Gloria Beatriz Salazar


Queremos justicia y para muchos no es justicia la impunidad de la guerrilla en un Proceso de Paz, por ejemplo, mi hija de 13 años me dice que quiere la paz pero a esos terroristas, asesinos, solo quiere verlos en la cárcel.
El sol empieza a caer en la vieja Habana, yo voy caminando por la Plaza de San Francisco y empieza a llegarme desde un café la voz de una mujer cantando "Yolanda". Como atraída por un imán en segundos llego allí y pido una cerveza. Ya no siento mis piernas, he caminado toda la tarde con un calor infernal y después de tomar un trago largo de una cerveza "Clara" empiezo a mirar a mi alrededor y mis ojos se detienen en una mesa donde hay un hombre de avanzada edad ¡no puede ser!, parece uno de los negociadores de las Farc. Lo miro, lo miro, y me acuerdo de las imágenes de TV y me digo: esta es una oportunidad que una colombiana no puede desaprovechar.
Entonces respiro profundo, recojo todo mi valor y con firmeza tomo mi vaso de cerveza, camino unos cuantos pasos, llego a su mesa y sin pensarlo le digo: su cara me parece familiar ¿es usted colombiano? él con la cabeza me dice que sí y de una, sin pedir permiso me siento y me presento, pero él solo me mira con un poco de disgusto y dice: Hola. Yo para romper el hielo hablo de mi viaje y de La Habana, y le cuento que llevo una semana allí y él me dice que ya lleva un año por cuestiones de trabajo, que ha sido una experiencia que ha cambiado su actividad diaria (yo pienso, claro, lleva un año sin echar bala), pero respiro y sigo con la conversación; él me pregunta sobre mi vida y yo le cuento lo que hago: tengo dos hijas y por ellas trabajo sin descanso para que sean unas buenas personas con principios y solidarias, sobre todo lucho para que puedan disfrutar de una Colombia en paz en la cual yo nunca he vivido, ni mis papás, ni mis abuelos.
Él se mueve en la silla y empieza a sentirse incómodo –pienso: voy demasiado rápido y no quiero que se vaya- entonces cambio de nuevo la conversación y le preguntó: ¿Usted tiene familia? y me dice que sí, pero que por cuestiones de trabajo nunca los ve –y me digo para mis adentros: claro en la selva en un cambuche, escondido traficando y guerreando que va a ver crecer a sus hijos o nietos- Pero por lo menos ¿gana bien? –Vuelvo y pregunto- Sí, contesta él y agrega: es un negocio riesgoso pero muy lucrativo (yo le adicionó en mis pensamientos: el negocio de las armas y del narcotráfico son los negocios ilegales más lucrativos en el mundo) y vuelve el silencio. Recojo la conversación y le cuento que para mí ha sido primero mi familia, mis hijas, y prefiero no ganar mucho y tener tiempo para ellas, acompañarlas en su vida, que eso no hay dinero con que pagarlo, además no hay como retroceder el tiempo, y la vida se nos va en un abrir y cerrar de ojos.
Él se me queda mirando y me dice que está pensando en jubilarse -eso me hace guardar una esperanza-, aunque añade que la cosa esta difícil, y yo le doy ánimos diciéndole que a muchos colombianos se les demora hasta dos años para que les salga la pensión, pero él me dice que por ese lado no hay problema porque él cotiza como independiente en un fondo privado.
Entonces él se queda mirándome en silencio como reflexionando sobre mis palabras y el ambiente se pone tenso. Bebo mi cerveza y reanudo la conversación y comento: me imagino que en un año por fuera del país no ha tenido mucho contacto con lo que está pasando allí, las cosas han cambiando más de lo que parece y él me mira con curiosidad y me pregunta ¿cómo veo a Colombia? y yo lo miro y pienso: ¿cómo no va a querer saber del país? Él, que solo lo ha mirado con los ojos de la guerra en la selva, con el discurso de la revolución de los 60, sostenido por los negocios ilegales del capitalismo como el secuestro, las vacunas y el narcotráfico. No puedo desaprovechar esta oportunidad y tomo aire y empiezo: Me imagino que habrá oído en la radio nacional y en el periódico de Cuba "Granma" -que es la única voz que se escucha en este país- que se inició un proceso de paz aquí, en La Habana, hace un año y me quedo mirándolo y le digo: ve qué coincidencia, es el mismo tiempo que lleva usted por estos lares -y él en silencio se reacomoda en su silla y toma un trago de cerveza- y yo continúo mi discurso: en Colombia estamos cansados de la guerra y tenemos mucho dolor y rencor. Queremos justicia y para muchos no es justicia la impunidad de la guerrilla en un Proceso de Paz, por ejemplo, mi hija de 13 años me dice que quiere la paz pero a esos terroristas, asesinos, solo quiere verlos en la cárcel. Y yo le respondo que llevamos demasiado tiempo en guerra, ¡Basta Ya!, hay que firmar la paz y si para ello hay que negociar -y negociar significa ceder- pues yo estoy dispuesta, ah, pero eso sí, que digan la verdad, que se enfrenten a sus víctimas y a su dolor y pidan perdón, porque es la única manera de cerrar las heridas y mirar hacia el futuro.
De pronto paro mi discurso -demasiado pasional- y miro a mi público, un hombre con su cara inexpugnable que no sé si me escucha o en qué piensa, entonces, le pregunto: ¿lo aburro con la historia? y él susurra que continúe. Tomo otro trago de cerveza para mojar mi garganta y empiezo a hablar: le dije a mi hija que tal vez no estamos frente a grandes líderes y caudillos, que ni siquiera son parecidos al comandante Papito, disculpe a Pizarro, pero que vamos hacer, si con ellos nos tocó firmar la paz, pues la firmamos, pero yo ya me cansé de la guerra, del dolor y del rencor, quiero la verdad y perdonar, porque como dice Celia Cruz: "Uno perdona, pero no olvida" y "perdonar es recordar sin dolor".
Me quedo mirándolo –suspiro- y le digo: que pena tanta emoción señor, pero es que mi dolor de patria, que me imagino que usted también lo siente, me llena el corazón. Sabe, si algún día me encontrara con un guerrillero yo le diría que le perdono, que construyamos un país juntos, que no necesitamos niños en la guerra sino en las escuelas y jugando, que no se necesita secuestrar ni negociar con drogas para ganarse el sustento, que los cambios se dan con hechos y no con armas, y que en este país tenemos que aprender a vivir todos sin matarnos los unos a los otros.
Entonces de repente él se levanta y sin decir una sola palabra me dice que debe irse, que fue interesante escucharme y yo por un segundo quedo atónita y le digo: a mí también me pareció interesante conocerlo y espero que logre jubilarse muy pronto. Él se para de la mesa y antes de que se marche le pregunto: ¿No me ha dicho su nombre? y él me da la mano y me responde: el nombre no importa, Compañera.
Y se pierde por la Calle de las Amarguras de la vieja Habana...
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