José Jaramillo


No hay ninguna razón para temerle a la vejez, cuando es un hecho contundente, irreversible. Ni a la muerte, porque, como dijo alguien, "de este mundo no sale vivo nadie". Woody Allen, el genial actor y director de cine, dice con su gran sentido del humor: "La muerte es un sueño largo, interminable, con la ventaja de que uno no se tiene que levantar a orinar".
Tampoco hay que prepararse para envejecer y menos para morir. Es simplemente dejarse llevar de los años sin resistirse y no tratar de hacer lo que no se hizo en la juventud y creer que por viejo se las sabe todas, descalificando a los jóvenes, sin reconocer que éstos son los dueños del mundo y que la mejor manera de vivir tranquilos los años del declive inevitable es ganándose el cariño, el respeto y la protección de los hijos, especialmente, y en general de los jóvenes que nos rodean.
En la medida de las capacidades y posibilidades personales no hay que dejar de ser útiles y de estar activos. Algo puede hacer cada cual que les sirva a los demás, para lo cual no es indispensable ser rico. Y jamás esperar recompensas, porque la mejor es la satisfacción de haber hecho el bien, por pequeño que sea. Un libro de Bonel Patiño lo tituló "Los ataúdes no tienen bolsillos", para significar que la ambición desmedida, cuando se tiene lo necesario para vivir dignamente, es altamente nociva. Además porque, como dijo alguien, "no hay entierros con trasteo".
Los poetas, que tienen el poder de resumir grandes pensamientos en el breve espacio de un verso, se han ocupado del tema de la vejez y la muerte, cada cual a su manera, algunos con resignación, otros con humor, tal cual con piadosa aceptación y no han de faltar los que sientan miedo. Pero en lo que sí están todos de acuerdo es en que de esas dos situaciones nadie se escapa.
Baudilio Montoya, el rapsoda del Quindío, dijo al respecto: "La muerte me está llamando (…) / ya en la lamparita humilde / no hay una gota de aceite. / Todo lo que ayer quisiera / lo abandoné para siempre, / y el dolor que me dolía / ahora ya no me duele. / (…) Por eso me voy ahora / sin pedir nada a la suerte / lleno de una honda alegría / porque nada me retiene. / (…) dándole mi último canto / a mi señora, la muerte".
Y el poeta Luis Carlos, "el Tuerto", López, en dos magistrales sonetos que tituló "Vejez", dijo: "(…) Y déjame apurar, como te pido, / mi última copa sin la inicua pena / de irme achacoso hacia el eterno olvido, / tras de los granos del reloj de arena". Y termina: "(…) Más si tú, que hoy me miras abrumado, / me has de poner, como nos dijo el vate, / ‘chato, pelón, sin dientes y estevado’, / ¡llámame a Satanás, vejez maldita, / para poder hacer un disparate, / como Fausto, y buscar mi Margarita!".
A don Miguel de Unamuno, el sabio rector magnífico de la Universidad de Salamanca, ya anciano, le preguntaron unos estudiantes: "Para usted, Maestro, ¿qué es el amor?" Y contestó: "Si yo le cojo una rodilla a mi mujer, no siento nada especial. Pero si a ella le duele la rodilla, a mí me duele también".
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