Álvaro Marín


Parece que una de las razones que explican el inmenso desbarajuste que trae consigo la modernidad debemos buscarlo a la luz -o, mejor, en la penumbra- de los nuevos significados que moviliza el lenguaje contemporáneo, puesto que los vocablos ahora no obedecen a su legitimidad etimológica ni a su motivación de origen, sino a una extravagante y absurda metodología, instaurada para otorgarle importancia, validez o solemnidad a las personas, cosas o circunstancias, que, precisamente, carecen de estos atributos. Confucio, el multicitado pensador chino, se había percatado de esta pandemia al expresar que "cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad".
Así las cosas, no estamos muy lejos de la realidad, al aventurarnos a decir que, hoy por hoy, lo único verdaderamente auténtico es lo artificial. No es sino ver la sarta insulsa de neologismos que circulan en el baratillo de los medios de comunicación y de las redes sociales, inspirados ellos en el afán de crear paradigmas populares a base de una filosofía vacía y una trascendencia falsa. Entonces, descubrimos dentro de esos ‘altos designios’ verdaderos despropósitos que le rinden tributo a la superficialidad, al mal gusto en sus más variadas expresiones e, incluso, a la recalcitrante ignorancia idiomática -ahora clasificada dentro del analfabetismo cibernético-.
Pero es que allí, en esa barahúnda llena de efectos especiales, de estridencia verbal, de maquillaje de circo y de luces empalagosas, es donde reside la celebridad actual y el secreto del éxito, que a la postre, resulta tan estrambótico como fugaz.
Desde otra óptica, tampoco estaba tan equivocado el inolvidable pensador francés, don Miguel de Montaigne, cuando afirmó que la causa de la mayoría de los conflictos de la humanidad es de origen semántico. Y ya que mencionamos humanidad, no olvidemos que ésta fue considerada, por antonomasia, y durante la afortunada vigencia de la Ilustración, como la gran sociedad universal, entendida como el conjunto de seres humanos que comparten y se relacionan unos con otros, bajo el manto de la convivencia pacífica. Esa, al menos, era la premisa del progreso organizado. En la actualidad impera el régimen del individualismo a ultranza, que avasalla los principios creadores de la sociedad y de la civilización, mientras se desdibuja el papel creador de la cultura, admitida ésta como el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de una colectividad.
Bueno, pero aterricemos, porque estábamos hablando de la época en la que había ideas. Ahora, la sociedad se reduce al pobre esquema de un conglomerado amorfo, donde los conceptos de sociedad, cultura y civilización dejaron de tener vigencia, utilidad y provecho social.
En la orilla en la que se celebra la consagración del facilismo como doctrina del menor esfuerzo, campea una especie de iconoclastia olímpica, bajo cuyo amparo se degradan y se desnaturalizan, todavía más, los valores que antes preservaban las instituciones humanas y las organizaciones sociales. Sociedad, cultura y civilización dejaron de ser baluartes de las fortalezas ciudadanas para transformarse en conceptos arcaicos, pese a que tradicionalmente enmarcaban preceptos para el comportamiento y disciplina colectiva. Justicia, dignidad, amor, humor, sexo, educación, honestidad, autoridad y moral, son otros de los componentes esenciales que también se encuentran en la misma lista de espera de las normas en riesgo de extinción.
Los síntomas más preocupantes de una comunidad enferma y que, de adehala, ponen en entredicho su salud mental, se encuentran, de manera especialmente vergonzosa, en el apogeo de la crónica roja y de las páginas judiciales, escenarios auspiciados por el sensacionalismo periodístico para alimentar el morbo con los retratos hablados de la intolerancia galopante y de la violencia generalizada. A cambio de indicadores del desarrollo, las primeras páginas y los titulares noticiosos, se embriagan con los índices de corrupción y el registro de las acciones de las pandillas tanto de cuello blanco como las de las comunas gobernadas por la anarquía de la droga.
En plata blanca, solo nos queda como patrimonio precario para intentar dilucidar un porvenir sin sobresaltos la sociedad del espectáculo junto con la ‘cultura’ mafiosa. Quedamos hechos.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015