Bernardo Mejía


Hay una realidad: somos una sociedad de borrachitos. Nos gusta consumir licor. Celebramos todo con trago incluido y si no es por celebración, hasta en los entierros, es muy normal para ciertas personas, tomarse sus traguitos al lado del ataúd de un amigo.
Se dice que una de las regiones donde más se consume licor, incluso desde temprana edad, es la nuestra. Falta ver si esto es verdad, porque por donde uno se mueve dentro del país, el consumo de licor se hace evidente. En una invitación a comer lo último que se sirve es la comida, en muchas oportunidades ésta se sirve cuando "ya no hay sujeto" y muchos de los borrachitos toman la decisión de no comer porque "se le pasan los traguitos".
Hasta no hace muchos años era muy normal que las personas condujeran sus vehículos alicorados. Existían inclusive unas casas que servían de "sitios de reclusión", donde los conductores quedaban "detenidos" mientras se resolvía su situación jurídica por haber matado con su carro a un ciudadano cuando conducían borrachos. Casas que tenían unos servicios y unas instalaciones muy diferentes a las que tenían las cárceles del país. Este delito era configurado como un homicidio culposo, razón por la cual en muy pocas oportunidades daba cárcel y si por alguna razón se dictaba su detención era por poco tiempo y con muy pocas probabilidades de purgarse la pena en una cárcel.
Hoy en día las cosas son a otro precio. El solo hecho de conducir con tragos se penaliza con multas que en el caso más favorable valen una cifra aproximada al millón de pesos y conlleva además a que se le suspenda la licencia de conducción temporal o definitivamente al conductor, dependiendo del grado de alcohol que tenga al momento de cometer la contravención y de si es o no reincidente. El tema se complica enormemente si el conductor borracho atropella a un ser humano, la cosa se puede poner a otro precio, porque hoy en día este delito sí se paga con cárcel y por varios años. El marco legal ya no permite que el conductor se niegue a hacerse la prueba de alcoholemia, porque si se toma esta decisión ya hay contemplada una sanción pecuniaria y un tiempo de suspensión de la licencia para los remisos.
Sin embargo, este cambio en la normatividad pareciera que no ha influido en el cambio de las costumbres de los conductores borrachos. Aunque tímidamente hay conciencia de una parte de la comunidad en tener un mayor cuidado en no conducir vehículos con tragos, todavía falta mucho para que las cosas cambien más favorablemente.
Se puede decir que no pasa una semana sin que el país se entere de un nuevo accidente de tránsito en el que haya víctimas mortales producidas por un conductor borracho. La semana pasada fue el ocasionado por un joven profesional recién egresado de una prestigiosa universidad de Bogotá, quien en una camioneta muy elegante, atropelló a un taxi matando a dos jóvenes recién graduadas como ingenieras y dejando en muy mal estado al conductor del vehículo. El infractor se encuentra recluido en una clínica donde se está recuperando tanto de las lesiones físicas que recibió por el accidente, como de las mentales. Preocupaciones mentales totalmente comprensibles si se tiene en cuenta el hecho de tener que cargar por el resto de su vida con el cargo de conciencia por la muerte de las muchachas, como por los años que va a tener que purgar en la cárcel, truncando con esto todas sus metas y expectativas que tenía para su nueva vida profesional y laboral.
Pero falta ver cuántas de las personas que hoy en día están comentando sobre este fatal accidente, no se toman sus traguitos los fines de semana y manejan sus vehículos "prendiditos", porque según las estadísticas, en solo Manizales durante el primer semestre fueron multadas 366 personas por conducir en estado de embriaguez.
También tenemos problemas con el consumo de licor en las vías públicas. En la llamada zona rosa de la ciudad es muy normal ver cómo, especialmente los jóvenes, se emborrachan en la Avenida Santander con toda tranquilidad. Fenómeno que no solo se da en la zona rosa, también se presenta en los sitios que gozan de una buena vista sobre la ciudad o en regiones relativamente apartadas; se parquean los vehículos y se hace la fiesta en plena vía pública sin ningún problema, generando grandes incomodidades a los vecinos que viven en las inmediaciones del sector escogido por los parranderos.
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