
Blanca Eugenia Giraldo
LA PATRIA | MANIZALES
Dicen que lo bueno debe prevalecer. Y eso es lo que sucede con el cirujano pediatra Antonio Duque Quintero. Hace 47 años llegó al Hospital Infantil como cirujano pediatra y hay una cita que aún cumple: la reunión académica diaria a las 7:00 de la mañana. No importa el cargo que desempeñe, docente o director, siempre está dispuesto a comentar con sus alumnos los casos de los niños enfermos que requieren atención.
El diálogo entre maestro, colegas y alumnos tarda una hora; luego continúa su labor en la Universidad de Manizales, donde es el Decano de la Facultad de Ciencias para la Salud, solo que miércoles y viernes se da sus escapadas al mismo centro hospitalario, para operar a los recién nacidos. "Esa tarea tampoco me puede faltar", dice.
Antes, esa rutina la combinaba con la consulta externa, pero las tareas en la universidad ya no le dejan espacio. Cuenta que no recuerda el rostro de los niños que ha tratado, pero sí le causa gracia que ya con hijos regresan al hospital para conocer al doctor que les salvó la vida.
Antonio Duque llegó a la Universidad de Manizales hace cinco años. ¡Quién más que él para formar a los nuevos médicos!, pues lleva 46 años enseñando y haciendo cirugía de niños.
Esto lo hizo después de su retiro de la Facultad de Ciencias para la Salud de la Universidad de Caldas, donde se pensionó. Cuando se le pregunta cuándo llegó a la decanatura en la U. de Manizales, con cierto asomo de gracia afirma: "ya ni sé, pero cuando menos pensé me echaron mano. No soy apegado a estos cargos. Cuando fui vicerrector de la U. de Caldas fue por un tiempo que ayudé a solucionar un problema y me fui".
Eso sí, agrega, "para descoser entuertos sí soy bueno, en la decanatura y en la Facultad de la de Caldas fue la misma historia". Por todo eso, el cirujano se considera un conciliador y pacifista: "creo que hay que ayudar, no avivar el fuego".
Era el último viernes de febrero y en medio del ajetreo matutino en el Hospital Infantil, el cirujano pediatra Antonio Duque ya había hecho la mitad de su ronda. Eran las 7:30 de la mañana.
El cirujano de los niños recorría esos pasillos como si fuera su casa, y ¡cómo no!, si los visita desde el 12 de abril de 1966 cuando llegó después de completar sus estudios de gastroenterología en Medellín.
Continúa su ronda y entra en una habitación donde se encuentra una pequeña recostada en una camilla, como de 12 años, le toca los pies al mismo tiempo que la saluda.
Le hace algunas preguntas, entre ellas su nombre y después la examina, lo hace con tal maestría que la niña ni se queja. Luego, con la habilidad que le ha dado su conocimiento y la experiencia, da su dictamen: “una apendicitis que se debe operar con prontitud”. Paso seguido le explica a la abuela de la niña lo que sucede.
Se despide y pasa al consultorio. Allí toma su estilógrafo, regalo de sus compañeros de la Universidad de Caldas, y empieza a escribir la historia.
Minutos antes de las 8:00 a.m., el médico sale del centro asistencial y se dirige a una sede cercana para comenzar con la consulta externa, de la que dice “nunca le puede faltar”.
En ese trayecto, pasa al lado de una mujer que al verlo, musita: "Tan bello el doctor, es un ángel". La mujer lo sigue hasta el consultorio y allí espera. Él la hace seguir –es la mamá de una paciente que no puede caminar y tiene ciertos problemas de salud–, vino a que le recetara un complemento alimenticio. La mujer sale de nuevo, no sin antes agradecerle el favor.
El cirujano cuenta que a diario ve a personas como ella . "Como la niña no camina, a esta mujer le tocaba traerla en brazos, le hacía falta una silla de ruedas. Con ayuda de amigos la conseguí y a su casa se la llevé".
Después de terminar su cátedra en el Hospital Infantil, el médico Antonio Duque dedica unos momentos para contar su historia, no sin antes reiterar que no le gusta hablar de él, que más bien le pregunte por lo que sabe.
Aun así, confiesa que la idea de ser médico rondó su cabeza cuando estaba terminando bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en 1952. Esto coincidió con la apertura de la Facultad de Medicina en la Universidad de Caldas, "de lo contrario no hubiera podido, papá no tenía con qué", afirma.
Terminó y concursó para hacer cirugía general en la misma institución. Estuvo un tiempo y, por cosas que no le gusta recordar, se quedó sin trabajo; entonces optó por la Universidad de Antioquia con ocho compañeros más. "Fue una constante, los profesores se sorprendían por los buenos conocimientos que teníamos los de la de Caldas".
Al terminar la especialización, la U. de Antioquia le ofreció quedarse, pero una visita de los doctores Enrique Mejía Ruíz y Ernesto Gutiérrez Arango, vicerrector y rector de la Universidad de Caldas, le cambió el panorama. "Me ofrecieron una beca para que pudiera quedarme haciendo cirugía pediátrica para luego crear la cátedra en Manizales y así fue".
Al llegar a Manizales, los que define como sus otros papás Enrique y Ernesto, lo instalaron medio tiempo en la U. de Caldas como docente y el otro en el Infantil. “Era tal el ritmo de trabajo, que uno de mis hijos le preguntó un día a mi esposa que si nos habíamos separado. Es que a las 6:30 de la mañana ya estaba revoloteando y muchas veces llegaba por la noche y ya estaban dormidos", aclara.
Su labor en la Universidad de Caldas dejó huella, sobre todo en los alumnos que ayudó a formar. De ese grupo recuerda
"al mejor de todos, a Óscar Jaramillo Robledo; él ya se jubiló y se retiró del Hospital Santa Sofía, es un hombre joven y logré llevarlo para la U. de Manizales". Otro en su memoria es Jaime Martínez Cano, egresado de la Universidad del Rosario, que al terminar su especialización se fue a trabajar a Pereira. "Al cabo de un tiempo volvió para agradecerme todo lo que le había enseñado y me dijo: “lo único que no le quise aprender fue a cobrar”, es que en eso he sido malísimo" y se ríe. "La cirugía infantil no da plata, pero sí muchas satisfacciones, además he sido un hombre feliz", asevera.
Agrega: “La exigencia académica aquí era mucha y venían de muchas partes, incluso de otros países, como el guatemalteco Héctor Alberto Santos Luna. Yo hago esto por vocación y porque es normal en mi vida.
Cuenta que de la Universidad ha recibido muchos reconocimientos, entre ellos: Profesor honorario, Profesor distinguido y el último como Profesor emérito.
Fue decano, vicerrector y jefe de departamento. "en esa época la universidad manejaba el Hospital Universitario. Nos tocaba dirigir el Departamento quirúrgico, otorrinos, cirujanos generales, anestesiólogos, plásticos, traumatólogos, urólogos y hasta neurólogos". Pero también aprovechaba a sus amigos. "A Jaime Restrepo Cuartas –exrector de la Universidad de Antioquia, excongresista y exdirector de Colciencias– le pedía becas para mandar a formar gente que volviera a ejercer en Manizales. Era una gestión completa", agrega.
De la medicina no recuerda sino cosas gratas, aun así tiene una gran frustración: no haber podido formar el doctorado en trasplantes de Manizales.
"No he conocido un tiempo libre, me retiro el año entrante y mi esposa aún no asimila cómo será nuestro tiempo después de esto". Al preguntarle por qué nunca quiso trabajar en las clínicas, responde: "Me gustó trabajar en hospitales para ayudar a toda la gente pobre que lo requiera". Estos son los 50 años de vocación de Antonio Duque Quintero, una figura de la cirugía pediátrica, que siempre trabaja con honestidad y siempre llega primero.
Sus discípulos y amigos lo reconocen como un hombre con una gran formación humanística. "Heredé el amor por la lectura de mi padre, que fue un lector el macho, aunque tengo un hermano médico y un filósofo que creo es el inteligente de la familia, lo mismo que mi hijo Juan Pablo, que aparte de arquitecto y filósofo, ahora es doctor en Historia”.
Otra de sus facetas era su afición a los toros, que ahora ya no lo motiva. Aun así, de la maestría con el bisturí no solo pueden hablar el sinfín de niños que ha operado, sino el jugador de fútbol Osvaldo Pérez 'Cucaracho', que sin saber se metió de novillero y se enfrentó a un toro bravísimo. Como consecuencia recibió una cornada que le partió la femoral, la misma herida que mató a Paquirri. "Yo estaba de turno en el Hospital de Caldas, en compañía de mi hermano Jaime Raúl que es anestesiólogo, cuando llegaron con 'Cucaracho', lo logramos salvar.
* Óscar Jaramillo Robledo. Discípulo.
Al osar penetrar en el alma del doctor Antonio todo lo que he logrado entender, después de tanto divagar, es que él en su esencia es, sobre todas las cosas, lo que las gentes llaman “un hombre de bien”. Ha sido un respetuoso del conocimiento y del razonar justos, aún en ausencia de reconocimientos académicos, lo que nos permitió a muchos laborar en su servicio con un renovado entusiasmo, para no defraudar nunca su desprendimiento y su confianza. Sus muchos alumnos son suficiente argumento para demostrar la talla de su obra.
* Bernardo Ocampo Trujillo. Compañero.
Hay una relación profesional y de amistad desde 1961. Antonio es un hombre estudioso, práctica, persistente enlos propósitos médicos y además muy conciliador. Ha sido un líder y un innovador en el campo de la cirugía pediátrica.
* José Norman Ramírez. Compañero.
Es emprendedor, organizado, siempre con un espíritu innovador. Cuando asumía un cargo se fijaba propósitos que casi siempre alcanzaba. Fue el que comenzó con la cirugía pediátrica en Manizales, por lo que la ciudad logró reconocimiento nacional. Es muy amiguero y accesible y le gusta participar en muchas instituciones. Es un gran conciliador y una persona íntegra. Vale lo que pesa.
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