Óscar Dominguez


Hacer cola y protestar son dos de los grandes pasatiempos colombianos.
Aquí hay que hacer cola hasta para morir. Nadie se muere la víspera, sino cuando le toca en la fila india trazada por el destino.
Cómo será de jarto hacer cola que muchos pagan para que las hagan por ellos. Hay personas y empresas que se dedican a hacer cola por otros.
Les debe ir de maravilla, porque nada más deprimente que gastarse la vida detrás de una cola que no sea la de Amparito Grisales, sin revertrex, claro.
Protestamos porque la cola no se mueve, porque los empleados que atienden en la ventanilla son lentos, hablan con el vecino, toman tinto, almuerzan, llaman por teléfono o reciben llamadas. ¿Cómo se les ocurre hacer prosaico pipí?
Protestamos cuando alguien se cuela en la fila, o cuando el gerente del banco le pasa a uno de sus empleados la consignación de su tiniebla de turno por debajo de cuerda.
Pero hay un sitio donde nadie protesta cuando hace cola. Ese sitio único en Colombia es la embajada de Estados Unidos en Bogotá. Allí se acaba como por arte de magia el mal genio. Si no se acaba, toca disimularlo.
Todos allí somos mansas palomas. A nadie se le ocurrirá pegarle el grito al gringo de la ventanilla para que apure. Ni modo de decirle que trabaje que para eso le pagan con nuestra plata.
No, el que va a pedir la visa Usa, hace cursillo para santo Job y espera sin chistar. ¿Que hay que hacer fila cinco, seis horas? No importa, el sueño americano se merece esa y todas las esperas. No importa que luego se convierta en insomnio.
¿Que lo convocan a una hora determinada y lo están llamando horas después? De malas.
Los empleados gringos que atienden las ventanillas se pueden tomar un semestre para despachar uno de los clientes que se arrima a su ventanilla y nadie los criticará. Saben que tienen muchos futuros en sus manos.
Nadie se atreve a moverse de su sitio, espantar una mosca que se amañó en el pescuezo, tomarse un tinto caro y malo en la cafetería de la embajada por temor a que en ese preciso momento lo llamen y se pierdan chicha, calabaza y miel.
El colombiano que aspira a largarse de aquí, solo tiene ojos y oídos para el gringo de la siniestra ventanilla salvadora.
Si por los altoparlantes llaman por su nombre a personajes más o menos encopetados para que sigan adelante, saltándose la cola, nadie les echará el consabido madrazo. Es más, de pronto hasta les piden autógrafo. Famosos no se ven todos los días.
Los famosos, con el ego subido, convierten la entrada a la embajada en una pasarela y se pavonean orondos, mientras la gente de la llanura espera. Por la cara que exhiben los que abandonan la tal ventanilla se adivinará fácilmente si podrá ver a Mickey Mouse.
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