César Montoya


El país tiene muy positiva imagen de Óscar Iván Zuluaga. Ha hecho un recorrido vital fulgurante y todos hemos aplaudido sus gestas como hombre de gobierno. Alcalde excelente, parlamentario de los mejores, fecundo ministro de Hacienda y además se ha desempeñado como orientador industrial. Es un escritor fluido y en la tribuna se desenvuelve como un Demóstenes. Arma impecablemente las frases, habla con énfasis y debuta haciendo derroche del más decantado idioma castellano. Zuluaga está en la jerarquía de los grandes oradores de Colombia.
Ha demostrado tener carácter. Su intervención reciente contra José Obdulio Gaviria, el consueta del señor Uribe, la categórica afirmación sobre su peligrosa inclusión en la lista para el Senado, demuestra independencia para emitir conceptos, gústele o no a los de su comparsa. Muchos puntos ganó con ese ineficaz plantón depurador.
Álvaro Uribe, en muchos aspectos, es el reverso de Zuluaga. Este es un personaje jovial, Uribe es hosco e impositivo. Zuluaga hace aperturas para el diálogo; Uribe es monólogo imperial. Zuluaga se deja convencer cuando el contrario tiene la razón; Uribe es cerrero, y cree poseer la verdad única en todo lo que dice; hay en el fondo de Zuluaga una diluida timidez; Uribe es altanero y desafiante. Zuluaga sabe reversar cuando las circunstancias así lo exigen; Uribe es atropello, y su caja de cambios solo conoce el acelerador. En síntesis, Zuluaga es futuro y Uribe es un pasado conflictivo. Zuluaga no sabe de ministros delincuentes, ni de cables subterráneos en la Sala de decisiones de la Corte Suprema de Justicia para detectar sus diálogos, ni de embajadores homicidas, ni de cónsules expertos en el crimen, ni de bandidos en la dirección del DAS, ni de familiares incursos en narcotráfico; Uribe está tiznado de todos esos dolamas y cínicamente alza el hombro con un ¡no me importa! retador. Es abismal la distancia entre el primero y el segundo.
¿Por qué Uribe se apartó, desde el primer día, del señor Santos? Porque nombró uno o dos ministros que no eran de su agrado. En los comienzos de este cuatrenio, lo alejaba del presidente titular cada decisión importante que no fuera previamente consultada con él. Su temperamento arrogante, absorbente, omnímodo, no se acondiciona con la independencia del Alto Ejecutivo. Ahí puede estar el talón de Aquiles para Óscar Iván Zuluaga.
Hay quienes afirman que Uribe buscaría la vicepresidencia. ¡Dios nos tenga de su mano! No dejaría gobernar al presidente o bien, este se convertiría en un ventrílocuo de aquél. Cuando las relaciones entre Santos y Uribe comenzaron a ser tirantes, los áulicos decían que Uribe necesitaba un pelele como presidente, que cumpliera sumisa y obedientemente sus determinaciones. Reeditaríamos la melancólica historia de Rusia. Putin es el poder y Medvédev le hace los mandados.
¡Carácter! Laureano Gómez con un solo monosílabo ponía en suspenso al Congreso de la república. Tenía una personalidad tempestuosa, melena de guerrero, tajante, sin puntos suspensivos. Carlos Lleras estaba blindado por el orgullo de sentirse el primero en todo. Cuando se libró la batalla electoral a favor de Misael Pastrana, Lleras estaba aquejado de una grave enfermedad. Lo vimos en la televisión postrado, tendido horizontalmente, su cuerpo cruzado de cables, dándole la orden a su Partido Liberal de votar por el candidato del conservatismo. Mariano Ospina Pérez en la tragedia del 9 de abril, impertérrito soportó todos los embates para que entregara el poder. Ospina le dejó a la historia una frase memorable: "Para la democracia más vale un presidente muerto que un presidente fugitivo".
¡Carácter! ¡Independencia! Un presidente de Colombia no puede compartir su gobierno con quien se crea superior. Supongamos que el candidato del Centro Democrático, gane las elecciones.
¿Marioneta? ¡Jamás!
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