Luis F. Molina


Ecuador se convirtió en una paradoja de la libertad. Por un lado, en el congreso de ese país se reglamenta una ley que ciñe a los medios de comunicación a cumplir con un currículo que, en muchos de sus artículos, exige a los periodistas y su entorno actuar de modo que el gobierno pueda dar un beneplácito a sus providencias.
Por otro lado, la semana anterior se ajustó un año desde que Julian Assange se encuentra asilado en la embajada de Ecuador en Londres, bajo las gracias diplomáticas que diferentes tratados mantienen impotentes los deseos y maniobras de Estados Unidos por hacerlo pagar después del escándalo que suscitó la revelación de cables del Departamento de Estado a través de su portal web, WikiLeaks.
Ahora, Estados Unidos persigue a un personaje que se ha nombrado sin cesar en los medios del mundo. Se trata de Edward Snowden, un exconsultor de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y exagente de la CIA que filtró información sobre interceptaciones ilegales que esa agencia hacía a diferentes personalidades de Estados Unidos. El domingo pasado se conocieron las intenciones de Snowden de buscar asilo político en el país vecino luego de un año de que se conoció la vehemencia con la cual Ecuador defendió la protección que le concedió a Assange por WikiLeaks.
Después de todo, Estados Unidos se encuentra con que su aparato diplomático ya no es la maquinaria de presión que otrora fue. Ya los países no corren para complacer sus antojos y solicitudes y es claro, además de la pérdida de terreno político, que sus pólizas de seguridad han sustentado ineficiencia y cinismo.
Por ello que la única reacción que la Casa Blanca pudo emitir el domingo pasado, luego de conocer que Snowden había volado anónimamente de Hong Kong a Moscú, fue un simple comunicado a la opinión pública demostrando su decepción por la forma en la que en Hong Kong hicieron caso omiso a la solicitud de captura manifiesta desde el país del norte para juzgar a Snowden por la misma razón que mantiene en tribunales federales de EE.UU. a Bradley Manning, personaje por quien WikiLeaks sacó hace un par de años el escándalo de diplomático más embarazoso para Estados Unidos en la historia contemporánea de esa nación.
Pero más allá de la natural actitud política que ha orientado y expuesto EE.UU. con sus comunicados y sentencias de cancelación del pasaporte de Edward Snowden, lo que resulta más interesante de analizar es la doble moral con la que Ecuador afronta esta situación, donde los periodistas oriundos de las montañas de los Andes son censurados por el gobierno, en especial el ejecutivo, pero otros son alzados y ensalzados como trofeos soberanos y provocaciones al poder de Estados Unidos.
Pero a quién le importa. Ecuador tiene unas de las peores políticas de prensa y libertad de información del mundo, pero geopolíticamente necesita mantenerse en la disputa global y por ello se escuda en diferentes justificaciones para pensar en mantener asilado en su embajada a Snowden sin importar la repercusión. De hecho, lo que hizo el exconsultor de la NSA es loable desde que se conoce la forma en la que Estados Unidos espía a sus ciudadanos bajo pretextos equívocos de seguridad nacional que probablemente pocos resultados efectivos a largo plazo arrojen.
Ecuador quiere rezarle al que tenga más poder mediático y de convencimiento. Su prensa ya pasa desapercibida. La indignación por la manera en la que se le pusieron barreras al libre ejercicio de la información fue pasajera y un temporal de críticas que por el aire se esfumaron. Nadie, por lo pronto, hará que Rafael Correa cambie de decisión mientras exhibe al mundo una faceta amable, de defensor de quienes buscan desnudar la verdadera cara de los gobiernos. Como diría el Kiko… ¡Qué cosas, no!
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