Luis F. Molina


Generalmente escribo esta columna los domingos casi a la medianoche. Por lo normal, termino pasadas las 2:00 de la mañana del lunes. Se supone que a esa hora se ven frescos los titulares de los medios de occidente y mientras la mayoría duerme, el tráfico en internet es calmado. Este lunes tuvo algo en especial, era el “CyberMonday” o “Ciber-lunes” en Estados Unidos, como una forma de extensión del viernes negro que prosigue después de la celebración del día de Acción de Gracias.
Durante el Ciber-lunes, las compañías que venden cualquier tipo de mercancía vía internet, realizan casi los mismos descuentos que los grandes almacenes el "viernes negro". Aparentemente, es la costumbre más reciente que acompaña el día más amado por los estadounidenses. La estrategia para revivir el consumo y las compras navideñas tempraneras ha funcionado durante estos años.
Personalmente, yo también compraría anticipadamente si me ofrecen tan grandes descuentos. ¿Y quién no?
En forma de confesión, me atrevo a contar que el viernes negro después del día de Acción de Gracias de 2008, fui a una tienda de tecnología de Saint Cloud, Minnesota, para comprarme una computadora portátil de ese tiempo. En realidad, llegué a hacer la fila antes de las 3:00 a.m., y cuando me bajé del automóvil en una temperatura menor a los cero grados centígrados, noté que la hilera era bastante larga. Había casi unas 75 personas, según los recuerdos que me quedan. Mi esperanza en una compra económica contrastaba con una repetición mental de “¿qué estupidez estoy haciendo?”
A la hora en la que el almacén abrió (5:00 a.m.), la fila había incrementado unas tres veces. Antes de entrar, me dijeron que la referencia de la computadora que planeaba comprar se había agotado inicialmente. Los distribuidores apenas habían dejado diez computadoras en un almacén que cubre una población de 200 mil personas aproximadamente. Fue una pequeña tragedia de la cual no pude reponerme muy fácilmente. A duras penas logré comprar un par de botas para afrontar la nieve del inclemente invierno venidero. Después, volví a casa, con rabia a seguir comiendo sobrados del pavo que había quedado del día anterior. Mi mejor desahogo era comer como un deprimido, creo.
También hago parte de la población que no entiende a los gerentes de almacenes y supermercados, los mismos que planifican que dos cajeros hagan el trabajo acumulado de otras veinte cajas vacías porque no hay quién las haga funcionar. En EE.UU. también es así. Y en medio mundo también es así. Nos han vendido una idea diferente. El problema es que en Colombia hay quienes les sacan negocio a los inconvenientes y por ello se vuelven resistentes como un cáncer.
Después de esta enorme digresión, retorno al principio de mi idea. Durante esta parte del año, no entiendo el porqué, la prensa de EE.UU. entra en un modo mucho más ligero. Gran conmoción causó en ese país que la cantidad de mensajes de texto enviados desde celular fuera la más baja de la historia. Así mismo, la quiebra de una fábrica de pastelillos acaparó más titulares que el mismo abismo fiscal que se avecina.
Continué mi búsqueda de tema porque no me convencía nada. Entré a un par de revistas y medios especializados en política internacional y me enteré de un conflicto que recién nació al mejor estilo siglo XX. Con sinceridad, quién de nosotros distingue los siguientes términos y es capaz de vincularlo con el origen de este nuevo conflicto: Goma, rebeldes del M-23, Bukavu.
En realidad, casi ningún medio en el mundo se ha percatado de la nueva guerra civil que se está dando en el Congo. De hecho, ¿quién le ha dado importancia a ese país? ¿Por qué conocemos la existencia de ese país? ¿Solamente porque está en el mapa africano y tiene altísimos índices de pobreza y desnutrición?
En realidad, este conflicto es más profundo de lo que se cree. La corrupción y la constante intermediación del gobierno de Ruanda hacen más difícil la solución a un problema que puede estar infundado en la desesperación civil. De todas formas, nada se hace por este país, al igual que la gran mayoría de países africanos que no tienen ni piedras preciosas ni petróleo. Doy por sentado que nadie en Congo va a su hogar a desahogar sus frustraciones comiendo pavo.
Al final de cuentas, nos hemos convertido en un mundo desequilibrado en muchos frentes. Básicamente, creemos que nuestras pequeñas tragedias, como la mía y el madrugón de "viernes negro", son el fin del mundo, mientras cerramos la vista y dejamos que sea el punto de vista nacional el que juzgue todo lo que se pase por delante.
Hay reales tragedias en el mundo a las que nadie presta atención. Que estemos lejos, no significa que no importe o refleje una misma realidad con otras perspectivas.
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