En este domingo treinta y dos del Tiempo Ordinario nos propone la Iglesia en la primera lectura un pasaje del Libro de los Reyes en el cual el profeta Elías se encuentra con una mujer viuda que le da lo único que tiene: un puñado de harina y un poco de aceite. Esta generosidad le valió la promesa de que nunca faltaría en su mesa sencilla el alimento necesario para vivir ella y su hijo con un elemental decoro.
El Evangelio de San Marcos nos trae las palabras de Jesús contra los maestros de la Ley que ostentan ante el pueblo sus aparentes cualidades para obtener prestigio y ser alabados como “buenos”, cuando sus sentimientos íntimos están lejos del amor a Dios y a los hermanos.
Luego el Maestro muestra el ejemplo de otra mujer que da una pequeña ofrenda, desde su pobreza, desprendiéndose de lo que tiene para vivir. Realmente fue muy poco lo que dio pero para ella era mucho, aunque la escasez de los medios la suplía con excesos de amor. Ella comparte no tanto lo que tiene sino que se da por entero en la solidaridad con los otros, a ejemplo de los primeros cristianos que lo compartían todo “con alegría y sencillez”, mientras los paganos exclamaban llenos de admiración “Miren cómo se aman”. Bien sabemos cómo esta actitud trajo más discípulos para Cristo que la misma predicación del Evangelio, como que “las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran”.
En un documental sobre la Madre Teresa de Calcuta –llamada por el Papa Juan Pablo “encarnación del amor cristiano en favor de los que sufren y son pobres en el mundo”, oímos de ella que la comunidad, confiada del todo en la Providencia, no guardaba para el día siguiente nada de lo que sobraba en la despensa de sus casas para atender a los indigentes. La Madre Teresa bien podría decir como San Pablo a su discípulo Timoteo: “Sabemos en quién hemos puesto la fe y a quién hemos confiado el tesoro de la vida” (Cf. 2Tim. 1,12).
La obra gigantesca de esta Religiosa de nuestro tiempo acoge las palabras del Papa al comienzo de su Pontificado: “No tengan miedo” (Mat. 14, 27) y “Guía mar adentro” (Luc. 5,4): Con esta consigna emprendió una obra difícil en extremo en favor de los más pobres entre los pobres, ayudando a muchos que no pudieron vivir con dignidad, al menos a “morir con dignidad”.
Todo ello era fruto de su amor y su virtud. Ella podía preguntar con el Apóstol: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? Estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna de las otras cosas creadas por Dios. Nada podrá separarnos del amor que nos ha mostrado en Cristo Jesús Nuestro Señor (Rom. 8,35-39).
Y concluímos con las palabras de la Madre Teresa cuando visitó a Colombia y contestó las palabras del Presidente de entonces Belisario Betancur: “Nuestro mundo está descompuesto y la oración es la solución. Necesitamos a Jesús y dos manos para servir a los pobres y un corazón para amarlos. Por eso para ayudarnos a amarnos, Jesús se hizo a sí mismo el hambriento, el desnudo, el desamparado. Y recuerden que todas las acciones de amor son votos y acciones de paz. Para poder hacer esto ustedes necesitan un corazón puro. Y un corazón puro puede ver a Dios. Y si ustedes lo pueden ver en el otro, podrán amarse como hermanos. El hambre no es solo de pan, es peor el hambre de amor. Y la gran pobreza del hombre es no ser amado”
Mc. 12, 38-44
“Les aseguro que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han dado de lo que les sobra, pero esta ha echado todo lo que tenía para vivir”.
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