Sergio Villamizar
Colprensa | LA PATRIA | BOGOTÁ
Comprender y explicar lo que ha sucedido en la península de Los Balcanes, ubicada al este de Europa, fue una tarea que se había propuesto el director bosnio, Dino Mustafic, y que logró cumplirla a través de la obra Rock and roll, del dramaturgo checo, Tom Stoppard.
El montaje que trajo Mustafic, quien ha participado en otras ediciones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB), se desarrolla durante la Guerra fría. Es la historia de un joven que se aferra a su colección de álbumes de rock en una Praga invadida por tanques soviéticos. Esto lo lleva a la disidencia, en una pieza teatral que habla sobre el legado ideológico y cultural, en una región en la que imperaban las ideologías totalitarias, siendo el rock and roll contrario a eso.
Al terminar de leer la obra original, Mustafic pensó: ¿Qué ocurriría si la historia se desarrolla en los años 90 y en parte de Los Balcanes? Fue así como de la mano del Teatro Nacional de Kosovo nació esta adaptación que cuenta con una escenografía flexible y un encuentro constante con el escenario. Una conjugación de la fiesta, el placer y la conciencia crítica.
Rock and roll disiente
- ¿Cómo fue la adaptación de la obra a la realidad de Kosovo?
Se inicia con la documentación histórica y testigos del pasado reciente de este país. Y se mezcla con el guión de Tom Stoppard, Rock and roll. Las realidades pueden ser las mismas, cruzando los tiempos y las fronteras.
Es una forma de visibilizar lo ocurrido con Kosovo. Su resistencia, no solo era armada como muchos la ven, también fue cultural e intelectual, que al final fue más efectiva a la hora de lograr resultados.
- ¿Qué papel jugó el teatro y la cultura, en el cambio de Los Balcanes?
Sucedieron muchas cosas en Bosnia y Kosovo, las situaciones en cada región eran muy diferentes. En Bosnia hubo bombardeos durante cuatro años. La violencia fue intensa, hubo dolor y sangre, y pese a ello, el movimiento cultural de la ciudad siguió y era intensivo, no solo en el teatro, sino en todas las actividades culturales.
Es difícil imaginarse una ciudad como Sarajevo, que mientras es bombardeada tiene una temporada de teatro. Era lo último que queríamos perder artistas y espectadores, lo necesitábamos.
En Kosovo la cosa era diferente. Allí había una ocupación militar y la gente quería escapar de ella, por lo que no había nada, ni siquiera teatro.
- ¿El caso de Bosnia es único?
Ahora que se puede ver con el tiempo, es increíble lo que vivimos en Bosnia. En medio del dolor y del cambio tuvimos temporadas de clásicos, galerías abiertas y lanzamiento de libros.
De hecho empiezan aparecer estudios entorno a este fenómeno, como muchos lo han llamado: de la cultura en la guerra. Se hicieron más de mil estrenos durante esos años. Igual recibimos el apoyo de grandes artistas de otras partes del mundo, que en medio del conflicto llegaron hasta Sarajevo para actuar y ayudar a soportar la causa y mostrar desde adentro, que allí había más que guerra, había cultura y personas que deseaban vivir en paz y ser felices.
- ¿Cómo ha sido la reflexión desde el arte en la guerra?
Sin duda, en esta parte del mundo hay unas líneas estéticas comunes entre nosotros, donde todas las obras de los creadores son muy directas, donde la realidad se expone tal cual, donde los mensajes son francos, con afán de decirlo todo.
Es natural que esto suceda porque las heridas están ahí, muchas de ellas abiertas y sin sanar bien, pero creo que todos tenemos claro que el teatro no cambia a la sociedad, pero si lo puede hacer con el individuo. Hacerlo pensar y que actúe para evitar que la historia se repita.
La estrenamos en Ljubljana (Eslovenia), donde tuvo aceptación. Luego viajamos a Pristina (Kosovo), allí sentimos que le interesó al público por la historia cercana, y era de esperarse por la adaptación que hicimos, pero en especial, supieron apreciar todos los elementos que conjugamos en escena, como la banda de rock en vivo, el juego visual, efectos escénicos, sin que esto demerite la fuerte crítica social que presentamos en ella.
FITB
La décimo tercera edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que se iniciará el próximo sábado, tiene programada mil funciones en 22 salas, 11 parques, Corferias como Ciudad teatro, y otros espacios de la ciudad.
El certamen que cuenta con el apoyo del Banco de Bogotá, tendrá en escena a dos mil artistas de 32 países, de los cuales 180 grupos son colombianos.
Encabezará el desfile inaugural Anamarta de Pizarro, directora del Festival, acompañada de un grupo de 30 líderes espirituales de distintas etnias y comunidades campesinas colombianas. Durante el recorrido, que va desde la plazoleta de la Universidad Jorge Tadeo Lozano hasta la Plaza de Bolívar, habrá una bandera de Colombia de 700 metros de longitud, elaborada por 100 artesanos del país. El desfile finalizará con un concierto en homenaje a Lucho Bermúdez con la participación de la Big Band Casablanca con Totó la Momposina, bajo la dirección musical de Iván Benavides.
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