PAPEL SALMÓN | LA PATRIA
Álvaro Gärtner
Agosto de 1984, tres de la mañana. Intelectuales asistentes al II Encuentro de la Palabra celebraban el certamen bailando en rueda el currulao La caderona frente a la alcaldía de Riosucio, sin importarles el aguacero que los bañaba. En la rueda, un sesentón canoso giraba con paso arrítmico e inmensa sonrisa, bajo el único paraguas del jolgorio. Destacaba por el abrigo de paño que le confería aspecto de lord inglés y el sombrero de fieltro medio ladeado, que le daba cierto aire compadrón.
Claro, era Otto Morales Benítez, creador del Hay Festival riosuceño, que ese 1984 había inventado bajo el lema: “En defensa de la provincia debemos librar todos los combates”.
La escena regresó nítida al recuerdo este sábado 23, cuando se supo que Otto había abandonado la provincia del Diablo yéndose del todo para la de Dios. Dejó como 150 libros y 200 millones de anécdotas, algunas de las cuales contó él mismo en un par de entrevistas que le hice hace algunos años.
Con ancestro indígena
Otto Julio había nacido el 7 de agosto de 1920, en Riosucio, en una casa situada enfrente de la Puerta del Perdón del templo de San Sebastián, donde fue bautizado. Debieron hacerlo en el de La Candelaria, pues su apellido proviene del pueblo de indios de La Montaña. Él lo reconocía: “No es sino que miren mi nariz”.
Su padre, don Olimpo, quien llevó al pueblo el primer carro que por allá se vio, ‘Matusalén’, y esposa de Medellín, sacó la familia a vivir en Marmato, donde Otto tuvo una infancia mágica rodeada de mineros, que son “los mejores conversadores del mundo, porque tienen la esperanza para el día siguiente; nunca están deprimidos ni pesimistas”, decía.
En aquellos años, en Marmato “había extranjeros de Alemania; franceses, ingleses, suecos, holandeses, amigos todos de mi papá. Yo los escuchaba hablar de cosas muy extrañas”. Además, “circulaban libros en inglés, francés y algunos en español. Esos libros caminaban por todas las casas de Marmato”.
Se fascinó con las leyendas: “Creo que no había brujería, pero se hablaba de brujerías en el amor, para conquistar a los hombres, para conservar a las mujeres. La gente tenía una actitud muy abierta hacía el amor, de mucha sensualidad”. Cómo no, con esas “morenas absolutamente hermosas, de cuerpos deslumbrantes. De allí nos viene a todos los que hemos estado por allá, cierto sentido de cómo debe cimbrar la vida”.
Marmato en los años 20 quedaba más cerca de África que hoy: “Había cierta paganía. Todavía tengo la sensación de estar abriendo los ojos con asombro, cuando contaban que en la fiesta del sábado a alguien lo habían asesinado porque estaba tratando de enamorar a la negra tal y la fiesta había continuado. Es un nuevo sentido de la muerte. Allí la muerte no detenía el júbilo: arrinconaban el muerto y continuaban en la paganía, de suerte que había cierto sentido de la vida gozosa”, contaba Otto, entre otros a Gabriel García Márquez, quien le respondió: “Eso es más grande que lo que yo cuento, tiene más trascendencia”.
Los Morales Benítez regresaron a vivir en Riosucio a comienzos de los 30. Allí había un auge del oro que acuñó fortunas fabulosas y dio esplendor al carnaval, que fascinó al niño Otto: “Soy un matachín frustrado, porque nunca canté. Esa es una merma que tengo en mi vida”. Por eso “me he dedicado a escribir y a contar qué es eso” y así salió su ‘Declaración de amor al Diablo del Carnaval de Riosucio’, que publicó la revista Mundo Nuevo de París, en 1969.
El amor de la vida
Como en Riosucio no había sino hasta tercero de bachillerato, Otto Morales fue a estudiar en Popayán. Pasó “de una civilización de bahareque a una civilización de tapia pisada”. La arquitectura colonial y la historia causaron en su alma juvenil la sensación de “haber llegado al centro de la patria. Uno estaba en contacto con una cultura general permanentemente”, lo cual trazó sus derroteros intelectuales.
Se haría abogado en la Pontificia Bolivariana de Medellín. Allá conoció a su prima Libia Benítez: “En la familia hay una constante de casarnos entre primos hermanos”, contaba de quien fuera el amor de su vida: “Ella y yo hicimos un noviazgo de eternidad en la dulzura, que duró nueve años. Un noviazgo de gran plenitud como ha sido de gran plenitud mi vida espiritual con ella”, contaba Otto cuando llevaba ya 54 años casado. Ella falleció hace unos años, causando en éste honda conmoción.
Libia Benítez logró que “nunca equivocara mis caminos del amor”, decía. Tanto que su condición de buen marido fiel era proverbial. “¿Cómo ha hecho”?, le preguntaron en una entrevista. Y Otto contestó: “Teniendo amigas que no cuentan. Cuando mi mujer lo leyó, vino, me dio un beso y me agradeció por las amigas que había conseguido”.
El matrimonio tuvo tres hijos: Adela, antropóloga; Olimpo, abogado, y Daniel, quien murió trágicamente en París. “El gran tajo de dolor, el gran derrumbe interior de mi vida ha sido esa muerte”, decía siempre Morales Benítez.
Y cuatro nietos, “que hacen lo que quieran conmigo”, contaba ufano. “Cuando yo estaba de candidato a la Presidencia, María Adelaida estaba muy pequeña. Había una reunión en mi casa y en ese momento me llamaron; me retiré de la biblioteca y ella se quedó con los periodistas, que le preguntaron: ‘¿Tú cómo manejas al candidato a la Presidencia?’. Entonces ella levantó el dedo chiquito y dijo: ‘Con este dedito’. Con ese dedito me manejan mis nietos”, añadía el abuelo.
Como dos de ellos se criaron en Europa, les escribió una carta que convirtió en el libro Política y corrupción. Lo hizo para explicarles “por qué entré a la política, pues a ellos les asombra toda la inmoralidad y la corrupción que hay. De modo que el libro no sólo es un análisis de mi vida, sino sobre la vida colombiana”.
La política corría por las venas de Otto: “A los 13 años ya estaba recorriendo las veredas de Riosucio con un grupo que fundé, la Guardia Roja. Yo era el presidente y pronuncié mi primer discurso político a esa edad”.
Luego fue diputado, representante a la Cámara, senador, ministro de Trabajo y de Agricultura y secretario general del Partido Liberal. También dos veces candidato a la Presidencia, que no alcanzó “porque no quise entrar en entendimientos con los clientelistas del liberalismo”. Nunca negó que le hubiera gustado ser Presidente: “Creo que tenía un pensamiento claro sobre el país”, afirmaba.
Escritor ante todo
Como casi todos los políticos de su generación, Morales Benítez fue periodista. Se inició en los años 40 como director del suplemento literario Generación, de El Colombiano. Fue columnista de ese periódico, de El Tiempo y El Espectador, y presidente de Andiarios. En 1948 publicó Estudios críticos, el primero del centenar largo de libros que dejó.
Publicaba con tanta frecuencia, que una vez el periodista Iáder Giraldo le preguntó qué libro iría a publicar esa semana, a lo que Otto le contestó que ninguno. Giraldo le advirtió: “Apúrele que ya es jueves”.
Y eso que no contaba los proemios a libros ajenos: “Un amigo mío decía que al libro de un amigo le meto otro libro mío, porque escribo prólogos muy largos”, decía, riendo. En El hada Melusina, cartas de amor y de pasión de Silvio Villegas, el prólogo tiene la misma extensión que el libro. “No sé escribir corto ni hablar corto”, se defendía Morales.
Añadía que escribía rápido por no ser bohemio. “Libia decía que no puedo tomar trago porque daño la rasca en que vivo, hablando duro y riéndome duro”.
Por prolífico y por jocundo era visible en los altos círculos intelectuales. Fue miembro de las academias colombianas de Historia, de la Lengua y de Jurisprudencia, así como de 28 más en el extranjero. Entre ellas, de la Societè Européenne de Cultura, en Venecia; de la Asociación Internacional de Críticos Literarios de París y presidente honorario de la Asociación de Profesores Norteamericanos Especialistas en Colombia.
Toda esa capacidad no disminuyó a pesar de tener casi 95 años. Hace tres semanas terminó su último libro, verificó detalles de su impresión, se encerró en casa y no quiso salir más. Se sentó a esperar el momento de reunirse con su amada Libia y su añorado Daniel.
La noche del sábado 23 de mayo tronó en Riosucio. Era la carcajada de Otto Morales Benítez resonando en la inmensidad.
La risa más famosa
Otto Morales Benítez tenía voz de trueno. En espacios abiertos no necesitaba micrófonos para hacerse oír. También sus carcajadas eran estentóreas, pues brotaban “de un surtidor que tengo en el alma”. Y añadía que aprendió a reír “en Riosucio y en Marmato, donde todos somos muy bullangueros”.
El historiador boyacense Vicente Landínez Castro escribió que esa risa brotaba, “al principio, espontánea y natural como arpegio, para alzarse luego y estallar en una catarata de sonidos que tiene la fuerza y la eufonía de un ‘crescendo’ de Rossini, o parte de la majestuosidad y el poderío de un aleluya de Händel”.
El expresidente Carlos Lleras Restrepo decía que como “nació un 7 de agosto, la voz, y sobre todo la risa de Morales Benítez, resuenan al igual que la diana de la Batalla de Boyacá. Lo que yo sé, es lo fácil que resulta descubrir la presencia de Otto en cualquier reunión, por numerosa que sea la concurrencia. Su carcajada que dilata sus ondas sonoras por decenas de metros anuncia su presencia. Las gentes lo quieren porque infunde optimismo”.
Para Germán Arciniegas, las carcajadas de Otto eran “como la otra cara del diablo”. El del Carnaval de Riosucio. Y el escritor ecuatoriano Cristóbal Garcés Larrea la definió como “una risa atómica”.
Con ella hacía milagros: cuando era ministro del Trabajo levantó la huelga en un ingenio azucarero con una risotada. “Un industrial dijo que cada carcajada mía le costaba a la industria nacional un millón de pesos [de los años 60], porque los conseguía en ventajas para los trabajadores”.
Caldas en su pluma
En el centenar y medio de libros de Otto Morales Benítez, los siguientes están dedicados al Departamento de Caldas, o contienen capítulos alusivos:
Testimonio de un pueblo
Itinerario
Aguja de marear: notas críticas
Testimonios
Cátedra caldense
Historias económicas del café y de don Manuel
Memorias del mestizaje
Facetas míticas del diablo del Carnaval de Riosucio
La generación de las identidades
Teoría y aplicación de las historias locales y regionales
Colonización en la obra de Ernesto Gutiérrez Arango
Líneas culturales del Gran Caldas
Riosucio: predisposición para la cultura
El ensayista Silvio Villegas
Momentos de la Literatura Colombiana
Cercanías a una autobiografía
Atalayas desde el Ingrumá
Breviario de Caldas
Fotos/Colprensa/Papel Salmón
En 2010, la Academia Colombiana de la Lengua le rindió un homenaje al escritor caldense Otto Morales Benítez.
Muchas de las obras y de los escritos de Otto Morales Benítez están dedicados al departamento de Caldas y a su ciudad natal, Riosucio.
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