Carolina Martínez


Cómo se les ocurre ponerme a mí a hacer eso. Deberían llamar a Alejandra Azcárate, que además de ser inmamable, no tiene problema con burlarse de la gente y acabar con los sueños de los participantes de "Colombia tiene talento". Lo que sí puedo decirles es que es un error encomendarme a mí la selección del personal de la oficina. Pero no lo dije, porque uno tiene que ser eficiente.
Ha sido devastador. Tanto, que ya los escogidos están trabajando, y aún no he podido llamar a los otros a decirles que no pasaron la prueba. Y aunque es lo mínimo que se merecen, y es lo que yo esperaría que hicieran conmigo, no lo he hecho. Solo a uno, hace un momento, frente a esta página en blanco, al ver en mi mente su cara ilusionada, comprendí que antes de escribir cualquier cosa, yo tenía que decirle. Y por fin le escribí. Duré dos horas y mandé cuatro frases.
Y es que lo que hace más difícil las cosas es que a todos les hicimos una prueba, y lo que empeora la situación es que todas fueron excelentes, porque Colombia tiene mucho talento. Y muchas necesidades. Muchas ilusiones. Mucha falta de oportunidades y competencia fuerte. Lo de la prueba no fue idea mía, órdenes de arriba, como dicen, y desde ahí ya me pareció un tormento. Para eso están las hojas de vida. Someter a los aspirantes a desgastarse haciendo pruebas me parece innecesario. Esas psicológicas, que a todos nos han hecho, bueno, esas vaya y venga, allá ellos sí confían en los resultados. Pero las que consisten en demostrar la calidad del trabajo me parecen crueles. Ya es suficiente con la presión de no tener puesto y tener que conseguirlo.
Seguro ya leyó mi correo, porque estaría esperando noticias. Cómo se estará sintiendo el pobre después de leer que otro lo hizo mejor que él y le ganó esta carrera de la vida. Otro, que como él llegó a la entrevista sudando, nervioso y decidido a todo: a aceptar lo que le ofrezcan. Es que a uno le pueden preguntar que si se considera capaz de aumentar las utilidades de la compañía un 100% en un mes y uno dice que por supuesto. Lo que sea. Que si puede trabajar los fines de semana, que allá se sabe cuál es el horario de entrada pero no el de salida, que si está dispuesto a no irse temprano nunca, que si tiene algún problema con el trabajo duro... y uno, claro, con el mejor ánimo, la mejor pinta y la mejor máscara puesta, dice que no hay ningún problema. Nadie hay más vulnerable.
Cómo me van a encargar a mí la vida de tanta gente que está dispuesta a cambiar una tarde con los amigos, un fin de semana en familia, un rato de locura, un atardecer sin tener que hacer nada. Si, nada. No sé cuál es el problema en decir que lo mejor del mundo es no hacer nada. Broncearse por horas o ver películas arrunchado, por ejemplo. O comprar zapatos. Caminar. Rociar las matas, quitarles las hojas secas. Ver a la gente pasar. Dormir. Levantarse tarde. Tomar fotos. Verlas. Contestarle a los que escriben. Escribirles a los que no. Nada no quiere decir nada. Vivir, para ser felices. No está excluido leer, ni escribir, ni enseñar, ni bailar, pintar, ayudar, jugar, pensar, cantar, tocar, recordar, llorar ni reír. Porque somos el tiempo que nos toca. Cada instante somos, y seremos nada muy pronto.
Por eso es que lo digo... porque yo empiezo a pensar en que no es justo que una elección, como todas, tan subjetiva, vaya a truncar el camino de un joven. En las circunstancias que consumen a las personas, en los problemas personales que uno ni se imagina, en las dificultades, el esfuerzo. O en el mejor de los casos en la esperanza, el optimismo, la valentía. En cómo eran las cosas cuando uno tenía fuerza para enfrentar al mundo y devorarlo.
Me acuerdo que siempre que iba a una entrevista, mientras superaba trancones, pensaba en todo lo que me preguntarían y lo que yo iba a contestar. Al llegar, tarde y preocupada, pensaba en que llegaría el día en que alguien en una entrevista supiera quién soy yo realmente. Alguien que me exigiera la prueba de desocupar mi cartera.
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