LA PATRIA | Manizales
La conversación transcurre en la sala de profesores de un colegio nocturno. Ella, raptada para siempre de su familia por la guerrilla cuando apenas tenía cinco años, ahora pasa horas felices en un colegio. La hoy excombatiente de las Farc tiene 19 años. A los 17 escribió las primeras letras en su vida: “Mi madre es bella”, frase que redondeará esta historia de dramas, superación e ilusiones.
Hace 14 años un comandante subversivo la arrancó del hogar, en una vereda de la Costa, y la dejó sin el mundo de los cuadernos, lápices y colores, y del viaje por las matemáticas, ciencias y lenguaje. La llevó, en plena infancia, a una guerra que cumple 50 años desangrando al país, y del que se trata de salir con un nuevo proceso de Paz, iniciado el 4 de septiembre del 2012.
Sus ojos dejaron de ver a sus padres, hermanos y amiguitos. Sus manos no jugaron con muñecas. La guerrilla, según supo luego, le desapareció a la mamá y al papá. El comandante y su compañera sentimental, impedida para dar a luz, se fijaron en la pequeña de cinco años.
- ¿Qué les enseña la guerrilla a los menores?
Las clases son de defensa-ataque, manejo de fusil, fabricación de bombas con cilindros de gas y minas antipersona.
- ¿Hay alguna formación educativa?
Lo que hacen es lavar el cerebro. Dicen que luchan por la justicia, eso es mentira. A los niños los convierten en sicarios sin piedad.
- ¿Cómo es eso de odiar a la Fuerza Pública?
Hacen odiar a policías y soldados, advierten que si ellos cogen a un guerrillero lo pican vivo en pedacitos.
Las clases siguen en este colegio del Eje Cafetero. Ella mira de frente a quienes le hablan, también mira de frente su pasado, su presente y su futuro. “Antes de los 12 años, cuando a los menores les dan un fusil, se ayuda a cocinar y recoger leña. Hay maltrato, violaciones, muertes. Uno va tomando conciencia, por eso hay deserciones. Entonces educarse es volver a nacer”.
- “Ellos no tienen culpa, ni posibilidad de defenderse, ni entienden el conflicto. Son meras víctimas”: Colectivo Utopía.
El momento crucial para nuestro personaje surgió de una escena de vida o muerte. “Tenía anemia crónica. Me iban a hacer un consejo de guerra, ya que desconfían que uno esté enfermo. Los guerrilleros estaban confiados. El Ejército bombardeó el campamento, recuerdo que murieron niños. No me podía mover por mi debilidad. Me sacaron los militares”.
La ahora mujer sigue sentada. Sus ojos brillan y sus palabras son claras:
“La guerrilla lo que hace es destruirnos la vida”.
“No deberían existir”.
“No quiero que a ningún niño le pase esto”.
Ella se vinculó al programa de la Agencia Colombiana para la Reintegración (Acr). Su nuevo destino: una ciudad cafetera. El proceso incluyó asistencia psicosocial e ingreso al sistema de educación. “No sabía leer ni escribir, tampoco sumar y restar. Aún era menor de edad, me sentía como en un kinder. Era grosera, contestona. El primer día de clase quería gritar a mis compañeros: qué me miran”.
La charla, en la sala de profesores, da paso para los sentimientos. “Él fue mi primer profesor”, señala al coordinador del colegio. “Gracias a su paciencia estoy aquí”. La joven, emocionada, agrega: “Yo cogía la cartilla de Nacho lee y la ponía a mi lado junto a un cuaderno, hasta en la hora de almuerzo. En un mes aprendí muchas palabras. Mi madre es bella, fue lo primero que escribí porque aunque estuve pocos años con ella, aún la siento y me motiva a seguir”.
El profesor de la joven es un apóstol de la educación. Trabajó en la universidad de una comunidad religiosa. “Son seres humanos, lo único que los diferencia de otras personas son las oportunidades”, comenta al referirse a reinsertados.
Detrás de estas paredes amarillas, del viejo colegio, nacen ilusiones de quienes estuvieron en el monte, obligados a sembrar la guerra en campos que en otro tiempo eran sembrados de paz. Cada noche ella camina por las calles, luego de su trabajo, pasa por los pasillos y entra al salón. A simple vista es una alumna como el resto.
Hay palabras que para ella son solo pasado: rapto, balas, maltrato, odio, violación, fusil, minas, secuestro, extorsión, guerra...
Y hay otras palabras que para ella son volver a nacer: desmovilización, estudio, letras, números, sumas, restas, profesor, enfermera (su sueño), hijo y esposo (dos de sus felicidades). Y por supuesto: Mi madre es bella (su gran inspiración).
El primero
Las Convenciones de Ginebra de 1949 y la Convención sobre los derechos del Niño establecen que es prohibido usar los menores de 15 años en la guerra.
Subió la edad
El Protocolo facultativo de la Convención subió el límite a los menores de 18 años. Prohíbe el reclutamiento de los menores de 18 años y establece que "los grupos armados distintos de las fuerzas armadas de un Estado no deben en ninguna circunstancia reclutar o utilizar en hostilidades a menores de 18 años".
¿Quiénes son niños?
De acuerdo con las normas internacionales, la palabra niño en este Protocolo se refiere a las personas menores de 18 años.
Unicef publicó, en marzo pasado, los siguientes datos sobre los efectos del conflicto en los niños colombianos, desde que las conversaciones de paz entre el Gobierno y las Farc comenzaron hace tres años.
• 250.000 niños y niñas han sufrido consecuencias del conflicto.
• Los grupos armados no estatales utilizaron o reclutaron a unos 1.000 niños.
• Alrededor de 230.000 niños resultaron desplazados.
• Por lo menos 75 niños murieron y otros 180 resultaron heridos.
• Casi 130 niños murieron o resultaron heridos por las minas terrestres y las municiones sin explotar.
• Unos 180 niños fueron víctimas de violencia sexual.
• 65 escuelas resultaron dañadas por los combates o fueron utilizadas para fines militares.
• Al menos 10 maestros fueron asesinados.
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