Fernando Londoño


Siendo la muerte cosa perfectamente seria, como dijera el poeta, con frecuencia no se la toma en serio. La historia es rica en pruebas de que muchas veces se convirtió la muerte en caricatura. Quien lea "El Laberinto de la Soledad" de Octavio Paz, su obra cumbre, verá cómo se burlan los mexicanos de ellos mismos festejando su propia muerte en el anticipo obligado de las muertes ajenas. Nuestros viejos chibchas eran parecidos y todavía, al pie de nuestros cementerios, prospera una cantina con el expresivo nombre de "la última lágrima". Por malo que haya sido, no hay muerto que no merezca una buena borrachera.
Al lado de ese festival ridículo que montaron los aprovechadores de la memoria de Chávez para atender sus propios intereses, surgen apasionantes reflexiones sobre otro apasionante tema, el del hombre masa, que don José Ortega y Gasset puso sobre la mesa, como una de las características de nuestro tiempo convulso y contradictorio.
El hombre masa pudo existir siempre. Pero el Siglo XX le abrió espacio propicio con la aparición sistemática de las muchedumbres como elemento esencial del paisaje humano. La muchedumbre es para el hombre masa como el agua contaminada y quieta para el zancudo. Es su hábitat. Es su refugio. Es su paraíso. Porque en la multitud se desdobla, se camufla, se desinhibe, se despersonaliza. Entre ella pierde la ardua obligación de comportarse racional y responsablemente. Endosa la tarea de elegir por sí mismo y de calificar sus acciones. El hombre masa es un ser desprovisto de voluntad, carente de sentido, ausente de juicio. Todas las complejas condiciones del hombre espiritual, y por lo mismo libre, se las transfiere a ese monstruo que lo absorbe, que le quita el problema de vivir. Porque el individuo masificado vive en las entrañas de la fiera sin la compleja tarea de saber por qué hace lo que hace, piensa lo que piensa, quiere lo que quiere. Obra de prestado, sin la fatiga de elegir el paso siguiente, ni el otro, ni ninguno. Va donde la marea lo lleva, grita como el gentío, gesticula como el vecino, entra en una especie de paroxismo nervioso, del que queda excusada cualquiera decisión propia, auténticamente humana.
Ese proceso de deshumanización, y por lo mismo de barbarie, puede conducir hasta abismos insondables. Los que hemos estudiado el nazismo, llegamos a una conclusión dramática. El alemán individuo jamás hubiera aceptado ninguna de las atrocidades que cometió siendo parte de aquella farsa espantable que fue el nazismo. A nombre de la raza aria y el superhombre (¡Hitler ario y Hitler superhombre, como el de Zaratustra!) los alemanes llegaron cometer crímenes que no habría cometido el hombre de las cavernas. Matar niños en una cámara de gas, torturar un pueblo entero hasta la muerte, amenazar con la destrucción al mundo que no fuera ario, serían locuras, payasadas, excesos, bribonadas, crueldades a las que no se hubiera rebajado ningún alemán. Pero metidos en una Svástica, ante un gesto único de millones, en medio de ese aparato diabólico que los absorbió, consumió y enloqueció, hicieron lo que hicieron. Nunca tendrán espacio para arrepentirse lo suficiente.
Si alguno de los venezolanos que se está dejando manipular tomara distancia de las cosas que viene haciendo en montonera, del modo que se está dejando gobernar y utilizar por una pandilla de ambiciosos y corruptos, del estilo que está en uso de llorar, gritar, amenazar, rugir y protestar, no sabría si apenarse o reírse.
Ya embalsamaron a la víctima, aquel Hugo Chávez que apenas aspiró a dictador y lo han vuelto dios de pacotilla, sin el menor respeto por su voluntad y su memoria. Ya rugió la artillería. Ya gastaron la munición de los fusiles. Ya lloraron. Ya dieron alaridos desgarrados. Ahora les queda ir a comprar mercado. Para darse cuenta de que aquel falso dios embalsamado los dejó sin país y sin comida. En cualquier sentido, es la resaca que sufre el hombre masa cuando algo le hace recordar que es una persona.
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