vecinos. "Mi familia me visitaba y algunas veces pensé en volarme para colaborarle a mi abuela, porque tal vez tenía necesidades, hasta que me empecé a desapegar".
Su anhelo era buscar una familia estable que lo adoptara y le diera las cosas que no había tenido. Se imaginaba en una casa donde no tuviera que compartir el cuarto ni la cama, con un armario repleto de ropa, balones de fútbol, televisor y videojuegos. Con padres adoptivos que se preocuparan por él, que le preguntaran cómo estaba, y tener un hermano para compartir.
A sus 12 años, y después de cuatro bajo protección del ICBF, lo declararon en estado de abandono, con lo que su familia perdía la patria potestad y podía ser adoptado. Era insistente en preguntar si había interesados en adoptar, y pedía que lo tuvieran presente. Sin embargo, sabía que era más difícil a medida que pasaba el tiempo, por lo que sus deseos se redujeron poco a poco.
El rencor hacia sus padres y abuela lo expresó solicitando no recibir más sus visitas, y no se volvió a interesar por ellos. "Cuando tenía 14 o 15 años me acostumbré y mi pensamiento cambió; era consciente de que no me adoptarían y mi entorno de convivencia eran los hogares sustitutos".
De hogar en hogar
Cada que cambiaba de hogar sustituto se sentía extraño, debido a las diferentes costumbres, hábitos, normas de convivencia y comunicación. Vivió en uno en el que la familia era parrandera, y duró aproximadamente nueve meses hasta que lo trasladaron a otro donde eran cristianos. Con ellos le tocó asistir a cultos, cantar alabanzas y ayunar. "Uno a veces puede desorientarse, o aprender de esa situación ante los cambios tan abruptos".
Los traslados se dan cuando hay problemas familiares, cambio de modalidad o madres sustitutas que se pueden entender con menores de cierto rango de edad.
"Estuve en una familia en la que encontré lo que buscaba hace mucho tiempo. Duré cinco meses y esperaba quedarme más tiempo. La conformábamos la madre, que era soltera; dos adolescentes; un niño y un joven, todos hijos biológicos, y yo. Sentía calor de familia, atención de la madre, nos reuníamos en el almuerzo y me agradaba que no me discriminaran".
Explica que los jóvenes que están vinculados al ICBF con medidas de protección sufren estigmatización en muchos casos, y señalamientos en los espacios que se desenvuelven. Su fórmula fue liberarse de pensamientos negativos y del karma de su pasado para integrarse a la sociedad.
Vida independiente
Fernando conoció del programa Proyecto de Vida Independiente del ICBF de Caldas y cuando le ofrecieron la oportunidad de ingresar no lo pensó dos veces, debido a que estaba angustiado por su rumbo de vida cuando cumpliera los 18 años. Llegó a Manizales hace tres y le dieron libertad de escoger en qué colegio terminar el bachillerato. Entró al INEM y ahí seleccionó la modalidad de Comunicación y Turismo, pero se interesó más en comunicación, y con base en eso, decidió estudiar Comunicación Social y Periodismo.
Considera que su familia son sus compañeros de casa, todos universitarios y vinculados al programa. Los 30 beneficiarios están repartidos en tres casas: una para 10 hombres y dos para las mujeres. La que habita es de tres pisos, tiene 10 cuartos, cuentan con todos los servicios, e indica que en Bienestar le proporcionan materiales suficientes para vivir y estudiar adecuadamente. También cuentan con espacios de entretenimiento, "pero el parche es en la cancha de microfútbol, jugando con la gente del barrio".
Los ayuda una madre cuidadora que se preocupa por lo que necesitan, hace la lista de mercado y les cocina de lunes a viernes. "Debemos cumplir con las reglas del pacto de convivencia, asear, cuidar los bienes de la casa y rendir en la universidad; tenemos nuestros espacios y podemos salir a rumbear y compartir con compañeros, pero debemos avisarle a la coordinadora".
Se imagina compartiendo su vida con una persona que conozca su situación, que lo escuche, con quien mantenga buena comunicación, y en quien encuentre un apoyo incondicional. Su famillia la visualiza con máximo dos hijos.
*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.
De incógnita
Marcela*, de 18 años, hace parte del Proyecto de Vida y estudia en la Universidad Autónoma. Nació en Florencia (Caquetá) y proviene del ICBF de ese departamento.
Vivía con su mamá, su padrastro y siete hermanos medios. Relata que su madre la maltrató físicamente desde que cumplió ocho años porque creía que mantenía relaciones sexuales con su compañero sentimental. Padeció eso hasta los 12 años, cuando se fugó de la casa. "Ella era celosa, obsesiva y desde que me empecé a desarrollar físicamente el maltrato fue más frecuente y severo, mientras que él siempre fue muy respetuoso conmigo".
Trabajó en una peluquería a la vez que estudiaba en jornada nocturna, consciente de que la educación era la única manera de progresar y tener mejor vida. Cuando se quedó desempleada se salió del colegio, pero una compañera le recomendó que fuera a Bienestar Familiar. Tenía 16 años. Primero le dijeron que no la recibirían porque ya podía trabajar y sobrevivir, pero la recibieron ante la insistencia y los alegatos de su amiga.
En el ICBF de Caquetá le ofrecieron vincularse al programa. Llegó a Manizales antes de cumplir los 18 años a terminar el bachillerato. Comenta que vive una vida normal, se siente rodeada por gente que la valora, estudia y el Instituto suple sus necesidades.
Marcela no es apegada a nada ni a nadie. Aprendió que duelen separaciones como las que vivió, a pesar de las situaciones malucas que vivía. Vive junto a nueve universitarias. Aspira estudiar medicina y especializarse en urgencias. Se proyecta viviendo en Canadá porque así dejaría atrás los amargos recuerdos de Florencia. No le gustaría volver a tener contacto con su madre.
Relata que no le gustaría tener hijos. "Siendo el caso, adoptaría a un niño grande porque nadie los prefiere y ellos necesitan ayuda, afecto y sentirse valorados".
Prefiere no sostener relaciones sentimentales porque siente pánico, por eso se enfoca en seguir su vida sin que nadie se entere de que está vinculada a Bienestar, debido a que una excompañera de casa se retiró del Proyecto de Vida y abandonó sus estudios en Odontología porque sus compañeros se enteraron de esa situación y la empezaron a discriminar, excluirla y hacerle bromas pesadas.
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