José Jaramillo


La tecnología se impone para agilizar los procedimientos (administrativos, financieros, etc.) en todo tipo de empresas y entidades, lo que tiene que ser así, pero distancia cada vez más a las personas que se rezagaron con el manejo de los equipos y con la terminología pertinente. La sociedad, entonces, se divide entre quienes programan y ejecutan los procesos de las organizaciones, públicas o privadas, que buscan reducir el contacto con el público, delegándolo en la Internet; y una inmensa cantidad de usuarios que no entienden lo que les hablan los funcionarios con quienes logran hablar cuando les dan atención personal y menos son capaces de operar un computador para adelantar los trámites que requieren. Cuando el empleado, desde el trono de su suficiencia, le dice al campesino, al carretillero, al anciano, a la señora de oficios domésticos, al cotero o al vendedor esquinero de dulces, que su asunto no está resuelto y que esté consultando la página web de la entidad, extendiéndole un papel con el nombre correspondiente, el sujeto, para sus adentros, dice: "La güev" ¡yo qué voy a saber qué es eso!... Pero tampoco se atreve a preguntar, o el tiempo de la entrevista está agotado, por lo que sale rascándose la cabeza, pensando en buscar a alguien que lo saque del atolladero. Es ahí cuando surge una nueva profesión: la de los tramitadores para la ignorancia tecnológica, que desde una sala de Internet asesoran a la gente para que pueda sacar el pasado judicial o un paz y salvo de rentas; conseguir el dato de los impuestos que debe pagar, una cita en una embajada para pedir visa o saber qué requisitos debe cumplir para obtener la pensión de jubilación. Al paso que vamos, las relaciones entre las entidades y sus clientes o usuarios serán virtuales; y en las ventanillas de atención al público no habrá personas sino aparatos para suministrarles datos y que devuelvan información. Y si el tipo no queda satisfecho se fregó, porque no hay con quién aclarar nada, ni a quién hacerle reclamos y menos con quién pelear.
El ministro Molano, de Comunicaciones y Tecnología, un ‘duro’ en sistemas, tiene como meta acabar del todo con los papeles en las entidades oficiales, que han sido uno de los placeres de los empleados públicos: pedir papeles, hacerlos cambiar y solicitar otros y esconderse detrás de un montón de fólderes y carpetas, para no atender a la gente y poder dormir la siesta o resolver crucigramas. Y las empresas privadas, en la medida que sistematizan sus procedimientos, reducen las nóminas y los espacios para los trabajadores, con el consiguiente ahorro en sueldos y prestaciones, muebles y equipos; consumo de agua, energía eléctrica, teléfono, papel higiénico, café y servilletas. Esa es una realidad que forzosamente se tiene que aceptar, contra la cual no hay bochinches y alharacas sindicalistas que valgan. El único remedio que queda es la educación para la creatividad y el emprendimiento; y a eso es a lo que hay que apuntarle.
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