La principal fuente de progreso económico de una nación es la iniciativa empresarial. Pero en América Latina hay más emprendedores de la cuenta, definiendo al emprendedor como todo aquel que se gana la vida con su propio negocio, en lugar de depender de un salario.
Más o menos la tercera parte de la fuerza de trabajo del país son emprendedores, pero esta definición puede ser apresurada si se tiene en cuenta que ser empresario requiere combinar recursos productivos para generar valor. Y es que muchos “emprendedores” latinoamericanos trabajan solos y generan muy poco valor. Aproximadamente el 45% de la fuerza de trabajo son autoempleados que no generan un solo trabajo adicional y que en su mayoría no consiguen ingresos mayores a los asalariados. Simplemente sobreviven.
Si solo se consideran empresarios a quienes generan empleos para otras personas, entonces únicamente podríamos unir a esta categoría entre el 8% y el 10% de la fuerza de trabajo.
Ser empresario es una buena opción, pero nada es gratuito. Para ello se requiere el coraje y disponibilidad para asumir riesgos económicos, de ahí que generalmente un empresario deba más dinero que un asalariado.
Según un estudio de la Universidad de México, esos riesgos en que incurren los empresarios justifican un ingreso adicional del 17% comparado con los que ganan salario con los mismos niveles de educación, pero en la realidad no es así. Infortunadamente esta compensación por el riesgo no la recibe casi ningún empresario y tampoco tienen la protección social que el gobierno da a los trabajadores formales.
Lo importante es que quienes se sientan con agallas para ser independientes, lo hagan porque sientan el talento y fortaleza interior, más que como una forma se sobrevivir.
Se ve más cómodo trabajar para otros concentrado en su labor sin pensar en tener que generar sus propios ingresos, pero la opción de ser empresario es muy personal. Cada uno debe analizar las opciones que tiene, su inteligencia emocional, la capacidad de innovación y organizativa, sus prioridades acorde con su proyecto de vida.
A falta de un juicioso análisis más del 90% de la nuevas empresas fracasan antes de dos años de iniciadas, por ello es que el esfuerzo de algunos gobiernos por crear nuevas empresas no necesariamente se traduce en mejores salarios ni en empleos más estables. Es inexplicable que legisladores y gobernantes supuestamente bien preparados no hallan identificado la causa del problema: la rígida legislación laboral y la persecución impositiva que ahoga a los pequeños empresarios con costos fijos antes de que un negocio empiece a producir ingresos, a la vez que nos hace menos competitivos ante otros países que no temen dar empleo y son más flexibles.
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