JUANITA DUQUE
GRADO DÉCIMO
COLEGIO LA CONSOLATA
Cuando se habla de la palabra política son muchas las acepciones que se ocupan en la investigación que se desea realizar. Se recuerdan nociones clásicas como el ζῷον πολῑτῐκόν que sin lugar a dudas, constituye la manera de demostrar que por naturaleza somos seres políticos, es decir, interesa participar de asuntos comunitarios.
Entonces un asunto real en la política es pensar en los recursos propios de una localidad o territorio que deseamos sean utilizados de manera eficiente: las vías terrestres que conducen a nuestro trabajo o de una región a otra, estaría mejor si presentarán una malla vial adecuada, facilitarán el acceso o agilizan el tránsito.
Los asuntos políticos no derivan de una lógica deductiva, de leyes puras aplicadas a un particular o como tema de una revista especializada en economía. Ciertamente también hacen parte de sus aristas, pero de lo que se trata quizá en los términos políticos aristotélicos, es preguntarse por cuestiones como: ¿en cuántos barrios debe estar distribuido el sector de la ciudad para que los recursos educativos, hidroeléctricos, entre otros puedan satisfacer las necesidades de la población civil?
Entonces, para esto Aristóteles recordaba en su Política que la concepción antropológica del hombre político tiene en consideración que la noción griega de la vida “era una concepción que hacía de la polis la unidad constitutiva y la dimensión completa de existencia” (Sartori, 2002, p. 203) Por lo tanto, en el vivir político y en la politicidad los griegos no veían una parte o un aspecto de la vida, sino que la veían en su totalidad y en su esencia.
El vivir político en y para la polis era al mismo tiempo el vivir colectivo, el vivir asociado y más concretamente el vivir en comunidad. Así que esto es lo que se intenta decir cuando se tiene una relación cercana con el pensamiento político, que se tiene a su vez una cercanía con la ley y la justicia. Además, el pensar político posee en su carácter una orientación precisamente hacia la virtud, el bien común o la justicia. Justicia es un vínculo de los hombres dentro de los estados, puesto que la administración de la justicia, que consiste en la determinación de lo que es justo, es el principio del orden dentro de la sociedad política. En tal sentido, el deseo de justicia es el mismo deseo de igualdad que da origen al sentido
Así pues, ¿se mantiene el sentido griego de lo político en las sociedades modernas donde se orienta hacia la justicia y el bien común?
Es claro que el concepto de justicia está permeado por el concepto de poder, la postulación de la necesidad natural del Estado (como administrador de la justicia) y su superioridad sobre el individuo, y que de no ser así, entonces debería admitirse que el individuo pudiera bastarse a sí mismo, aislado del todo como del resto de las partes.
Pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado. Esto implica la presentación de una jerarquía del poder, una naturaleza en la cual se cuenta que en la necesidad de la conservación hay unos que son para mandar y otros para obedecer. El hombre poseído de razón y de previsión manda como dueño, así como también que el ser capaz, por sus capacidades corporales, de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo y de esta suerte, el interés del señor y del amo se confunde.
La perspectiva de la administración del poder en el que lo sub pasa a la supra-ordenación de la vida social es evidente. La verticalidad de la gobernanza deriva una de sus implicaciones como diminium politicum.
De esta manera pues se desea expresar que las diferentes visiones que se fundamentan en perspectiva vertical del poder encubren la falta de participación democrática de los sujetos políticos o de la subjetivación. Pues se comprende que unas de las premisas básicas es la de que una democracia no constituye solamente, ni siquiera principalmente, un medio por el cual diferentes grupos pueden conseguir sus fines o aspirar a una sociedad justa; sino que es precisamente la sociedad justa en acción. Tan solo el tomar y dar de las luchas internas de una sociedad libre ofrece algunas garantías de que los procesos de ella no se acumularan entre las manos de pocos que detentan el poder y de que los hombres pueden evolucionar.
Es cierto, que la democracia en realidad necesita instituciones que respalden el conflicto y el desacuerdo, así como otras que mantengan la legitimidad y el consenso. Sin embargo, la democracia presenta rasgos de padecimiento y los escenarios políticos en el mundo occidental que nos llenan de optimismo declinan marcadamente en conflictos, si acaso, intelectuales y queda relegada “la lucha” a grupos de representantes de valores diferentes.
Es de notarse que la lucha por el poder, su participación e influencia esta siempre materializada en tanto, los individuos, grupos y clases como por el poder que manda y los ciudadanos que sustentan. Es apetecible el poder en la naturaleza humana porque con ella nos hacemos onerosos, causa prestigio, beneficios y placeres. Por consiguiente, el poder es una fatigable lucha por encontrar en el escenario de lo público “un puesto” que legitime la oratoria disfrazada de importancia parlamentaria o de administración ministerial. Se impregna pues de poder el interior de una sociedad global que a su vez presenta una rivalidad entre los individuos y que compete a discusiones tan marcadas como la localidad, la región, lo nacional, las clases, la raza o naturalmente una ideología.
Los ciudadanos no pueden desvirtuarse del poder de sujeción social del orden establecido. El ostentar el poder y padecerlo son las antítesis de los ciudadanos que lo encarnan y lo hacen un hecho social. La colectividad, las comunidades se van destituyendo o heredando para que surja una nueva clase dominante y por lo tanto el Estado sigue estando en manos de una minoría. Lo que enfrenta a estos grupos espontáneos sociales es el deseo por la satisfacción de sus demandas (sociedades más civilizadas) y dicho de manera llana es la resolución de sus conflictos, pero siempre aparecen las formas del poder donde quien lo ostenta es un individuo, pues “…el poder es corruptor porque permite a los gobernantes saciar sus pasiones en detrimento de los gobernados. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. (Duverger, 1982, p.43)
Al fijarse en la naturaleza humana no sorprende que un hombre que puede en un momento dado poder realizarlo todo, pierda el control y sacie sus apetitos sacrificando con ello el sentido de la justicia. Es claro que mientras las sociedades aparecen menos justas las necesidades son mayores y por tanto, las ventajas y oportunidades disminuyen. El poder y triunfo son un mismo lado de la moneda que mueve la psicología del hombre politicus. Se nos presenta pues una sociedad de la abundancia en la que solo los que gozan de ella viven el poder y lo ejercen a su antojo. Así ¿Cuál es pues la manera en que los diferentes fenómenos sociales nos inciten, o si es el caso nos indignen, a fin de luchar por fisurar el orden establecido que es síntesis de toda despolitización e inmovilismo?
Es por eso que las sociedades deben insistir en manifestaciones democráticas que si bien no son legítimas en tanto que no están constituidas y respaldadas por un partido político o política pública obedecen a las necesidades o demandas que poseen un motivo político común y en tal sentido luchan por el reconocimiento de significantes legítimos. La asociación, agrupación, colectivos y comunidades no siempre ejercen demandas justificadas o políticamente sensatas pero lo público, lo social, lo comunitario cuando recorre las sendas de un sentido crítico y sentimientos de empatía e incluso de indignación puede no solo interpretar el mundo sino transformarlo.
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