TATIANA GUERRERO
LA PATRIA | MANIZALES
Entre las flores y las frutas hay algo en común: ambas tienen una vida corta y ni de riesgos podrían soportar toda una cuarentena confinadas en una bodega y sin los cuidados necesarios, porque perecerán.
Ese fue el destino de las orquídeas del vivero La Primavera, ubicado en la antigua vía que conduce a Chinchiná. Las flores no soportaron la falta de cuidados y murieron.
La administradora y dueña, María Emilia Franco, cuenta que a pesar de que el negocio estaba dentro de las excepciones del Gobierno, por pertenecer al sector agro, se decidió cerrar por 50 días para salvaguardar a los empleados. Sin embargo, esto le significó una pérdida de $25 millones.
“Nos preparábamos para el Día de las Madres, lo que más abundaba era la orquídea y esta planta es muy costosa y delicada. Solo una persona se encargó de los cuidados y no fue suficiente”.
A florecer
María le echa tierra a ese episodio y señala que desde hace 22 días reanudó las labores. “Es como volver a empezar una empresa, pero con mucha experiencia”.
Su familia se dedicaba el miércoles a preparar el jardín, mientras que Franco se preocupaba por los clientes para que no ingresaran sin antes desinfectarse las manos. “En estos días hemos intentado salvar algunas plantas y volver a sembrar para recuperar, pero no sabemos producir porque nos dedicamos es a comercializar”.
En el Día de las Madres, la empresa vendió algunas flores ornamentales a través de domicilio. María asegura que la experiencia se tornó un poco difícil.
Salir al ruedo
En la misma carretera, a unos cinco minutos de La Primavera, unas guanábanas, naranjas, mangos y sandías reposaban en las afueras de la Tienda Cannabis. La mitad de las frutas parecían tomar el sol, como lo hacen los turistas en la playa.
En el mismo lugar se apostillaba el vendedor Carlos Arturo Franco, quien no esperó más y sacó las frutas que tenía guardadas en su casa hace unas semanas. Él esperaba pacientemente que algún cliente se detuviera a comprar sus alimentos. “Desde hace tres días no vendo nada. Apenas vine a vender hoy (miércoles a las 10:00 a.m.) $10 mil”.
Carlos Arturo tiene otra fuente de ingresos porque ayuda en la Tienda de Cannabis, del doctor Bernardo Vallejo. No obstante, este negocio también pasa por una mala racha. “Estuvo cerrado por 60 días y retornamos hace unos días, pero las ventas de mieles y demás remedios han estado muy restringidas, no alcanzan a llegar 10 clientes”.
Carlos acomoda un cartón de huevos y las frutas, evitando los rayos de luz que cubren la mañana, toma una bocanada de aire y sin rodeo alguno, expresa: “La cosa está muy dura. El virus nos golpeó”.
Nostalgia por los buenos domingos
Hay una texto de Gabriel García Márquez en el que se refiere a los domingos como un día equivocado e inútil. Para los dueños de los negocios ubicados al margen de las carreteras era todo lo contrario antes de la pandemia. Pero ahora le guardan total fidelidad a las palabras del escritor por culpa del virus.
Eran repletos
En la orillas de la carretera del sector La Estampilla, vía a Medellín, se ubica el restaurante Arepas de Chócolo el Rey desde hace 17 años.
María Arias, administradora del establecimiento, viaja al pasado y recuerda los domingos que vivió antes de la pandemia. Eran días de bonanza, porque las 15 mesas disponibles permanecían llenas con las familias que visitaban el restaurante.
María comenta: “Los domingos eran los mejores días y ahora son los peores. Todo cambió al 100%”.
El negocio permaneció cerrado en abril y tras la autorización del Gobierno se reabrieron sus puertas hace 20 días para seguir ofreciendo el chorizo, las arepas de choclo, la bandeja paisa, la chunchulla y los tamales.
Arias dice que la situación es muy dura, porque los clientes son escasos y los pedidos a domicilio se pueden contar con los dedos de las manos. “Hay días que solo vienen cuatro clientes, a veces pasan uno o dos carritos y les servimos un almuerzo. Las ganancias alcanzan para medio surtir el negocio”.
Solo, pero sin afán
En la vía antigua, que conduce a Chinchiná, Héctor Giraldo Cardona, dueño de Kumis el Paco, se toma la vida con calma, mientras termina su banquete de la mañana: tajadas de maduro frito, un trozo de queso y una taza de café.
Un tronco, que funciona como un banco, soporta su peso. Su mirada es serena, justo como la carretera, en la que circula un vehículo cada minuto.
“La situación es dura, pero se ha logrado sobrellevar. ¿Qué más podemos hacer?”, se resigna Cardona.
Se puede leer en sus rasgos la tristeza y el desconcierto por la soledad que habita en estos días en este palacio del yogurt. “¡Ave María! Los clientes son muy pocos. Además, sienten miedo y se sientan en mesas retiradas”.
Héctor añora los domingos del pasado, exactamente a las 3:00 p.m, cuando las mesas no daban abasto para ubicar el ramillete de personas que buscaban saborear el kumis que él prepara.
La razón le gana a sus deseos, y reconoce que la recuperación tomará tiempo. “Uno abre, pero no es lo mismo. Tuve algunas pérdidas de 300 litros de leche, la fruta y los kumis los alcancé a regalar”.
Héctor y María tienen algo en común: esperan con paciencia que la situación mejore para que la prosperidad de los domingos retorne y refuten la postura del extinto escritor barranquillero sobre este día de la semana.
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