Oscar Giraldo
LA PATRIA | MANIZALES
Los disparos ya no son de fusil, los ataques no son armados, tampoco se levantan trincheras para defenderse. Ahora disparan con un balón de microfútbol y sus objetivos son los arcos contrarios.
Se hacen llamar Real Manizales y son un equipo de cuatro desmovilizados de grupos armados ilegales, un militar retirado, dos víctimas del conflicto y tres civiles, con el que quieren empezar a crear otra historia en la capital.
Los sábados se citan a las 7:00 de la noche en la cancha de microfútbol de la glorieta del barrio San Cayetano. Por allí no pasó una guerra, pero sí el abandono, en un espacio en el que un tablero de baloncesto amenaza con caer y las mallas, de metal, están dañadas.
Comienza el partido, el exguerrillero se la pasa al civil, que juega descalzo; este la devuelve con una "pared" y su compañero anota. Al final, Leonardo Zuluaga, celebra la anotación. "El deporte es una excusa de encuentro, para compartir y tener un proyecto más sólido", dice.
El comienzo
El artífice de esta idea fue Leonardo, desmovilizado hace 13 años de las Farc. En reuniones con la Agencia Nacional de Restitución fue conociendo a otros jóvenes radicados en Manizales y comenzó a integrarse con ellos.
Durante una sancochada en su casa surgió la idea de unirse y formar un grupo, cuyas armas serían sus pies y un balón de microfútbol. Cada ocho días se empezaron a reunir en la cancha contigua a la glorieta de San Cayetano.
El grupo de amigos paso de las recochas a entrenamientos. Quienes laboran en semana, dedican las noches de los sábados para entrenar. Confiaban en empezar a jugar en torneos locales.
El primero se jugó el fin de semana pasado. Cinco equipos del Gaula, San Cayetano y Solferino jugaron un campeonato con el que buscan llamar la atención de las autoridades para que les den una mano al campo de juego. Al final, los de la Policía se llevaron el título.
Entre los integrantes del equipo hay historias de sufrimiento, pero también de superación. Quieren seguir aportando a la sociedad y que esta misma los sepa aceptar.
Desigualdad en el Puerto
Buenaventura, en la Costa Pacífica del Valle del Cauca, es el principal puerto marítimo de Colombia y, paradójicamente, una ciudad en donde la pobreza abunda. Allí nació Andrés Rentería, que desde pequeño, en las playas, jugaba fútbol todos los días.
Señaló que se unió a las milicias de las Farc a los 19 años ante la falta de oportunidades y al ver las desigualdades. "Fue por injusticias, lo humillaban a uno, las personas que tenía cómo vivir nos maltrataban y eso me llevó a coger malos caminos".
Tras ocho años en las filas del grupo guerrillero decidió desmovilizarse, ya lleva tres en la vida civil y sostiene que se siente bien. Se gana la vida como barbero y todavía no sabe si su talento con el balón lo aplicará defensa, delantero, o como arquero.
"Estoy sacando a mi familia adelante, tengo tres niños. Lo del barbería es de familia, hace tiempo lo sé hacer, pero nunca lo puse en práctica", resalta Andrés.
Luego de la tortura
Leonardo Zuluaga es natural de Líbano (Tolima). Recuerda que con apenas 9 años, tropas del Ejército de Huila lo torturaron y lo señalaron de ser un colaborador de la guerrilla, por andar todo el día en una bicicleta.
Al cumplir 10 años e indignado por lo que sufrió, decidió unirse a las Farc, en donde estuvo durante cinco años, cuando lo capturaron durante un operativo. Tras un proceso de reinserción llegó a vivir a ciudades como Manizales, Bogotá y Cali.
"Manizales me abrió las puertas, es bonita, su gente es gente y me permitió unirme a la sociedad", declaró Leonardo.
Considera que aún hay mucho estigma contra los desmovilizados, lo que hace difícil su reinserción, conseguir empleo, reintegrarse a un sistema educativo o unirse a la comunidad.
Abandono en el hogar
Juan* es natural de Arauca, capital del departamento del mismo nombre. Cuando tenía apenas cuatro años sufrió la pérdida de su hermano, de cinco, que se ahogó en un río. Eso llevó a su padre a la depresión y a perderse en el alcohol.
La falta de esa figura paterna y sentir que estorbaba lo llevaron a unirse, a los 12 años, a un grupo de milicianos del Eln. Cinco años después, sus compañeros se comenzaron a entregar a las autoridades y él les siguió la corriente.
Siendo menor de edad lo llevaron a hogares tutores a Cali y a Manizales, en donde cumplió la mayoría de edad y decidió hacer su vida junto a su pareja, con quien ahora tiene un hijo.
"Siempre quise ser padre, es una alegría impresionante. A pesar de las responsabilidades es una bendición", dice este joven.
*El nombre se cambió a solicitud del entrevistado.
Apoyo institucional
Diana Londoño Grisales, coordinadora encargada de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), en el Eje Cafetero, explicó que la idea de crear un equipo de fútbol de salón fue iniciativa de los excombatientes y al ver su compromiso decidieron brindarles apoyo.
Los acompañaron en el primer torneo del pasado fin de semana, al que se vincularon instituciones públicas y privadas. No hubo árbitros, pues la idea era demostrar que se puede convivir cumpliendo las reglas.
"Es una muestra de que la reconciliación es posible, fue una iniciativa comunitaria y a partir del fútbol se reunieron, vimos que existen paz y convivencia", declaró Londoño.
La ARN se encarga de reintegrar a desmovilizados de grupos armados ilegales a la sociedad, para que en el futuro se puedan valer por sí mismos ante la sociedad de una manera legal.
"En 16 años de experiencia reconocimos que generar espacios entre la comunidad, víctimas y reintegrados son muestras claves de que la paz es posible y en escenarios como el deporte podemos estar todos juntos independiente de que en el pasado hayan sido partícipes del conflicto armado", recalcó.
Mambrú no va a la guerra
River Park, de Solferino, participó en el torneo. Este equipo recibió apoyo de la ARN en el 2017 gracias a su iniciativa para evitar que jóvenes y niños se unan a grupos armados.
Recuperados
En Manizales, 163 personas culminaron su reinserción y hay 51 en proceso. En Colombia, de 24 mil que cumplieron con los requerimientos, según Londoño, solo el 1% volvió a delinquir.
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