Jorge Enrique Pava


No sé que nos pasa a los manizaleños y caldenses pero la desidia y la indolencia parecen reinar en nuestro suelo. Podríamos hacer un inventario de los proyectos pensados, planeados y ejecutados en los últimos años y seguramente tendríamos un resultado triste, desolador y angustiante. Y si lo comparáramos con la cantidad de empresas que se nos han ido y otras que han desaparecido y que otrora fueron nuestro símbolo de orgullo, acabaríamos llorando sin consuelo.
Nos hemos dejado orientar perversamente, egoístamente, dictatorialmente. Nuestros líderes gremiales se han caracterizado por cacarear demasiado, por figurar demasiado y por lucrarse demasiado para sus beneficios personales, pero los resultados son nulos. Desde hace décadas venimos oyendo hablar, por ejemplo, del Aeropuerto del café, del Puerto de Tribugá, de la rectificación de la vía al Magdalena y del Puerto seco de La Dorada. Son casi lemas obligados y caballito de batalla para que nuestros seudolíderes se hayan perpetuado en las directivas de los gremios, beneficiando, repito, sus propios bolsillos y dilatando en el tiempo las realizaciones. Y, lo que es peor, nos hemos aguantado silenciosos y hoy vemos una sociedad que les rinde pleitesía y se arrodilla ante ellos dejando que nos determinen el presente y arruinen el futuro.
Es triste, por ejemplo, oír que la solución al proyecto de la Zona Franca Andina, al que se le han invertido miles de millones de pesos y que es un foco de negocios y desarrollo en todas las regiones del país, sea la de venderlo con el sofisma de que el Estado es pésimo administrador y entonces tenemos que seguir feriando nuestras empresas. ¿No fue eso lo que pasó con la Chec? La regalaron a título de venta en menosprecio aduciendo que si seguía en manos de Caldas sería un nido de corrupción que alimentaba supuestamente a unos pocos, cuando con su traslado de propietario el beneficio personal fue enorme y el perjuicio colectivo fue incalculable. ¿Y no quedó en manos de una entidad pública? ¡Claro! Lo importante era lucrarse soterradamente tendiendo una cortina de humo que logró disimular el inmenso negociado y el despojo miserable del que fuimos objeto. ¿No estamos ad portas de que nos pase lo mismo con la Industria Licorera de Caldas?
No podemos descuidar entonces la Zona Franca Andina. Afortunadamente el nuevo gerente, Roberto Arias Aristizábal, ha hecho énfasis en que el proyecto es posible desarrollarlo con recursos propios y puede convertirse en esa concentración de negocios internacionales que tanto necesitamos. Pero esas intenciones tienen que ir acompañadas de la voluntad política de los gobiernos municipal y departamental y de una última e ínfima inyección económica que le permita revivir y llegar a buen fin. Tanto el alcalde como el gobernador tienen que concientizarse de que buscar una solución que involucre a terceros es feriar una gran oportunidad, para que se enriquezcan los mismos de siempre en detrimento de nuestro patrimonio.
Si los dueños del proyecto (Inficaldas e Infimanizales) no lo asumen con la responsabilidad que les corresponde, muy seguramente terminaremos viendo cómo se convierte la Zona Franca Andina en otro propósito más que se frustra por nuestra incompetencia, pusilanimidad y cobardía. Y cómo se engruesan las arcas de esos seudolíderes que vienen absorbiendo nuestras riquezas para engrandecer las suyas, con el silencio cómplice de quienes dicen luchar, desde lo privado, por la dignificación de lo público, cuando en la práctica lo que han hecho es acabarlo de corromper bajo un manto de impunidad.
No nos puede pasar como en otros tantos proyectos a los que se les han invertido inmensos recursos y que, producto de la parálisis, del miedo o de las oscuras intenciones de no ejecutarlos para evitar recocerle el mérito a sus gestores, terminan arruinados y esos dineros perdidos en un limbo de inoperancia y desidia, y sin que nadie asuma la responsabilidad por lo acontecido. La obra más costosa y más inútil es la que se deja en mitad de camino. Los dineros más desperdiciados son los que se invierten en el inicio y desarrollo de proyectos que terminan abandonados, "enmatonados" y deteriorados aún antes de inaugurarlos. Los recursos más dilapidados son aquellos que se desestiman por el solo hecho de haber sido invertidos o canalizados por administraciones ajenas.
¡Nos tenemos que sacudir! ¡Nos urge un relevo gremial, generacional y de dirección! No podemos esperar a que las cosas cambien si seguimos haciendo siempre lo mismo. Hay que acabar con tanta pleitesía rendida a personajes oscuros a quienes bastaría con levantarles las enjalmas para verles las peladuras. Tenemos que desmitificar a los gremios, a los directivos enquistados en ellos y a quienes se lucran del silencio y la connivencia, pero posan de dignos, pulcros y transparentes. Tenemos que reaccionar ante los despropósitos cometidos por quienes se han arrogado la dirigencia de todo, pero que han terminado es direccionándolo todo para sus beneficios personales.
Ese es un propósito que me he trazado y en el cual voy adelante en la consecución de documentos que soporten mis posiciones. Considero que la única forma de lograr que miremos el futuro con otra visión, es despojándonos de ese velo que nos han tendido y que no nos deja observar nuestra realidad. Y en el curso de este propósito me voy dando cuenta de que nos han vendido la idea de que los responsables de nuestra debacle son solamente los actores políticos, cuando la clase privada ha jugado mezquinamente con nuestra confianza y ha dilapidado a manos llenas nuestros recursos. ¡Ojalá me alcance el tiempo para develar lo que he encontrado! ¡Sacudámonos!
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