Si la guerrilla de las Farc quiere dar un gesto de paz, debería tomar la decisión de abandonar definitivamente no solo el secuestro, sino la colocación de minas antipersonales, actos horrendos que violan todas las normas del Derecho Internacional Humanitario y que pesan como un indicador de crueldad y de criminalidad de lo más horrendo que podamos observar.
Basta pasar por un sanatorio de la Policía o del Ejército para darse cuenta de la cantidad de miembros de esas instituciones haciendo fila para sus chequeos médicos, en una situación que conmueve a cualquiera: Hombres sin pies, sin piernas, con lesiones en el rostro o en los brazos. Y eso sin hablar de todos aquellos campesinos, muchos de ellos niños inocentes, que pisan estos artefactos y que mueren o quedan lisiados de por vida por la acción de las explosiones.
En el campo ir a la escuela o pretender un desplazamiento para cualquier fin, conlleva el peligro de pisar una mina escondida entre los matorrales, derivándose de ese hecho una verdadera tragedia, que acompañará al afectado por el resto de su vida, si no es que muere en el acto, vuelto pedazos, por el efecto de la explosión.
Las minas antipersonales constituyen una acción cobarde, criminal y absolutamente carente de cualquier nivel de civilización. Quienes las conciben no muestran otra cosa que una personalidad en extremo criminal y absolutamente despreciable contra sus congéneres. Es una práctica ya desterrada de todos los rincones del mundo y aquí continúa intacta.
No nos explicamos que en tantos años de conflicto armado, los derechos humanos sea una cosa que a nadie le interesa; que todos los avances de la civilización parecieran no existir y que las personalidades involucradas no tengan ningún elemento de formación o de juicio para alcanzar a percibir el alcance de semejante barbarie.
Una "mina quiebrapata", como se le llama en el lenguaje popular, constituye un acto de criminalidad y de brutalidad, que solo puede caber en la mente de una persona químicamente bruta o potencialmente criminal y quien no reconozca la perversidad, y desde luego, la fatalidad de un acto así, no merece la más mínima consideración.
Dentro de los diálogos que se adelantan en Cuba, sería muy importante analizar este tema y que la opinión pública conozca con exactitud qué es lo que se piensa al respecto por parte de la dirigencia allí reunida, para que sepamos con qué clase de individuos se está dialogando.
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