Cristóbal Trujillo Ramírez


Hace pocos días se dieron a conocer los resultados de las pruebas internacionales PISA que aplica la OCDE y que miden las competencias básicas de los jóvenes de 15 años en áreas fundamentales como matemáticas, lenguaje y ciencias naturales; es conocido por todos que Colombia se ha ubicado en el puesto 62 entre 65 países que presentaron la mencionada prueba.
Son muchas las reacciones que a nivel nacional hemos podido escuchar y leer, desde aquellos como la directora nacional del ICFES quien le resta importancia a este acontecimiento, hasta expertos columnistas que interpretaron este hecho como un fracaso de la política educativa de Colombia y hasta exigen la renuncia de la ministra de Educación. Deseo terciar en este debate y aportar algunos elementos que espero nutran esta discusión y como actor cotidiano de la dinámica escolar expresarle a la sociedad civil, al estamento político y a la clase gubernamental, los sentimientos que en el seno de la escuela producen estos indicadores.
Quiero empezar por citar un elemento que a propósito escribí en mi artículo anterior: la elevada incidencia que en el aprendizaje tiene el factor nutricional; recordemos que del desarrollo neuropsicológico del niño en sus primeros mil días de vida depende el equipaje intelectual para toda su vida, no es un secreto señalar las graves dificultades que en este sentido tenemos en Colombia, son elevados los índices de desnutrición con el que ingresan los niños al sistema educativo, son igualmente importantes los índices de anemia asociados a condiciones de desnutrición, este aspecto por supuesto no pertenece al sistema educativo propiamente dicho, pero sí a la política pública en salud.¿Podemos esperar que en estas condiciones se optimicen los procesos de aprendizaje y el niño desarrolle competencias, habilidades y destrezas?
Pero no solo el niño ingresa con serias desventajas a la escuela, sino que además allí se encuentra en presencia de debilidades propias del sistema educativo: los maestros no se incorporan por méritos vocacionales hacia su quehacer pedagógico, pasan los que ganan un examen que no mide el potencial docente del aspirante, llevamos ya una década incorporando los nuevos maestros por este sistema y ¿qué ha pasado al interior de la escuela? Los datos son contundentes, la carrera docente se encuentra en franco deterioro, los peores resultados en las pruebas Saber Once únicamente tienen opción de ingresar a cursar estudios de licenciatura en la educación superior, pero aún más, los peores promedios en las pruebas Saber Pro son precisamente de los programas de licenciaturas, es decir, estamos ante una política equivocada en la incorporación de maestros en Colombia.
Esta falencia repercute significativamente en la calidad de los procesos pedagógicos que se llevan a cabo en la escuela, ya que sabemos y diariamente lo comprobamos, la calidad de la educación pasa meridianamente por la calidad de los maestros; pero como si esto fuera poco, los niños que asisten a las escuelas públicas en Colombia solo acceden con un año de educación preescolar, mientras un niño de condiciones económicas favorables cursa tres años de aprestamiento, el niño de la escuela pública solo ha "entrenado" uno; dos años de diferencia en educación formal y a esa edad marcan una determinante en la ya complicada carrera de oportunidades.
Si a estos tres factores estructurales les agregamos otros de menor impacto, pero que también comprometen los resultados, tales como el bajo tiempo de escolaridad, la gran cantidad de estudiantes por grupo, las exageradas cargas académicas de los maestros, la atención a los chicos en condición de discapacidad, la desatención y la falta de compromiso de los padres en la formación de sus hijos, las insuficiencias locativas y de recursos, por mencionar algunos, ¿podremos esperar mejores resultados? Yo creo que no. Es más, he dicho que ante este panorama no podemos esperar otros resultados; decía Alberth Einstein: "No podemos esperar resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo"; considero entonces que más que unos resultados que dan cuenta de las brechas de la calidad educativa de estos países, lo que nos están mostrando son las significativas distancias de sus condiciones socioeconómicas y políticas, y que mientras no intervengamos estructuralmente estos factores, seguiremos siendo asiduos habitantes de los últimos pisos de este edificio planetario.
Desde esta tribuna pido al Divino Niño de Belén que ilumine a nuestros gobernantes y a nuestra dirigencia política, para que con humildad profunda y con amor patrio, reconozcamos errores y seamos pródigos de noticias de esperanza para los niños y jóvenes de Colombia.
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