Luis F. Gómez


Una organización, empresa, institución, debe caracterizarse por el cuidado con que trata a las personas que están vinculadas con sus operaciones o existencia. Y es en este cuidado por lo humano que hay en cada persona que una organización se enaltece o entierra. No se trata de paternalismos mal entendidos, o de subsidios, o sencillamente de convertir la organización en un club para pasarla bueno. Por el contrario, el respeto de la dignidad humana y la libertad como máximos exponentes del humanismo, es que una organización puede prestar un buen servicio para la construcción de lo humano. Pero no siempre se logra una síntesis positiva en la vida social que asegure el cuidado y cultivo de lo humano.
En los balances sociales de las organizaciones se ha comenzado a hacer el inventario de los impactos positivos de estas en su entorno. Y en esto hemos mejorado mucho en los últimos años. La sensibilidad de la sociedad civil por el medio ambiente, como algo que debemos cuidar todos; o la sensibilidad ante las violaciones de los derechos humanos fundamentales, han permitido que en las sociedades haya un autocontrol. En efecto, para la sociedad particular en que esto sucede, permite ganar mucho en los procesos culturales que se convierten en el mejor seguro para un futuro. Así, pues, cuando la sociedad civil está empoderada y lidera movimientos sociales, se logra posicionar los intereses de los afectados o víctimas en el centro de la discusión pública. Estas son sociedades que pueden caminar solas y que ellas mismas permiten avanzar en la construcción de lo humano.
Pero no siempre hay una conciencia positiva de defensa de lo humano. Y es cuando las organizaciones entran en un camino perverso. Esto ocurre normalmente, cuando la dignidad humana se convierte en mercancía y se negocia. Cuando le ponemos precio a los humanos y terminamos tratando a los demás como un sencillo medio y no como un fin en sí mismos.
Por ello, hacer examen permanente sobre el lugar que se le está dando a la libertad y la dignidad humana en las organizaciones, permite lanzar alertas tempranas. Para ello, es indispensable estar muy atentos cuál es la suerte que están corriendo las personas más vulnerables de las organizaciones. Pues normalmente, es por allí por donde se comienza a perder el horizonte. Preguntas tan sencillas como ¿qué le está ocurriendo a los pobres? ¿Se está logrando ofrecer oportunidades a todos en la organización? Focalizan allí donde silenciosamente se comienza a desconocer lo humano.
Mantener una pregunta explícita por los más frágiles, hace que las organizaciones no caigan en errores lamentables. Hacerse esas preguntas es lo más sano.
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