César Montoya


¿Qué quiso decir Gabriel Elicio cuando con esos términos hirientes se refirió a su vástago tarambana, Gabriel García Márquez? ¿Lo vería, apenas, como un potranco lujurioso? ¿Tendría de él una dimensión ridícula, catalogándolo como un cuentero seductor?
Ese lanzazo despectivo, del padre contra el hijo, es una síntesis de la desvergonzada vida crapulosa de Gabo, siempre en medio de prostitutas, mantenido por ellas, compartiendo mendrugos con las mismas, mimado en el escondrijo de cobijas pegajosas por el trajín de las parejas y por turno riguroso sirviéndolas en sus apetitos fornicadores. Era Catalina La Grande una comadrona regordeta, rectora de un sanedrín de locas. Allí, María Encarnación, su querida, lavaba su ropa de miseria y con dificultad lisaba esos harapos. Gabo llegaba extenuado a su guarida, en las horas del alba, después de cantar en un club nocturno o liberado de una Comisaría por supuestas delincuencias veniales. Las vampiresas eran premiadas con halagos. Les redactaba enmieladas cartas de amor, engolaba su voz para los boleros en los conversatorios, y hacía precarios condumios, entrepiernado con sus amantes de ocasión. Hizo suya la sentencia de William Faulkner: "No hay mejor lugar para un escritor que un burdel".
Es curioso: la vida de García Márquez está marcada por el sexo. Los crímenes que por trifulcas en torno de varonas enmarañan sus relatos, la procesión de los Buendías con sus enredos de faldas, el dictador que en el otoño pastorea mancebas con furores uterinos, el amor vespertino entre Florentino Ariza y Fermina Daza, las putas tristes, el delirio literario para contar sus tormentosas travesuras con mujeres coronadas, exhiben la obsesión del inmortal novelista por los jineteos afectivos.
Con cínico desparpajo, Gabo escribió: "Guardo buenos recuerdos de prostitutas y escribo sobre ellas por razones sentimentales. Los burdeles cuestan dinero, por lo que son lugares destinados a hombres más mayores. La iniciación sexual en realidad empieza con las criadas, en casa. Y con las primas. Y con las tías. Pero las prostitutas eran amigas mías cuando era joven. Con las prostitutas, incluyendo a algunas con las que no me acosté, siempre he trabado buenas amistades. Podía dormir con ellas porque era horrible dormir solo. O podía no hacerlo. Siempre he dicho en broma que me casé para no almorzar solo. Por supuesto, Mercedes dice que soy un hijo de puta".
Gabo tiene una marcada genética de liviandades sexuales. Su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, además de homicida, fue un faldero, saltarín de talanqueras. Gabriel Eligio, su padre, fue denunciado ante los jueces penales por violador. Debió enfrentarse a los abogados que lo acusaban, y a las madres que reclamaban por el honor de sus hijas mancilladas. Era un trotamundos desafortunado y en sus esporádicos regresos al hogar, dejaba en las entrañas de Luisa Santiago, su esposa, sembrada la semilla de un hijo. Lo apodaban "el semental".
¿Por qué esa fijación del sexo en la vida de García Márquez? ¿Por qué ese retorno obsesivo a los amores livianos, a la narración embrujada de sus peripecias como machucante, a esas desnudas historias de infidelidades, con maridos cornudos y mujeres atrevidas, de vidas múltiples, relamidas y ninfómanas?
Gabriel García Márquez es un personaje histórico. Resignado administrador de un cáncer; alimentado, a veces, por desechos fermentados de barril; recolector, para vender, de botellas y pasquines amarillentos; visitante de arrierías con el hombro derecho vencido por el peso de las enciclopedias que trataba de colocar a crédito en los ventorrillos camineros; apurando bohemias y apostándole al azar; y después, mucho después, consentido de la gloria, es el conocimiento que de él nos queda, después de leer la abultada biografía escrita por Gerald Martin. Con estilo de encanto, con prosa fluida, con penetrante digestión psicológica para entender el alma cósmica de quien es par, con estilo diferente, de don Miguel de Cervantes.
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