Óscar Dominguez


Colecciona palabras viejas como quien colecciona atardeceres, cucos, poemas eróticos, toallas robadas en hoteles. Se topa por ahí un voquible a punto de volverse noche, lo agarra con dedos de violinista, le da dos cachetadas para despabilarlo y taque: la palabreja resucita de entre el olvido y va a templar al diccionario.
No a un diccionario cualquiera. El que escribió se llama "Voces fatigadas" (Colección Hojas Sueltas) y está capando segunda edición.
Su obra se puede leer con el interés que despierta una novela porno, o una de Marcial Lafuente Estafanía, de esas que comenzaban más o menos así: Kid Chocolate abrió la puerta del "saloon" de una patada y empezó a disparar: El matemático del pueblo contó seis fiambres. Es un libro sin erratas pues lo miró con lupa, Efraim Osorio López, el Argos caldense, vecino de página en este diario los días martes. El dueto sacó otro descrestador libro en inglés y español, sobre dichos, refranes y adagios de la lengua castellana.
Los autores de diccionarios son bichos raros: Misiá María Moliner primero se lució como ama de casa, el oficio más demoledor del código laboral. El castísimo Don Rufino José Cuervo se gastó el tiempo que tenía en París pa pecaminosiar, acopiando materiales para su descomunal Diccionario. El paleontólogo de voces en vías de extinción que provoca estas líneas, es un publicista cuya gracia (=nombre) es Álvaro Marín Ocampo, nacido en Manizales "a mediados del siglo pasado".
Dedica sus "palabras ancestrales en riesgo de extinción a Silvia, mi madre, de quien aprendí las últimas letras". Editor, columnista del diario LA PATRIA, diseñador, maestro, gerente de cadenas radiales, vive en estado de 22 junio perpetuo. Esta es la fecha escogida por el Instituto Cervantes para celebrar el Día E (del español).
Alega que recoge palabras de su entorno pero cualquier entelerido "sociólogo" sabe que caldenses, risaraldenses, quindianos y antioqueños, hablamos el mismo idioma, tenemos idéntico sonsonetico, engullimos similares viandas, nos monitorea el mismo Dios. Nos diferencian el equipo de fútbol y los manzanillos de la política.
Nos hermanan palabras como bananiar, cargazón, enguanda, greñas, jonjoliar, mascadero, ñurido, rocheliar, tusta, varao, chocoliar, herrón, encabador.
"Este documento que pretende ser ameno, dice, tiene como propósito rescatar del olvido una curiosa selección de vocablos profundamente ancestrales, que ya han hecho su travesía vital por las breñas familiares…".
Y claro que es ameno: Veamos las acepciones que le da a la palabra "culipronta": Casquifloja. Ágil de cucos. Que padece (?) el síndrome de furor uterino. Dama de entrega inmediata".
Ponchera en mano, Marín anda por la vida pidiendo la limosnita de palabras que amenazan extinción para aplicarles los santos óleos, darles respiración boca a boca y revivirlas.
Este es mi aporte a la causa: Cosiánfira (nombre para bautizar mujeres cuyo nombre desconocemos); barequiar (al comprar algo, ejercer el derecho al pataleo y pedir rebaja); cachador (hablador insigne de la que sabemos); cuellón (difícil); cutucutu (uno de los alias del miedo); encabarse (convertirse en Bill Gates partiendo de nada); escondidijo (más convincente que el acartonado y académico escondrijo); piconiar (sapiar); pipiola (jovencita que no ha probado de sal); zangarrietas (trompo con mal de San Vito). Deposite aquí su limosna.
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