Jorge Raad


Una expresión, más usada en tiempo pretérito, afirmaba que de músico, poeta y loco todos tenían un poco. En Colombia aplica casi textualmente a todos, solo que cambia y se complica cuando en vez de las cadencias, se exhibe la de abogado, médico, ingeniero, economista, enfermero, mecánico, deportista, y a cuanta profesión u oficio exista. Las personas tienen una combinación de ellas en mayor o menor grado que las adornan, y aunque muchas veces las esconden, hay momentos en la vida de cada quien donde afloran los atributos. Lo permanente entre los seres humanos de este país son las de poeta y loco, sin que se entienda como una característica peyorativa, sino en la connotación folclórica. ¿O es que nadie en su vida ha tenido un momento de locura?
Ahora bien, las enfermedades mentales van adquiriendo una preeminencia que asusta, aunque los pacientes no la identifiquen, o al menos la contemplen como una posibilidad en su comportamiento. Por eso determinadas personas ignoran responsabilidades y actuaciones que aparecen como resultado de una pasmosa indiferencia, y las acciones de competencia, como son aquellas en las cuales entran en confrontación la vida y la muerte de los semejantes, parecen como un juego del sí o del no, del derecho o de la negación, y así en otras divergencias cualquier cosa puede pasar sin que se inmute quien decide.
Las entidades son inertes, por lo tanto no tienen pensamiento, no deciden y no son responsables de nada. Hay una equivocación catastrófica cuando se les asignan actividades, las cuales se deben exclusivamente a quienes las dirigen o los que participan de ellas. Las instituciones públicas o privadas compuestas por cemento, equipos y normas no tienen la capacidad de poseer la razón o la sinrazón.
Quienes responden por ellas son las personas que actúan en su nombre y por lo tanto pueden presentar resultados adecuados o incorrectos. Y, en su representación aciertan o se equivocan. Ahora bien, la pérdida de un lápiz, por costoso que sea, es un evento que merece su estudio y decisión, pero otra situación totalmente diferente es la vida, digna e indigna, los tormentos de la enfermedad, o la muerte de los seres humanos a consecuencia de una acción.
En estos casos el médico puede estar comprometido con su actividad propia traducida en un acto médico, pero en el país son mucho más las personas no médicas o profesionales de la salud, desde encumbrados jefes hasta los porteros de las instituciones, que están decidiendo en temas de vida o muerte de los semejantes. Y, a propósito, ¿cómo van a blindar los congresistas la salud de los colombianos en la discusión y aprobación de las leyes reformatorias, ahora bajo su jurisdicción?
Viene de nuevo la mención de tres condiciones que cualquier persona debe ejercer plenamente cuando toma decisiones: Diligencia, pericia y prudencia. Si se comprueba negligencia, impericia e imprudencia en el sector salud, y se producen muertes sin justificación biológica, sobreviene irremediablemente la responsabilidad penal. No importa quién sea ni a nombre de quien actúa. Aún sea el más encumbrado gobernante o quien realice la más humilde de las labores.
Pero el desentendimiento ha alcanzado un estado que ya ha llegado a la falta absoluta de cumplir con la obligación, tanto que se llega a la angustia del paciente y su familia e irremediablemente el paciente se muere.
Se han acostumbrado a no responder por nada y todo se endilga a otro, ya sea superior, subordinado o compañero de actividades. Ni la puerta, ni el escritorio, ni la silla ni una hoja con el presupuesto son los responsables de esas muertes.
Cuando la población entienda que se debe responder por la vida de los demás, la cadena de actores debe ser investigada y pueden aparecer personas que no tienen nada que ver con el resultado fatal pero habrá otro u otros que tienen responsabilidad, y ella debe ser penal.
Nota: 80 años con anhelos de ciudad universitaria.
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