Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá

Champaña o roncito. Hora de celebrar. Cesó la horrible noche y pasamos de largo entre pánicos y angustias. El Once, es otro Once. La compraventa del club equivale a una melodía deliciosa o un canto de cisnes. Aún cuesta creerlo porque la solución apareció de la nada, como un milagro caído  del cielo.
Llegó la hora de los cambios, del liderazgo, del nuevo modelo de manejo, de la pulcritud. Del Once como empresa seria, sólida  y ambiciosa. Ese es el credo que está en el papel, en la idea, dejando en claro que  plata con ideas garantiza el éxito, sin ellas, el fracaso.
El Once que para tantos de nosotros es pasión eterna, ha vivido, esta semana, un pasaje transcendental de su existencia. Aún muchos no logran asimilar su importancia, impactados por lo que no  pasaba de un sueño. Al borde del precipicio, a punto de la ruina, aparecieron las manos salvadoras, garantizadas en su seriedad por nuestro gobernador, Guido, activo siempre.
Pero, al margen de las celebraciones, del impacto publicitario, de la euforia, de las desdichas superadas, llega el momento de la acción. De darles vida al nuevo modelo administrativo y deportivo. De pasar de las palabras a los hechos. La hora de la demostración de un estilo estratégico no contaminado. Del Once con motor de tractomula y no de carro viejo.
La hora de confeccionar un mejor equipo para el año venidero, sin dejar de lado los compromisos actuales en la competencia. De buscar refuerzos con categoría y darle solidez a la dirección del grupo.
El Once apunta hoy a ser lo que siempre quisimos tantos: una empresa. Pero se entiende que el fútbol no es solo números y balances, pérdidas y ganancias o gestión de teléfono y escritorio.
En el fútbol juegan, fundamentalmente, la pelota y los artistas y hacia ellos el hincha, hoy agradecido, de nuevo pone la mirada. Los partidos vuelven a jugarse en la cancha y no fuera de ella.